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martes, 7 de julio de 2009

Salmo 121: El auxilio me viene de Ti

Lidia ha preparado este precioso video para ilustrar el salmo 121, interpretado por la hna. Glenda.
Os deseo que lo disfrutéis, en unos minutos de oración silenciosa.

lunes, 6 de julio de 2009

Ateísmo

El domingo tenía ganas de no hacer absolutamente nada y de abandonarme perezosamente al sillón del salón. Hacía semanas que no tenía la oportunidad de un corte de despreocupación o de dejarme llevar por un "ataque de pereza", y aproveché el momento.

En TV1 ponían una película norteamericana: "El amor llega suavemente". Se trata de un western, un drama romántico televisivo, dirigido por Michael Landon (el hijo del conocido Michael Landon, protagonista de Bonanza, La casa de la pradera y Autopista hacia el cielo), sin un gran reparto, pero interesante para mí por su mensaje religioso claro y simple: Dios no está en nuestra vida permitiendo el mal, sino ayudándonos y sosteniéndonos cuando el mal llega.
La trama: Estando de ruta hacia su nuevo hogar en las grandes llanuras del oeste, una joven se queda repentinamente viuda en medio del largo viaje en carreta. Con una dura temporada invernal acechando, y sin recursos para regresar, la joven acepta el trato que le ofrece un granjero también viudo: casarse con él para ocuparse de su hija, a cambio de cobijo y de un pasaje de vuelta a casa con la caravana de primavera.
La realidad de este tipo de felicidad truncada nada más nacer me resulta conocida, dolorosamente cercana: la protagonista se vio en la misma situación de mi cuñada Ana cuando mi hermano murió, a los pocos meses de contraer matrimonio y cuando esperaban a su primer hijo.

La película me gustó (a pesar de ser un poco dulzona y totalmente previsible) porque confiesa, sin pudor, la fe sencilla en un Dios trascendente personal, hecho que rarísima vez aparece en el cine español, tan dado a exhibir una crítica mordaz y feroz a la Iglesia y al cristianismo, especialmente si es católico. El granjero viudo resultó ser un hombre creyente, que diariamente cantaba sus salmos a Dios. En una ocasión, la joven le pregunta: "¿Cómo puedes creer en un Dios que permite que sucedan cosas tan horribles e injustas?".

Mucha gente niega la existencia de Dios porque, ante la desdicha, Dios calla y no hace nada. La única explicación de esa inactividad de Dios ante la barbarie y la crueldad de muchas injusticias y desastres naturales es que Dios no existe. Es el sentir de la protagonista de la película de esta tarde, y es la duda permanente que salpica con violencia la trama de la novela "Silencio", del japonés Shusaku Endo. Un claretiano, Ángel Aparicio, hablando de algunos salmos de súplica y confianza, hizo mención de esta novela, atravesada toda ella, del principio al fin, por el silencio de Dios. Al final de la clase, le pedí el libro y él, amablemente, me lo prestó. Trata de la persecución y el martirio al que fueron sometidos los mártires japoneses del siglo XVI-XVII, y la historia de un misionero portugués, Rodrigo, en ese contexto de persecución. Ante las torturas de sus amigos cristianos, la pregunta de Rodrigo es siempre la misma: "Señor, ¿por qué estás en silencio? ¿Por qué estás siempre en silencio?".

Hace poco tiempo, mi madre me dijo: -"No quiero dudar de Dios, pero no entiendo por qué hace las cosas tan mal hechas, por qué hace que vivan los malvados y no hace nada para salvar a los buenos...".- Por supuesto, los "malvados" y los "buenos" tenían rostro y nombre, en la conversación de mi madre, y ella tenía toda la razón en sentir perplejidad e, incluso, escándalo. Su reflexión se parecía a la de Job y a la de muchas personas a lo largo de los siglos: "¿Por qué Dios no hace nada ante el sufrimiento del inocente? ¿Por qué calla ante las injusticias?"

