Me da la sensación de que estoy viviendo este mes como si fuera una carrera de obstáculos en la que fuera haciendo equilibrios para ir superando las vallas, demasiado próximas unas de otras, sin tropezar y estrellarme, sin detenerme, sin rendirme, y sin tirar la toalla porque en algún momento tema que el esfuerzo supera mi capacidad. ¡Puffffffff! Respiro largamente, con satisfacción, ante el obstáculo final. Con certeza, el más difícil de todos para mí. Y me digo que quién me habrá mandado meterme en este berenjenal...
Mi padre nunca se queda. A las diez, ya está en la cama. Quizá sea el único español que, estando sano y no teniendo otra ocupación, se va a dormir como un día cualquiera, en esa noche bulliciosa de fin de año. ¡Claro que a las 12 y 5 minutos se llevó un buen susto, porque los tres festivos y solitarios noctámbulos le sobresaltamos con nuestros besos y gritos de felicitación!
Después, como siempre en los últimos años, llegaron mis sobrinas pequeñas con su buya. ¡Cuánta algarabía arman y... cómo las echaríamos de menos si no estuvieran!
Terminada la Navidad, comenzaron las actividades ordinarias, y alguna que otra extraordinaria. En las tres parroquias en las que acompaño grupos bíblicos, vamos estudiando ahora la segunda carta a los Corintios. Como hay que reconocer que San Pablo no es, en ocasiones, nada fácil de entender, algún que otro grupo casi se ha amotinado: "¡Vamos a saltarnos la 2 Corintios!"... Pero, superada la tentación de ignorar algún libro difícil, seguimos adelante con constancia, interés, e incluso, entusiasmo para terminar de aproximarnos al Cristo de Pablo a través de todos sus escritos.
También la CONFER de Toledo ha querido tener, este año, su curso de formación sobre Pablo y su evangelio. Y yo tuve la gracia de animar ese encuentro el día 17. "Con temor y temblor" acepto estas propuestas. Al ir, no es que vaya "llorando", como dice el salmo, pero un poco trémula sí. Y al volver, siempre vuelvo cantando, porque no hay nada con lo que disfrute más que hablando de la Palabra de Dios, sea cual sea el libro del que tenga que hablar.
En el intermedio de estas cosas, me tomé cuatro días para asistir a los ejercicios espirituales de Familia Paulina que animaba Elena Bosetti, hjbp, como dije abajo. Una aproximación hermosa a la experiencia religiosa de Pablo, modelo de discípulo y apóstol.
Mientras tanto, y a lo largo del mes, estábamos preparando una celebración importante. Como Familia Paulina, la Eucaristía televisada del día 25. Y, como Congregación, la entrada de una joven para abrazar la vida religiosa en nuestra familia: Lidia, una de mis compañeras de fatiga y apostolado del último año.
Ayer fue la fiesta. Por la mañana, tuvimos una Eucaristía preciosa en Toledo, presidida por el vicario parroquial, Gustavo Adolfo Conde. El coro había preparado los cantos con esmero, atendiendo a la petición de algún canto favorito de Lidia ("Ven del Líbano"). Gustavo se había preparado la homilía en clave vocacional, porque las lecturas nos acompañaron plenamente (la conversión de San Pablo y la llamada de los primeros discípulos), y Lidia habló a la asamblea de su vocación y de la vida consagrada como "una vida hermosa". Su familia ha estado aquí tres días, y el llanto reiterado de sus padres me recordó el llanto de los míos cada vez que me acompañaban en cada paso que iba dando: entrada al noviciado, primera profesión y profesión perpetua.
Es sabido de todos (y muchos lo ponderan, cual profetas de calamidades anunciando el ocaso inevitable de la vida religiosa) que "no hay vocaciones". Yo estoy convencida de que sí las hay. De que Dios llama hoy, como siempre ha llamado, para una vida de especial consagración. Luego está la libertad humana para elegir escuchar o elegir "pasar" del tema. Podemos poner miles de excusas para no escuchar: "las monjas de hoy día están muy secularizadas...", "los conventos parecen geriátricos...", "son anticuadas y no saben de la vida...", "no son felices; parece que están amargadas...", "no viven todo lo sántamente que debieran..." etc, etc. Pero nada de esto es una excusa para desoír la voz de Dios que llama a cada persona para hacer SU historia, no la de las demás.
Cuando comencé en la vida religiosa, tenía 17 años. Conmigo entró otra joven que se fue al año siguiente. Fue triste y preocupante para las hermanas, porque ya había comenzado la "crisis vocacional" hacía unos años. Alguna se atrevió a preguntarme: "Y tú, ¿qué?" Y yo respondí: "¿A qué te refieres? Nada de lo que pase fuera de mí podrá hacer que me aparte de mi vocación. Así es yo, nada; ¡yo, adelante!". ¿Presuntuoso? ¿Una falsa seguridad? Sé que Dios me perseguiría hasta el fin del mundo, si lo dejara. Sé que no puedo ser otra cosa que la que soy. Al menos, es lo que sé desde que tenía 15 años.
Lidia ha sido valiente. Dice que no le asusta la ancianidad de las hermanas ni la soledad generacional. Sólo le asusta que no respondamos a lo que la gente necesita. Sólo eso. Que el carisma se quede anclado en el pasado, en formas que ya no le dicen nada a nadie. Ni siquiera a quien las vive...
Hoy, más tranquila, me dispongo a saltar la última valla de mi carrera de enero: la animación de los ejercicios espirituales que comenzarán mañana para un grupo de la Familia Paulina. Es mi segundo curso como animadora. ¡Ahora sí que tiemblo! Pero, hasta ahora, tengo la experiencia de que el Espíritu Santo lleva las cosas y de que, si respondo mínimamente, Él lo hace todo muy bien.
Así sea.
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Ver álbum: Entrada al prepostulantado de Lidia