martes, 23 de diciembre de 2008

El nombre nuevo que Dios nos da

Hoy he estado en Madrid para dejar grabado el próximo programa de Antiguo Testamento en Radio María. Me toca el día 31 y estaré, si Dios quiere, en mi pueblo, para acompañar a mis padres en Nochevieja.
Esa preciosa noche, para mí la más hermosa del tiempo que nos toca vivir, me gustaba vivirla en comunidad, con mis hermanas, y con una hora previa de oración a la finalización del año. Cinco minutos antes de "las campanadas", todas salíamos del oratorio para desearnos feliz año nuevo y cantar villancicos.

Esa hora de adoración, de tiempo lento y silencioso en una de las noches más bulliciosas, era el momento para agradecer. Sobre todo, agradecer. Y para sentirnos más unidas que nunca al Cuerpo sufriente de Cristo, en todos los rincones de la tierra: quienes padecen guerra, hambrunas, enfermedades y todo tipo de dolencias. Tiempo para agradecer y para suplicar desde la comunión con la humanidad herida.

Desde hace años, no puedo gozar este momento de recogimiento e intimidad. Gozo, en compensación, de la presencia de mis padres, pero echo de menos este tiempo, para mí decisivo, en el que cerraba una etapa e inauguraba otra, tiempo-bisagra entre dos oportunidades: la que pasó, más o menos aprovechada, y la que se abre nueva.

En la grabación del programa me han acompañado mis amigas Mª Ángeles e Isabel, participantes en los grupos bíblicos a los que acudo en los últimos años. Hoy hemos comentado algunas de las lecturas veterotestamentarias que se proclaman en el tiempo de Navidad. Y entre esas lecturas está el precioso poema de Isaías 62,1-5:

Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que salga la aurora de su justicia
y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia,
y los reyes, tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo
pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.

Ya no te llamarán “abandonada”,
ni a tu tierra “devastada”;
a ti te llamarán “Mi favorita”,
y a tu tierra “Desposada”;
porque el Señor te prefiere a ti
y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia,
así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará tu Dios contigo.

Ese poema, escrito en el postexilio, quiere cantar la buena noticia de la reconstrucción de Jerusalén y del pueblo amado y elegido. Más que una reconstrucción es una re-creación en la que Dios le pone a Jerusalén un nombre nuevo.
Hasta ese momento, los enemigos llamaban a Jerusalén “devastada”, “abandonada”, “dejada de la mano de Dios”. Pero Dios cambia la suerte de su pueblo y llama a Jerusalén “mi favorita”, “desposada” y “preferida”.

Hace tiempo, Láutico, el hermano jesuita de una hermana nuestra, celebró con nosotras una Eucaristía la noche del último día del año y nos preguntó qué nombre le pondríamos al año que terminaba, según las experiencias vividas, y qué nombre desearíamos ponerle al año que entraba.

Lo cierto es que yo deseo un NOMBRE NUEVO. Y así se lo pido al Señor:

Tú, que me sondeas y me conoces,
que me has tejido en el seno materno
y me has alumbrado a la vida,
dame, en esta Navidad, un nombre nuevo,
el que has pensado para mí
desde toda la eternidad.
Hazme nacer de nuevo, Señor,
hazme niña, con la vida recién estrenada.

En Navidad, surge un nuevo día,
nos visita el Sol que nace de lo alto,
y una antorcha ilumina todas nuestras sendas.

Quiero recorrerlas con mi nombre nuevo
sellado en el corazón
y resplandeciente en mi rostro:
hija amada, hija agraciada,
sembradora de paz y bendición
por todos los caminos de la historia.

lunes, 22 de diciembre de 2008

¡Feliz Navidad!



Este año se ha sumado a nuestra comunidad de Toledo un miembro un tanto "atípico".
Atípico porque ha nacido hace veinte siglos, aunque se conserva tan bien que nadie lo diría.
Atípico porque ha invadido muchos de nuestros espacios y ocupa gran parte de nuestro tiempo y de nuestras conversaciones.
Atípico porque no es una mujer.
Él se llama Pablo y os felicita la Navidad, con nosotras, a través de esta carta:

Pablo, apóstol de Cristo Jesús,
a todos los cristianos que, en todo el mundo,
estáis celebrando el nacimiento de Cristo Jesús, Señor nuestro:
¡gracia, alegría y paz, de parte de Dios, nuestro Padre, en el Espíritu Santo!