Hace ya muchos años, cuando murió mi hermano, al llegar a mi pueblo ante su cuerpo sin vida, yo no hacía más que repetirme interiormente una oración: "Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Era el reproche lleno de dolor de Marta y María a Jesús, cuando murió Lázaro. Pero luego me di cuenta de que era injusto ponerme a reprender a Dios y a Jesús por no haber hecho el milagro de cuidar y salvar a mi hermano. Mi hermano había sido una víctima más de las injusticias estructurales, de la ambición y la codicia que lleva a los hombres a hacer las cosas "mal hechas", provocando que otros paguen sus errores con su propia vida. ¿Qué culpa tenía Dios de todo eso? ¿Debía mandar fuego acabase con los causantes de la muerte de mi hermano?

El 1 de enero de 2005, con ocasión del terrible tsunami que causó cientos de milles de víctimas inocentes en el Sudeste asiático, Leonardo Boff escribió algo que me da luz a las preguntas: "¿Por qué callas? ¿Por qué duermes? ¿Por qué te quedas lejos?" No me da respuestas. Simplemente me da luz. Es un artículo que tituló: "¿Y Dios en todo esto?"
Os dejo con él.

YYYYYYYYYYYYYYYYYY

Ante la convulsión elemental de la naturaleza en el sudeste asiático con millones de víctimas, especialmente de inocentes, no son pocos los que, angustiados, se preguntan: ¿Y Dios en todo esto...? ¿No es Dios bueno y omnipotente como anuncian las religiones? Si es omnipotente, todo lo puede. Si todo lo puede, ¿por qué no evitó el maremoto? Si no lo evitó es señal de que o no es omnipotente o no es bueno. Como dijo un poeta-cantor: si era para deshacerlo, ¿por qué hacerlo?

Desde que el ser humano descubrió la presencia de Dios en el universo y en su vida, esta contradicción representa una llaga abierta. Los teólogos cristianos inventaron la teodicea, es decir, la argumentación que procura eximir a Dios de las desgracias del mundo y explicar el sufrimiento. Y fracasaron rotundamente, porque explicar el sufrimiento no acaba con él, así como leer recetas culinarias no quita el hambre. Por eso entendemos la contundencia de Job, el eterno protestante, contra todos sus «amigos» (y ahí me incluyo a mí mismo como teólogo y a todas las religiones) que querían explicarle el sentido del dolor:«Vosotros no sois más que charlatanes y médicos de mentira. Si al menos callaseis, la gente os tomaría por sabios». Y seguimos sin callarnos...

Ante esta situación desgarradora podemos alimentar, pienso yo, tres actitudes: de rebeldía, de resignación o de esperanza contra todo absurdo.

La revuelta se expresa por la negación. Muchos dicen: Dios no existe y si existiera sería inaceptable, pues tendríamos más preguntas que hacerle nosotros a Él que Él a nosotros. Me negaré eternamente a aceptar una creación de Dios en la cual los niños tengan que sufrir inocentemente. Este cuestionamiento es comprensible y lógico, pero no elimina el mal, pues el mal continúa. Críticos como somos, preguntamos: ¿la razón lo es todo? Dios puede ser aquello que no podemos entender.

Si la rebeldía no da respuesta, ¿tal vez la resignación? Ésta, de manera realista, constata: la realidad está hecha de bien y mal. Es ilusorio buscar la superación del mal, pues bien y mal van siempre juntos como la luz y la sombra. Sabiduría es buscar el equilibrio y aprender a vivir sin una esperanza final. Freud y los sabios del Primer Testamento aconsejan: «acepta el principio de realidad, modera el principio del deseo; acoge lo que te suceda, muestra grandeza en el dolor». Esta actitud es noble, modifica a la persona, pero no cambia la realidad brutal.

