-“Observa la colmena –dijo, un día, una madre abadesa.-Para mí es el modelo perfecto de comunidad. Hay muchas abejas obreras, que hacen diligente y ordenadamente su labor, y hay una abeja reina…”
Si yo hubiera participado en esa interesante lección práctica de vida comunitaria, le hubiera preguntado: -“Madre, ¿y quiénes son los zánganos?”, lo que, en el contexto de ese monasterio y del movimiento en torno a él, hubiera tenido una fácil respuesta…
El caso es que a mí, a pesar de la rica miel que elaboran las abejas, de su inteligente y perfecta organización, y de su intachable laboriosidad, lo de la colmena me resulta, cuanto menos, sospechoso…, por no decir que me da muy mala espina.
Más bien, la imagen que me viene a la imaginación, cuando pienso en la comunidad de Jesús, es una imagen circular: todos en círculo, unidos por lazos muy profundos de comunión entre ellos, y referidos todos al Único que está en el Centro, al Único Maestro y Señor. Se trata de una rueda, no de una colmena a modo de casillero-servilletero de convento, y mucho menos se trata de una pirámide…
Las palabras comunión, corresponsabilidad, sinergia, sinodalidad… tienen que ver con esa circularidad de quienes seguían a Jesús.
-Otra “monja progre” hablando de tonterías…
¡Se equivoca, estimado hermano en Cristo! Lea, si no, Mc 3,34. Marcos es muy plástico al respecto: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? –dijo Jesús.- Y mirando en torno a los que estaban sentados en círculo a su alrededor, dice: Éstos son mi madre y mis hermanos…”. ¡No será que Marcos no es machacón en cuanto a la circularidad! Un círculo en el que a nadie hay que llamar “padre”, “maestro”, o “instructor”, porque uno solo es nuestro Padre, uno solo, nuestro Maestro, y uno solo, nuestro Guía (cf. Mt 23,8-10).
Viniendo al presente, quizá Jesús hubiera dicho: “No os dejéis llamar Excelentísimo y Reverendísimo, porque todos vosotros sois hermanos”.
A veces me pregunto si leemos todos el mismo Evangelio… ¿De veras no nos resultan chocantes, e incluso escandalosos, esos títulos de honor para nuestros hermanos del episcopado?
En los últimos años, he tenido la oportunidad de conocer a algún que otro superior, superiora o presbítero que, en virtud de su ministerio, actuaban como si hubiesen sido investidos, en exclusiva, con la plenitud de los dones del Espíritu: la plenitud de la ciencia, la inteligencia, el discernimiento, la palabra, el consejo… etc, etc, de tal manera, que a los “súbditos” sólo les tocaba ejecutar sus sabias decisiones y programaciones, sin más.
Esto, que parece una caricatura irreverente, desgraciadamente, no lo es. Son cosas que pasan cuando uno no tiene claro que una comunidad cristiana no es un cuartel militar, ni una sociedad monárquica, ni tampoco una colmena, por poética que pueda resultarnos la imagen. El Evangelio habla de comunidad de hermanos y hermanas, de Cuerpo de Cristo, de Comunión, de Pueblo de Dios, de discípulos y discípulas que van detrás de un único Maestro, y de un Espíritu Santo que se derrama sobre todos: judíos y gentiles, hombres y mujeres, pequeños y grandes… (cf. Hch 2,17-18). ¡Qué claro lo tenemos en la cabeza (o quizá no tanto...), y qué lejos estamos de vivirlo en nuestra Iglesia!
En mi Delegación de Pías Discípulas, hemos comenzado ahora una nueva etapa, con un nuevo equipo de “gobierno”. Y nuestro sueño y nuestro deseo es suscitar lazos entre todas por los que circule la savia del Evangelio, de Jesús, del Espíritu…, y que entre todas podamos crecer en creatividad y energía y amor para servir mejor desde nuestro carisma, y que todas estemos referidas al Único Guía y Maestro, y que todas aportemos y construyamos algo nuevo y mejor juntas, en torno al Único Señor de nuestras vidas…
Éste es mi sueño y mi deseo para mi Delegación, mi Congregación, mi parroquia, mi Iglesia… Pero, ¿cuándo llegará un día en que no tengamos miedo de bajarnos de nuestro pedestal de autoridad y de sentarnos en una mesa de hermanos, como uno más? (cf. Filp 2,1-10).
Me ha gustado mucho tu comparación de la colmena y la rueda. Una comparación que no sólo le vale a un monasterio, también en una parroquia puede encontrarse uno con que como laico, sólo parece estar llamado a ser abeja obrera y acatar órdenes.
ResponderEliminarOjala muchos acaben por asumir el texto de Mateo 23 que citas, y dejen de verse investidos de títulos y honores que nada tienen que ver con el Evangelio (o que el evangelio expresamente rechaza).
Y que seamos de verdad comunidades de hermanos, ruedas con Jesús en el centro.
Y enhorabuena por la nueva etapa, y que el Espíritu os acompañe a todas.
Julio
¡Gracias, Julio!
ResponderEliminarComulgamos plenamente en nuestros sentires...
¡Feliz día de domingo!