Doy gracias a mi Dios continuamente en mis oraciones
porque sé que vuestra fe, vuestra esperanza y vuestro amor,
no sólo se mantienen firmes,
sino que crecen de día en día,
en medio de una generación que parece vivir tranquila
en el olvido o el menosprecio de Dios.

En medio de esa generación, vosotros brilláis como lumbreras
que anuncian a todos una razón para vivir,
aunque dicen que os consideran necios, locos
o reaccionarios retrógrados, opuestos al progreso y a la razón.
Pero no hay mayor progreso, hermanos y hermanas,
que crecer constantemente en amor y humanidad,
según la medida sin medida de Cristo,
y no hay nada más razonable que aprender la sabiduría de Dios,
muy diversa de la “sabiduría del mundo”, tan interesada y falta de compasión.

Por lo que os aliento y os animo a continuar así:
viviendo de fe en el Hijo de Dios
que nació de una mujer,
por amor a nosotros,
que se despojó de rangos y honores y pasó por uno de tantos,
por amor a nosotros,
que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza,
por amor a nosotros,
y que dijo “sí” al Padre en todo,
por amor a nosotros.

Vivid de fe, dejaos alcanzar por Aquel que os busca
y considerad basura todo lo que no sea Él y su evangelio de gracia.
Mientras tanto yo, Pablo, seguiré orando por vosotros,
con el mismo amor de una madre y un padre hacia sus hijos,
hasta ver a Cristo formado en vosotros.

Creced continuamente en el amor, orad sin cesar y vivid en Paz.
Y así, el Dios del amor y de la paz estará siempre en medio de vosotros.

El saludo va de mi mano, Pablo.
Os amo a todos en Cristo Jesús.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Ana. Una historia de amor

"Amar a alguien es decirle: Tú no morirás" (Gabriel Marcel)

Hay historias de amor que conmueven por su lirismo, su belleza, su intensidad y... que conmocionan por su final trágico e inevitable.
Cuando nos asomamos a ellas, quisiéramos frenar ese hado obstinado y cruel, que se empeña en conducir a los personajes hacia la desdicha o la muerte, dando al traste con su felicidad y sus planes de un futuro común, unidas para siempre sus vidas en ese amor inmenso y eterno.
Tal es el caso de Romeo y Julieta. ¿Quién no hubiera querido sugerirle a Shakespeare que cambiara ese final tan desventurado y que la muerte de los jóvenes amantes fuera sólo aparente, con el único objetivo de engañar a los espectadores y dar emoción a la trama? ¿Quién no hubiera deseado que Julieta y Romeo, de repente, despertaran, y todo hubiera sido un mal sueño?
Tal es el caso de Ana y Javier.
Desde niños, Javier y Ana se amaron, y yo siempre la miré a ella con complacencia y aprobación. Me pareció, desde siempre, la mujer ideal para mi hermano: guapa, simpática, trabajadora, desenvuelta, respetuosa, leal... y profundamente enamorada de él. ¿Qué más se podía pedir?
Desde su infancia hasta que él, recién venido de "la mili" se decidiera, finalmente, a pedir la mano de Ana a su futuro suegro, hubo periodos de separación, enfados adolescentes y búsquedas de "otras posibilidades"... Pero cada vez que mi hermano consultaba nuestra opinión, en casa, sobre alguna posible "candidata", yo siempre sugería: "A mí, la que más me gusta para ti, es Ana". Mi madre, según creo, apoyaba mi opinión.
Y él, pasados los años, sucumbió a la evidencia de que estaban hechos el uno para el otro y de que el amor de la infancia no sólo no se había apagado sino que había crecido día tras día.
¡Y grande debió de ser aquel amor para darle el coraje suficiente como para ir a hablar con Bernardo en una noche de fútbol de no recuerdo qué año! Bernardo tenía fama de hombre muy serio y muy hosco. Pero mi hermano, con temor y temblor, pasó la prueba y comenzó su noviazgo con Ana, la deseada de toda su vida.
Hace ya muchos años de todo eso, y los recuerdos se van tornando borrosos y lejanos, pero creo que nunca he conocido a nadie tan enamorado como mi hermano. Tan enamorado y tan feliz.
Se casaron en primavera, y en su primera noche pusieron la semilla de una nueva vida. Pasado un mes y dos días del "acontecimiento", mi hermano me llamó para anunciármelo, con una alegría desmedida y desbordante, mientras Ana le regañaba al otro lado del teléfono, porque "todo el mundo va a pensar que el niño iba "encargado" antes de la boda"... Pero a él no le importaba. La felicidad no le cabía dentro y necesitaba contarlo para no sufrir un "colapso interior" por exceso de gozo.
Cuando fui a casa ese verano, él estaba esperándome en la parada del autobús y me alzó en volandas, dándome dos vueltas en el aire. Era un hombre fuerte y lleno de vitalidad. Parecía un hombre maduro, aunque tenía sólo veinticinco años casi recién cumplidos, y él, que tenía un talante más bien serio, desde hacía unos años reía a menudo como un niño.
En nuestros encuentros, aquellas vacaciones, a veces ellos nos contaban detalles de su vida conyugal, con pudor y con alegría, y todos participábamos de su dicha recién estrenada. Mi hermano se deshacía en atenciones con la futura mamá, y Ana le llamaba, cariñosamente, "tonto": "Se cree que nadie ha sido padre más que él en toda la historia de la humanidad..."