La tercera actitud es la de esperar a pesar de todo. Parte claramente del reconocimiento de que el mal es un misterio indescifrable. Está ahí no para ser comprendido sino para ser combatido. Por eso no será una teoría la que le dé sentido, sino una práctica. De ella nace la esperanza de que en todo debe haber un sentido secreto que va más allá del escándalo de la razón. Se manifiesta, por ejemplo, en el milagro de una criatura de tres meses que se salva sobre un colchón que flota sobre las aguas agitadas o en la solidaridad del mundo entero para con las víctimas. La solidaridad no elimina el dolor, pero crea la hermandad de los sufrientes, que impide la soledad y la desesperanza. Los cristianos y los budistas dicen: Dios no es indiferente al sufrimiento; Él sufre con el que sufre. En el exilio de la encarnación, gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» La pasión de Dios en la pasión del mundo nos lleva a creer que la esperanza tiene más futuro que la brutalidad de los hechos. Él prometió que «no habrá más llanto, ni luto, ni muerte porque todo eso habrá pasado». Mientras tanto, el misterio continúa siendo misterio, ¡y cómo duele!

viernes, 3 de julio de 2009

El verano, en Buenafuente del Sistal

Os informo de las tandas de Ejercicios y otras actividades veraniegas y post-veraniegas en Buenafuente del Sistal, por si alguien sigue buscando algo diferente y alternativo.
¡Buen verano!

a Julio
Día 3-11, 2ª Ejercicios Espirituales
Día 13 -18, Curso de Lectio Divina
Día 22-30, 3ª Ejercicios Espirituales

a Agosto
Día 1-9, 4ª Ejercicios Espirituales
Día 9 -14, Fátima y Camino de Santiago
Día 16 -21, Ejercicios Espirituales para sacerdotes (Dirige Mons. D. Victorio Oliver).
Día 22-30 5ª Ejercicios Espirituales

a Septiembre
Día 4 –12, 6ª Ejercicios Espirituales
Día 14, Exaltación de la Cruz
Día 18-20 Amigos de Buenafuente
Día 22 – 30, 7ª Ejercicios Espirituales

a Octubre
Día 6, Encuentro de oración en Madrid
a Noviembre
Día 3, Encuentro de oración en Madrid
Día 10-20 Peregrinación a Tierra Santa, Sinaí y Petra
Día 27-29, Encuentro de ADVIENTO

a Diciembre
Día 4–8, Retiro y VIGILIA DE LA INMACULADA
Día 22, Encuentro de oración en Madrid
Encuentros en Madrid:
En C/ Príncipe de Vergara 88; 7, tarde oración, 7,30, puntos de reflexión, 8, Vísperas y Eucaristía

Teléfonos de Buenafuente:
Monasterio – Casa de oración.- 949 83 50 32
Misión Rural, Hogar Asistido.- 949 83 50 78
Casa de Acogida.- 949 83 50 44

Correo electrónico

Transporte público desde Madrid:
Empresa SAMAR, estación de salida Méndez Álvaro, diario hasta Alcolea del Pinar. Consultar siempre los posibles cambios de horario. Tfno. Estación Sur de Madrid, 91 468 42 36/91 468 48 39. Hay que ponerse en comunicación con la Casa de Acogida para llegar a Buenafuente.

Peregrinaciones:
Quienes estén interesados en alguna peregrinación recibirán información del programa y demás detalles del viaje pidiéndolo al 949 835058. informacion@buenafuente.org

miércoles, 1 de julio de 2009

La colmena y la rueda

-“Observa la colmena –dijo, un día, una madre abadesa.-Para mí es el modelo perfecto de comunidad. Hay muchas abejas obreras, que hacen diligente y ordenadamente su labor, y hay una abeja reina…”

Si yo hubiera participado en esa interesante lección práctica de vida comunitaria, le hubiera preguntado: -“Madre, ¿y quiénes son los zánganos?”, lo que, en el contexto de ese monasterio y del movimiento en torno a él, hubiera tenido una fácil respuesta…
El caso es que a mí, a pesar de la rica miel que elaboran las abejas, de su inteligente y perfecta organización, y de su intachable laboriosidad, lo de la colmena me resulta, cuanto menos, sospechoso…, por no decir que me da muy mala espina.

