Muchas veces siento que necesito una "larga cura de silencio". Las palabras a menudo llenan mi cabeza. Borbotan en mis oídos como agua en ebullición. Los pensamientos y los episodios que se suceden atropellándose y colmando mis horas son una especie de contaminación acústica interior. Hace unos días hacía unas fotocopias con cierta celeridad (como suelo hacer casi todo), cuando la máquina se detuvo y se negó a proseguir: "memoria llena". Lo mismo le pasa a mi pc cuando tengo una docena de ventanas abiertas y tres o cuatro programas funcionando a la vez: no responde, "memoria insuficiente".
En las últimas semanas me está pasando lo mismo. Mi pc interno no responde. Memoria saturada. Indudablemente, necesito una pausa. Necesito cerrar ventanas y focalizar mi atención en pocas cosas, o quizá en una sola. Necesito silencio.
Siempre se cuenta en nuestra congregación, como parte de la memoria de nuestro alumbramiento, que cuando el fundador eligió a dos, de entre las muchas mujeres que habían abrazado la vocación paulina, para ser discípulas del Divino Maestro, éstas preguntaron: "Y nosotras, ¿qué debemos hacer?" Entonces Santiago respondió: "Vosotras haréis silencio, silencio, silencio". A medida que pasan los años advierto cada vez más el valor de este "encargo".
El silencio es la única puerta de acceso al ser esencial.
El silencio es el camino a la re-ordenación, a la re-integración, al re-nacimiento.
El silencio es la antesala del encuentro con Dios, o quizá su único espacio posible.
El silencio es la urdimbre donde se tejen con cuidado las palabras creadoras de lo mejor que podemos ser.
Y paso del silencio a las palabras. Diariamente "hacemos cosas con palabras". Podemos acariciar o desgarrar, herir o curar, condenar o justificar, decir mentiras o decir verdades... Gloria Fuertes lo expresa de un modo que me gusta: "Cómo te quema el pelo la gente que te grita".
Tanto nuestras palabras como nuestros silencios "hacen cosas". Hay silencios que matan. Negar la palabra, la mirada o el saludo a una persona es como negar su vida. La quito de en medio. La ignoro como si no existiera. Hago que no exista. También hay palabras que matan. La murmuración y la infamia son modos muy sutiles de causar un daño irreparable. Por eso, la sabiduría bíblica dedica muchos proverbios al uso compasivo y sabio de las palabras:
"Quien habla sin tino hiere como espada,
mas la lengua de los sabios cura" (Prov 12,18)
"Quien contiene sus labios es sensato" (10,19)
"Quien vigila su boca guarda su vida...
El justo odia la palabra mentirosa,
pero el malo infama y deshonra" (13,3.5)
"Una respuesta suave calma el furor,
una palabra hiriente aumenta la ira" (15,1)
"Palabras suaves son panal de miel,
dulces al alma, saludables para el cuerpo" (16,24)
"El golpe del látigo produce cardenales,
el golpe de la lengua quebranta los huesos...
A tus palabras pon balanza y peso,
a tu boca pon puerta y cerrojo" (Eclo 28,17.25)
Hoy necesito silencio para vaciarme y para aquilatar una palabra que merezca la pena ser pronunciada.
Espero que encuentres ese silencio que necesitas, tan dificil de conseguir en la vorágine de acontecimientos que configuran nuestra vida...aunque respecto a esta frase "El silencio es la antesala del encuentro con Dios, o quizá su único espacio posible", no estoy de acuerdo. No hay un único camino, espacio, tiempo...para encontrarse con Dios...ayer tuve un encuentro precioso con El viendo un espectáculo de música y circo, por ejemplo.
ResponderEliminarAbrazos.
¡Lo sabía! :) Cuando lo he escrito, sabía que encontraría esta objeción tuya. Vale, tienes razón si entendemos el silencio como "ausencia de sonido" y lo equiparamos casi a soledad y a quietud "monástica".
ResponderEliminarPero yo entiendo el silencio como ausencia de ruido interior y de división interior.
Muchas veces he encontrado silencio en los encuentros, y otras veces mis silencios exteriores están plagados de ruidos...
Es verdad que el silencio exterior ayuda, así como ciertos lugares. Pero si no puedo encontrar silencio en medio de la calle, con ruido de coches, alguna taladradora, palabras de gente que va y viene, tampoco lo encontraré un monasterio. Porque el silencio está dentro, no fuera.