Su felicidad era tan grande que él, que no tenía miedo a nada ni a nadie, se vio presa, en alguna ocasión, de un sólo miedo: perderla. Y, a veces, estando juntos en su lecho nupcial, él bromeaba con la posibilidad de una fatal caída del tríptico de cabecera, que quizá les mandara a los dos "al otro barrio"...
Los presentimientos, a veces, se tornan reales. No sé de dónde brotan. Quizá del miedo a perder lo que más amamos. Pero el caso es que, en alguna ocasión, se materializan en forma de infortunio. El día de mi marcha, él se presentó en el autobús para despedirme. No le esperaba, porque era temprano y sabía que él estaría trabajando. Pero allí estaba, y yo le miré largo tiempo por el cristal, mientras me alejaba. Fue la última vez que lo vi con vida.
Era nuestro hermano mayor. Un joven de veinticinco años es, hoy, casi un adolescente, pero él era un hombre que se volvía niño por obra y gracia del amor. Aunque en el futuro llegue a ser anciana, siempre lo sentiré como "mi hermano mayor", cuya vida fue segada de raíz cuando apenas comenzaba, y en la plenitud de su felicidad.
Aquí quedaron Ana y el fruto de su amor, amor que todavía dura hoy. Ana sigue formando parte de nuestra vida como una hija para mis padres y como una hermana para nosotros. Y hoy, que es su fiesta de cumpleaños, quiero darle las gracias por todo el amor, la felicidad y la plenitud de sentido que le regaló a mi hermano.
Gracias a ella, aunque su vida fue breve, fue todo lo dichosa que una vida puede llegar a ser.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Lectura orante de Juan 1,6-8.19-28

Estad siempre alegres
(Tercer domingo de Adviento)


Oración para disponer el corazón
 
En medio del silencio
invadido de palabras que no dicen nada,
necesito una palabra que abra caminos en mi vida,
que me muestre senderos
por los que transitar con ganas,
con gozo en el corazón,
con un proyecto y una meta.

En medio de la noche,
necesito una luz para dar el próximo paso,
con confianza y sin miedo.

En mi casa cerrada,
en la que sólo yo habito,
necesito unas manos que abran mis puertas y ventanas,
que me tomen, me levanten
y me saquen a un lugar espacioso,
habitado por muchos rostros.
Un lugar cuyo centro esté fuera de mí.

En la preocupación,
la inquietud, el vacío o la búsqueda,
te necesito a Ti, Dios mío,
mi paz, mi sabia quietud, mi tesoro hallado
y mi vida plena.


