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martes, 22 de septiembre de 2009

Septiembre, el mes de la Biblia

No sé si confesar que sólo hace unas semanas que me enteré de que septiembre es "el mes de la Biblia". ¿Por qué un mes dedicado a la Biblia? La razón es que el 26 de septiembre de 1569 se terminó de imprimir totalmente la llamada "Biblia del Oso", traducción española realizada por Casiodoro de la Reina, no de las lenguas originales sino, al parecer, de la Vulgata. Lo del oso no tiene nada que ver con Casiodoro, sino con la tapa de la Biblia en la que estaba representado un oso comiendo miel de un panal.
Me parece muy bien que en las iglesias cristianas se dedique un mes especial a promover iniciativas que estimulen la lectura de la Biblia pero yo quiero proponer un año de la Biblia: el que comienza este mes de septiembre y concluirá el año próximo por estas fechas. Un año en que los creyentes se decidan a leer la Biblia entera al menos una vez en su vida, desde "el principio" del Génesis hasta el "amén" del Apocalipsis. Y un año para que los no creyentes lean la Biblia al menos con idéntico interés con el que pueden leer El Quijote o cualquier clásico de la literatura universal. Más que nada porque la herencia cultural y religiosa en la que se desenvuelve nuestra vida occidental hunde sus raíces en la Biblia y sólo se entiende desde ahí.
Lidia y yo hemos comenzado hace unos días este "año de la Biblia". Todos los días dedicamos unos veinte minutos a leer cuatro capítulos juntas. No es necesaria mayor inversión de tiempo para leer la Biblia entera en un año. Siempre comenzamos con una breve oración espontánea, y terminamos con otra oración.
La de ayer, correspondiente a los capítulos 13 al 16 del libro del Génesis, decía algo parecido a esto:
Te damos gracias, Señor, por poder escuchar tu Palabra todos los días,
por estos hombres y mujeres
de los que aprendemos a confiar en tus promesas,
a vivir de fe,
a vencer nuestra ansiosa búsqueda de seguridades
y a recibirlo todo de ti.
Se Tú nuestro amigo, y elevaremos a Ti,
en cada rincón de nuestra vida y en cada acontecimiento,
un altar de Alabanza y Amor a tu Nombre.

Esta noche hemos asistido a las risas de desconfianza de Abrahán y de Sara, a sus cambios de nombre, a la intercesión del único justo, y al nuevo "patinazo" de Abrahán, cuando expone a su mujer a Abimélec por salvar el propio pellejo. ¡Menos mal que Dios estaba siempre al quite de sus meteduras de pata para que no llegara la sangre al río! El mismo hombre que se muestra compasivo, heroico y casi sublime en unos episodios, aparece cobarde y mezquino en otros. Así era Abrahán. Así somos nosotros. Y así nos ama Dios.
a Diálogo con un escéptico
-Oiga, no termino de entender para qué sirve leer la Biblia si uno no es creyente. Además, se me antoja un peñazo infumable.
-Pues mire, sirve, por ejemplo, para no ir al Museo del Prado y quedarse sin entender nada del contenido de la inmensa mayoría de sus obras. Y, por otra parte, con todos mis respetos, decir que la Biblia es aburrida denota su ignorancia al respecto. Porque la Biblia no es un libro. Son 73. Puede que alguno de los 73 libros le resulte aburrido, pero alguno será interesante, entretenido e incluso hermoso, ¿no le parece? En la Biblia encontrará de todo: poesía amorosa, epopeyas, textos de los sabios, cuentos edificantes... ¡De todo!
-No me convence usted.
-No trato de convencerle. Pero me gustaría acabar con la cantinela de la que la Biblia es el libro más vendido pero menos leído del mundo, y menos aún comprendido. Hay mucha gente no creyente que, movida por un interés meramente cultural, se pone a leer el Corán, los upanishads o el Baghavad-Gita. ¿Por qué no la Biblia?
-Quizá porque todo lo que huele a Iglesia católica nos resulta antipático a los agnósticos y ateos...
-Puede ser. Pero la Biblia no "huele" sólo a Iglesia católica, sino a Cristianismo en general, y también a Judaísmo e Islam. Le sorprendería saber que tampoco el Corán se entiende sin la Biblia. Le guste o no le guste, éste es su milenario bagaje cultural. Y me parece poco sabio decidir ignorarlo.
-Pues, diga usted lo que diga, no pienso ponerme a leer la Biblia. Además, la verdad es que lo he intentado y no entiendo nada de nada. Dígame, ¿quién entiende las invectivas desaforadas de los profetas?
-Y dígame usted: ¿quién entiende la Divina Comedia, o la Eneida de Virgilio sin leer un buen comentario que ponga un poco de luz a los textos y los contextos? Está usted ante unos libros que se escribieron hace, como poco, dos mil años. ¿No querrá entenderlos como si se hubieran escrito ayer? Quizá sería conveniente que leyera algo sobre el posible trasfondo histórico en el que se escribieron, o sobre poética hebrea...
-¡Ve cómo no se puede leer la Biblia! ¡Demasiado esfuerzo de comprensión para tan poco provecho!
-Sobre el "provecho", nunca se sabe, amigo mío, nunca se sabe... Y respecto al esfuerzo, tiene usted toda la razón.
Al menos espero que los creyentes se decidan a hacer el esfuerzo. Ellos saben bien que el provecho está asegurado.

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