Así es que sigo sosteniendo que el "estado" de silencio, consciencia y unificación es el único "espacio" posible para dejarse alcanzar. En cuanto al tiempo, creo que en los encuentros con Dios no hay espacios ni tiempos "físicos". Creo.
Un beso.
Hay que ver, ultimamente estás de un premonitorio conmigo que me asusta...
ResponderEliminarEstamos de acuerdo, entonces. si el silencio es hacer espacio dentro, el suficiente para acoger lo que se vive (y entonces se acoge también a Dios, siempre)...
Besos.
"Pon un centinela en mis labios, un guardia en la puerta de mi boca".
ResponderEliminarPues sí, más de una vez lo necesitaría así no diría tantas tonterías.
Un besote,
Conchi... y yo, (o tú, o él, o ella), ¿cómo podría procurarme esos momentos de silencio en la vida cotidiana? En medio del mundo, de la Gran Vía madrileña, ¿podría sin embargo, hacer silencio en el que sólo escuche Su palabra?
ResponderEliminarDice Concepcionistas Franciscanas que "Silencio" es ausencia de ruido interior, si bien ayudaría mucho también la ausencia de ruido exterior. Quizá sirva con tranquiliar a "la loca de la casa" pero... comprendo tu necesidad de parón. Yo también lo echo de menos a veces... ¿necesidad de ejercicios espirituales? Quién sabe!
Un abrazo.
Pues mira, Víctor, hablando de ejercicios espirituales, este año no he podido encontrar un hueco de días para hacerlos. Siempre los hago en verano. Desde agosto del año pasado, en Loyola, no disfruto de ese parón necesario. Pero este curso me he propuesto hacer los "ejercicios en la vida corriente" por mi cuenta. Quiero decir, sin acompañante. Me parece que los jesuitas de la calle Maldonado acompañan grupos y personas en el itinerario de este tipo de ejercicios durante todo un año. Puede ser una opción A para la búsqueda de "espacios" de encuentro y escucha de Dios.
ResponderEliminar(Por cierto, que "concepcionistas franciscanas" soy yo. Perdón... Estaba con ese usuario cuando publiqué el comentario y no me di cuenta hasta esta mañana. Participo como miembro en el reciente blog de mis amigas-hermanas concepcionistas).
Opción B: cógete alguno de los libros de ejercicios en la vida corriente como "En casa con Dios", de Hedwing Lewis, Ed. Mensajero, o "Cristo en lo cotidiano", de André de Jaer, ed. Sal Terrae, y HAZLOS.
Opción C: regálate todos los días una hora de meditación con la Palabra de la Liturgia del día. Escribe, en 10 ó 15 minutos, tras esa hora, algo que haya tocado tu centro. Así, todos los días. Esta opción me gusta más.
Y eso, sin dejar tus grupos de referencia, tu oración semanal de Taizé, tu guitarra (sigues aprendiendo)... En fin.
Yentl, a mí también me vino ese salmo, cuando le di un repasillo a los libros del Eco y Prov. Pero... tú no dices tonterías. ¡Ojalá muchas mujeres en nuestra iglesia dijeran las cosas que tú dices!
¡Pues qué le voy a hacer, Carmen! Es que en el momento en que lo escribía me vino una sonrisa pensando en tu objeción. Pero, en el fondo, en ese punto, sentimos lo mismo.
Un beso a los tres.
Silencio... Palabra... palabra... Hasta donde llega mi pobre entender tanto el silencio como la Palabra habitan en un mismo lugar, un lugar donde se amansa y hunde el amor, el perdón, la paz... La palabra a veces nos "aturulla" de tal forma que nos perdemos en su maraña, pero es necesaria y ayuda a compartir la Palabra y la vida. Es cierto que se echa de menos el silencio reposado en la vida diaria, el encuentro con el Amado sin "ruidos" externos, pero Él mismo nos regala el encuentro con su persona en los demás. Podemos buscar los momentos "silenciosos" que tanto bien nos hacen, quizá los encontremos. Un saludo a todos,
ResponderEliminarGracias por tus palabras sabias, amiga mía. Es que tú eres una persona muy silenciosa y tu corazón está silenciado, por eso para ti es lo mismo la palabra que el silencio.
ResponderEliminarUn abrazo y buen día.