LEEMOS Juan 1,6-8.19-28
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
- ¿Tú quién eres?
Él confesó sin reservas:
- Yo no soy el Mesías.
Le preguntaron:
- Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?
Él dijo:
- No lo soy.
- ¿Eres tú el Profeta?
Respondió:
- No.
Y le dijeron:
- ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?
Él contestó:
- Yo soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
- Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
Juan les respondió:
- Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

MEDITAMOS LA PALABRA
 
1. Te han regalado un año más

Aun a riesgo de que pueda parecer una hipocondríaca sin remedio, he de confesar que a veces imagino cómo me sentiría si un médico me dijera que ese dolor tan molesto en el lado derecho de mi costado es una enfermedad terminal…
“¡Vaya unas ganas de pensar en tonterías y de “ponerse mal cuerpo” inútilmente!”, pondrán pensar algunos. Sin embargo, mi fantasía es útil y tiene una finalidad: confrontarme, de una manera despierta, con mi modo de vivir el presente. La razón de imaginar semejante episodio de mal gusto es que, desde la normalidad de lo rutinario, lo acostumbrado y lo cotidiano, no acertamos a calibrar el inmenso valor que tiene vivir un día más.
Imaginemos ahora que, sabiendo que mi fin está próximo y que mis días están contados, alguien viniera y me diera la noticia de que se me ha regalado un año más, trescientos sesenta y cinco días de “amnistía”. ¿Cómo me sentiría? ¿Cómo viviría esa “segunda oportunidad” que se me regala? (¡Cuántas veces habremos deseado, quizá, esa segunda oportunidad para deshacer daños causados y hacer “borrón y cuenta nueva”…!)
Pues bien, Jesús es el enviado del Padre para anunciarnos que cada día es una “segunda oportunidad”, una nueva ocasión para vivir “como Dios manda”, como desea Dios y como deseamos nosotros en lo más profundo del corazón.

¿Cómo quieres vivir este año de gracia del Señor
que ha comenzado en Adviento?
(Is 61,2)
 
2. Estad siempre alegres

La fe en Jesús es inseparable de la alegría.-“¿Qué razones puedo yo tener para estar alegre? La vida es dura. Nunca faltan achaques, dolores y sufrimientos. ¡El mundo está hecho una pena! ¿No es un poco cínico reír cuando no hay motivos para reír y sí los hay para llorar y lamentarse?”
-El cristiano siempre tiene un motivo para reír, para sonreír o, al menos, para no estar continuamente crispado o preocupado: la esperanza de que no hay proporción entre el bien y el mal, y de que la última palabra, en nuestra vida y en la historia, la tendrá Dios.
-“Esa esperanza está muy bien pero, ¿para qué me sirve ahora? Aterriza un poco más y dime algún motivo por el cual merezca la pena estar alegre en esta vida, no en la otra…
-Pues bien, mi motivo concreto y “aterrizado” no sé si te vale, pero te lo cuento: Jesús vivió una vida hermosa y feliz. Su vida me hace pensar que se puede vivir de otra manera.. Y aunque murió crucificado, vivió su final con sentido y con confianza. Él y una nube de testigos me demuestran que es posible vivir lo mejor y lo peor de la vida con valentía, con esperanza, con humor y con amor. Además, Jesús me revela a un Dios que ríe, que me hace reír (cf. Gn 21,6), que lleva mis cargas conmigo, que no me manda “castigos” y “desgracias” como un enemigo a la puerta, sino que me ayuda a vivir lo que la vida me trae con fortaleza y sin miedo.-Y si no tengo fe, ¿qué motivos puedo tener para estar alegre?
-No lo sé. Siento no poder responderte desde la increencia... Pero, seguramente, si no tuviera fe, estaría siempre alegre si viviera una vida con sentido, luminosa, entregada, altruista… Si no viviera sólo para mí. Si tuviera la certeza de que mi persona hace feliz a alguien y mi tarea está siendo fecunda para otros.
Y eso, por no hablar, egoístamente, de las ventajas que la alegría tiene para la salud... Ya lo decía un sabio de antaño: “El corazón alegre mejora la salud; el espíritu deprimido seca los huesos” (Prov 17,22).

Tómale el pulso a tu alegría:
¿te consideras una persona alegre?
¿Es esa la opinión que los demás tienen de ti?
¿Qué te hace estar alegre?
¿Qué puedes hacer para superar crispaciones y preocupaciones
que te roban la alegría?