Más bien, la imagen que me viene a la imaginación, cuando pienso en la comunidad de Jesús, es una imagen circular: todos en círculo, unidos por lazos muy profundos de comunión entre ellos, y referidos todos al Único que está en el Centro, al Único Maestro y Señor. Se trata de una rueda, no de una colmena a modo de casillero-servilletero de convento, y mucho menos se trata de una pirámide…
Las palabras comunión, corresponsabilidad, sinergia, sinodalidad… tienen que ver con esa circularidad de quienes seguían a Jesús.

-Otra “monja progre” hablando de tonterías…

¡Se equivoca, estimado hermano en Cristo! Lea, si no, Mc 3,34. Marcos es muy plástico al respecto: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? –dijo Jesús.- Y mirando en torno a los que estaban sentados en círculo a su alrededor, dice: Éstos son mi madre y mis hermanos…”. ¡No será que Marcos no es machacón en cuanto a la circularidad! Un círculo en el que a nadie hay que llamar “padre”, “maestro”, o “instructor”, porque uno solo es nuestro Padre, uno solo, nuestro Maestro, y uno solo, nuestro Guía (cf. Mt 23,8-10).
Viniendo al presente, quizá Jesús hubiera dicho: “No os dejéis llamar Excelentísimo y Reverendísimo, porque todos vosotros sois hermanos”.
A veces me pregunto si leemos todos el mismo Evangelio… ¿De veras no nos resultan chocantes, e incluso escandalosos, esos títulos de honor para nuestros hermanos del episcopado?

En los últimos años, he tenido la oportunidad de conocer a algún que otro superior, superiora o presbítero que, en virtud de su ministerio, actuaban como si hubiesen sido investidos, en exclusiva, con la plenitud de los dones del Espíritu: la plenitud de la ciencia, la inteligencia, el discernimiento, la palabra, el consejo… etc, etc, de tal manera, que a los “súbditos” sólo les tocaba ejecutar sus sabias decisiones y programaciones, sin más.

Esto, que parece una caricatura irreverente, desgraciadamente, no lo es. Son cosas que pasan cuando uno no tiene claro que una comunidad cristiana no es un cuartel militar, ni una sociedad monárquica, ni tampoco una colmena, por poética que pueda resultarnos la imagen. El Evangelio habla de comunidad de hermanos y hermanas, de Cuerpo de Cristo, de Comunión, de Pueblo de Dios, de discípulos y discípulas que van detrás de un único Maestro, y de un Espíritu Santo que se derrama sobre todos: judíos y gentiles, hombres y mujeres, pequeños y grandes… (cf. Hch 2,17-18). ¡Qué claro lo tenemos en la cabeza (o quizá no tanto...), y qué lejos estamos de vivirlo en nuestra Iglesia!

En mi Delegación de Pías Discípulas, hemos comenzado ahora una nueva etapa, con un nuevo equipo de “gobierno”. Y nuestro sueño y nuestro deseo es suscitar lazos entre todas por los que circule la savia del Evangelio, de Jesús, del Espíritu…, y que entre todas podamos crecer en creatividad y energía y amor para servir mejor desde nuestro carisma, y que todas estemos referidas al Único Guía y Maestro, y que todas aportemos y construyamos algo nuevo y mejor juntas, en torno al Único Señor de nuestras vidas…
Éste es mi sueño y mi deseo para mi Delegación, mi Congregación, mi parroquia, mi Iglesia… Pero, ¿cuándo llegará un día en que no tengamos miedo de bajarnos de nuestro pedestal de autoridad y de sentarnos en una mesa de hermanos, como uno más? (cf. Filp 2,1-10).