(Evangelio del III Domingo de Pascua)
Y Invocación al Espíritu, camino de Emaús
Espíritu Santo, Dador de Vida y Maestro interior,
ven a mi encuentro
y enséñame los caminos a seguir.
Como los discípulos de Emaús,
arrastro numerosas cargas a mi espalda
y algún que otro peso en el corazón:
desesperanza, proyectos frustrados, desaliento,
cansancios, miedos, dudas...
Acércate,
entra en mi casa
y susurra en mi oído
la Buena Noticia de la Resurrección,
noticia que da paz, descanso y fuerza
a las rodillas vacilantes.
Sopla sobre mí tu aliento
y dame vida nueva.
Sopla sobre mí tu aliento
y lléname de luz y de fe.
Sopla sobre mí tu aliento
y guíame hacia donde Dios quiere llevarme.
Sopla sobre mí tu aliento
y abre mis ojos
para que reconozca a Jesús Resucitado
en la Palabra que nos salva
y en la mesa compartida
de la Eucaristía y del Amor, que se hace pan,
en detalles y gestos cotidianos.
a Leemos el Evangelio
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.
El les dijo: - ¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?
Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió:
- ¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?
El les dijo: - ¿Qué cosas?
Ellos le dijeron: - Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó.
El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.
El les dijo: - ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?
Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.
Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: - Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.
Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado.
Se dijeron uno a otro: - ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: - ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
a Meditamos a partir del Evangelio
- "Jesús se puso a caminar a su lado..." Sé que caminas a mi lado, y que nada de cuando pueda pensar, sentir o hacer aleja de mí la presencia de tu Santo Espíritu. Soy una mujer habitada por ti, habitada por lo divino.
- "¿De qué venís hablando por el camino?" ¿Qué llevo en el corazón? ¿Qué me agobia? ¿Qué me preocupa? ¿Qué me asusta? ¿Qué me cansa?...
- "Nosotros teníamos la esperanza... pero..." ¿Cuáles son mis esperanzas frustradas? ¿Dónde y cuándo me fallan la fe y la esperanza?
- "Algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado..." Les han sobresaltado con la buena noticia de que Jesús está vivo. Ellas son las primeras testigos de la resurrección, las que se atrevieron a hablar, aunque sus palabras parecían locas o absurdas. ¿A quién sobresalto yo, positivamente, con el testimonio de mi vida? ¿Mi vida "sobresalta", cuando hablo a los otros de Dios?
- "¡Cuánto os cuesta creer!" ¿Qué necesitamos que Dios haga con nosotros para que creamos? ¿Por qué nos cuesta tanto abandonarnos al amor del Invisible? ¿Por qué el racionalismo nos puede tanto que impide, incluso, a algunas personas, el beneficio de la duda sobre la existencia de Dios?
- "[Jesús] se puso a explicarles las Escrituras (...), tomó pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio...".
Palabra y Eucaristía. El alimento que me da vida, que me fortalece, que me modela, que me conforma con aquel que recibo y asimilo.
Sin la Palabra y la Eucaristía, mi vida sería desapasionada, plana, sofocada por la insoportable levedad del ser sin trascendencia; una vida aislada, sin meta ni proyecto. Porque en la Palabra late el palpitar del proyecto del Reino, el único proyecto y tarea con sentido, y la Eucaristía es comunión con Dios y con los otros, escuela de una vida compartida, entregada y feliz.
- A vosotros, que oráis con este relato del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, os propongo continuar la siguiente frase: "SIN LA PALABRA Y LA EUCARISTÍA, MI VIDA SERÍA..."
Mi compañera orante ha hecho ese ejercicio, y ha escrito lo siguiente:
"Asfixia sin respiro,
temor continuo,
desierto infecundo,
oscuridad infinita,
gélido y largo invierno,
miopía permanente.
Ausencia de bálsamo y consuelo,
en situaciones de falta de perspectiva,
anorexia espiritual.
Sin dejarme configurar por la Palabra,
por la que he sido llamada, nada soy.
Sin Pastor que me conduzca a verdes praderas
y fuentes tranquilas, estoy perdida.
Si Tú no me hablas,
soy como quien baja a la fosa.
¡Sólo Tú tienes palabras de vida...!
Sabiduría escondida,
tesoro oculto.
Como el maná que nutrió a Israel
en el desierto.
Pan fresco, perfumado y caliente,
pan del día,
que sacia mi hambre.
La Palabra hace luminosos los rostros
y abre los oídos del corazón.
Al principio era la Palabra,
y la Palabra era Dios,
y la Palabra estaba junto a Dios.
Al principio era la escucha,
y la escucha, el ser humano.
Teje el tejido de mi vocación, mi Señor,
con el hilo de tu Palabra vivificante.
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Nota: Podéis encontrar otra propuesta de lectio divina sobre este texto en el apartado correspondiente de www.discipulasdm.org
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