3. Espera al que viene

En Betania, en la otra orilla del Jordán, un profeta anuncia, con humildad y convicción, la venida de otro más grande, más fuerte: el Mesías Esperado. Juan se convierte, con ello, en el mensajero de la mejor noticia que la humanidad podía esperar.
¿Cómo puedes tú ser anuncio del Dios que viene siempre?
Pon en práctica el proverbio:
“Una mirada luminosa alegra el corazón,
una buena noticia reanima el vigor”
(Prov 15,30)


ORAMOS LA PALABRA
 
- Dale gracias al Señor por cuantas veces ha “vendado tu corazón desgarrado”, te ha dado “anchura en el aprieto”, o te ha liberado de cosas que te oprimían…
- Pídele a Dios el don de la alegría cristiana, fruto del Espíritu, la que nada ni nadie nos puede arrebatar…
- Escribe tu propio “Magnificat” al Señor, expresándole los motivos por los que proclamas su grandeza y te alegras en Él.

Señor, con alegría proclamo
que no te cansas de dar
ni se pueden agotar tus misericordias,
que día y noche me sostienes en la vida,
que perdonas todas mis culpas
y curas todas mis enfermedades…
que rescatas mi vida del abismo
y me llenas de gracia y de ternura.
¡Gracias, Dios mío, amigo de la vida!

Cada respiro, cada latido,
cada rostro cercano,
es un regalo de tu Providencia.
La fe, la vocación, el envío,
la asistencia de tu Espíritu,
son un don para mí y para tu pueblo.
Sigue viniendo a nosotros.
Sigue mostrándonos tu Rostro.
Sigue encendiendo en nosotros
la llama de la fe, el amor y la esperanza.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Dos cantos para el día de la Inmaculada

Mañana viajo a mi pueblo (está cerca de Toledo) a pasar sábado y domingo y no tendré tiempo de escribir nada sobre el consolador segundo domingo de Adviento. Pero hoy, que hemos estado guitarreando de nuevo como cada viernes, deseo dejaros dos cantos "útiles" y bonitos para este tiempo que estamos viviendo. Las "chicas del coro" os los dedican con todo su cariño. Podéis verlos en youtube:



Soñaba Dios:
http://www.youtube.com/watch?v=wgtL8SnaqzA
Ven, Señor, líbranos:http://www.youtube.com/watch?v=iKKmaJ30LKk

Pronto pondremos las letras y los acordes de los cantos que vayamos colgando.
¡Feliz fin de semana a todos!

lunes, 1 de diciembre de 2008

¡Estad atentos! ¡Estad despiertos! ¡Velad!

Primera semana de Adviento
(Diálogos de María y Micaela)

Si hay algo por lo que el ciudadano medio "normal" y "moderno" no pierde el sueño en absoluto es por la cuestión "escatológica".
-¿Escato qué?
-He dicho "escatológica". Escatología es el tratado o la disciplina teológica sobre las realidades últimas: el fin del mundo, la parusía, la muerte como final de la propia existencia... Cosas como ésas.
-¡Espera, espera, espera! ¡Qué jerga más "eclesiástica" estás usando hoy, niña! ¿Parusía? ¿Qué significa "parusía"?
-Bueno, sí, tienes razón, Micaela. Reconozco que alguna palabrilla de las que estoy usando es, más que "eclesiástica", teológica. Pero, ante todo, es una palabra cristiana. "Parusía" es un término griego que aparece varias veces en las cartas paulinas (1 Cor 15,23; 1 Tes 2,19; 3,13; 2 Tes 2,1.8) y en Mateo 24,27.37 y 39 para hablar de la segunda y definitiva venida del Señor Jesús. Precisamente "parusía" significa "venida".

Me resulta siempre tremendamente llamativo cómo los primeros cristianos manifestaban públicamente sus ganas de que Jesús volviera, hasta el punto de que, en sus asambleas litúrgicas, expresaban ese deseo en forma de súplica, elevada a Dios como un grito: "¡Marana tha! ¡Ven, Señor Jesús!"
No me mires así, Micaela. Sí, querían que Jesús viniera de nuevo, porque Él lo había anunciado y ellos creían que esa venida sería inminente. Reconozco que a mí nunca me ha asaltado el deseo de que el Señor venga pronto, durante mi generación, por ejemplo, o de que desaparezca el mundo presente y Dios lleve a plenitud todas las cosas en Él... De momento, no me afecta esa "fiebre escatológica" que contagió a muchos cristianos en Tesalónica y les llevó a estar mano sobre mano, esperando que viniera el Señor, "embobados mirando al cielo" y "muy ocupados en no hacer nada".
Reconozco que amo muchísimo este mundo caduco e inconsistente. Amo la vida que tengo y no me invade aún el sentir del místico Pablo cuando dice: "Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir... Deseo partir para estar con Cristo" (Filp 1,21.23). No, yo no deseo partir (aunque, para mí, la vida también es Cristo y no la entiendo ni la quiero sin Él). No deseo partir porque la vida tendrá, además, todos sus momentos, y el momento actual es el de la esperanza, el de sembrar, el de construir, el de abrazar, el de acompañar, el de hablar...
-Vaya, me alegro de que no seas como tantos eclesiásticos que no hacen más que echar pestes contra este mundo tan malvado que nos rodea y siguen ansiando la fuga mundi de antaño...
-Sí, Micaela. Hay un teólogo que dijo: "la esperanza cristiana es una esperanza que ama la tierra". Me gusta esta forma de pensar.
-Oye, ¿y dices que los primeros cristianos rezaban a menudo: "¡Ven, Señor Jesús!" ¿Y para qué tenían tanta prisa? ¡Si hay que estar más tiempo "allí" que "aquí"!
-Los primeros cristianos participaban del modo de pensar y del sentir religioso judío de su época, que era muy apocalíptico. Y aunque muchos no hacían más que indagar sobre el cómo y el cuándo, Jesús y Pablo no soltaron prenda y sólo contestaron que ese día final sería inesperado, "como un ladrón que llega en la noche".
Desde luego, yo no sé si Jesús vendrá pronto y si es voluntad del Padre que llegue ya el momento de la consumación de la historia. Lo que sí sé es que el Señor está viniendo siempre y que los únicos sentimientos que me invaden son la gratitud, el amor y el deseo de estar siempre con Él.
- ¿Ah, sí? ¡Pues ya me contarás cómo vas a estar siempre con Él si no vas "a la casa del Padre", como se suele decir...! Ahhhhhhhhhh, ¡ya! ¡claro! Seguro que me dices que puedes estar con Él en la Eucaristía y los demás sacramentos, en la Palabra de Dios, en el prójimo... ¡Qué romántico que suena todo eso! Pero, permíteme una pregunta molesta: ¿cómo sabes que eso es verdad? ¿Cómo sabes que Jesús está ahí?

-Porque tengo fe, Micaela. Creo que el Señor Resucitado está en todo y en todos, sosteniéndonos en la vida por medio de su Espíritu, "con esa energía que tiene" en todo cuanto hace (cf. Filp 3,21). Creo que nos habla, que se comunica con nosotros y que, si estamos atentos y silenciosos, podemos llegar a oír su voz.
El evangelio de este domingo es una sirena de alarma que haría saltar a un sordo: ¡Atención! ¡Estad despiertos! ¡Velad! ¡Vendrá de repente, inesperadamente!
No quiero pensar que Dios "viene" por sorpresa a nuestra vida cuando uno se convierte en un número más de una lista de la DGT, o cuando va al médico y oye la palabra "terminal". Dios viene las veinticuatro horas del día, los 365 días del año, "en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su Reino".
-¡Ya te has subido otra vez a la parra, guapa!
-Es un prefacio de Adviento, Micaela.
-Anda, déjame pensar si me creo o no me creo eso de que "Dios viene siempre". Por cierto, ¿de qué me suena a mí esa frase?

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ÉL VIENE, VIENE, VIENE SIEMPRE

¿No oíste sus pasos silenciosos?
El viene, viene, viene siempre.
En cada instante y en cada edad,
todos los días y todas las noches,
él viene, viene, viene siempre.

He cantado muchas canciones y de mil maneras;
pero siempre decían sus notas:
"El viene, viene, viene siempre".
En los días fragantes del soleado abril,
por la vereda del bosque,
él viene, viene, viene siempre.
En la oscura angustia lluviosa de las noches de julio,
sobre el carro atronador de las nubes,
él viene, viene, viene siempre.
De pena en pena mía, son sus pasos
los que oprimen mi corazón,
y el dorado roce de sus pies
es lo que hace brillar mi alegría.

(Rabindranath Tagore)