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lunes, 23 de enero de 2012

La madre y los hermanos de Jesús

Lectio divina de Marcos 3, 22-35

22 Los maestros de la ley, que había venido de Jerusalén, decían: «¡Tiene a Belcebú!»; y también: «¡Echa a los demonios con el poder del príncipe de los demonios!» 23 Jesús entonces los llamó y les dijo en parábolas: 24 «¿Cómo puede ser que Satanás eche a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. 25 Y si en una casa está dividida contra sí misma esa casa no puede subsistir. 26 Si Satanás se alza contra sí mismo, está dividido y no puede subsistir, toca a su fin. 27 Por otra parte, nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y arrebatarle sus cosas si antes no lo ata; sólo así podrá saquear su casa». 28 «Os aseguro que a los hombres se les perdonarán todos los pecados y blasfemias que digan; 29 pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás y cargará con su pecado eternamente». 30 Y es que a los maestros de la ley decían: «Tiene un espíritu inmundo».
"¡Estos son mi madre y mis hermanos!"
31 Llegaron la madre y los hermanos de Jesús; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. 32 La gente estaba sentada a su alrededor cuando le dijeron: «Mira, ahí afuera te buscan tu madre y tus hermanos y hermanas». 33 El respondió: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?» 34 Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «¡Estos son mi madre y mis hermanos! 35 Porque el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

CUANDO LEAS
La perícopa con la que hoy vamos a orar podríamos dividirla en dos partes: la llegada de los maestros de la ley de Jerusalén y la llegada de sus parientes.
Jerusalén es para Marcos la ciudad hostil, en la que Jesús será ajusticiado. Los maestros de la ley son los adversarios de Jesús. Por tanto, decir los maestros de ley venidos de Jerusalén equivalía a decir los enemigos más acérrimos de Jesús. En lugar de enfrentarse abiertamente a ello, los llamó, al igual que había hecho anteriormente con sus discípulos y para que entiendan completamente la misión de Jesús les cuenta tres parábolas. La primera y la segunda se refieren a la situación sociopolítica. Cuando un pueblo está dividido se destruyen entre ellos mismos. Incide aún más en esto con la segunda parábola dedicada a la familia, la cual si está en lucha, los vínculos familiares se rompen y la familia deja de existir. Con la tercera parábola, entra en el meollo de la cuestión, suponiendo que Satanás expulsa a Satanás. Es decir, supongamos que los demonios están en guerra contra ellos mismos, quiere decir que el «reino de Satanás» está llegando a su fin, por lo cual ha llegado la salvación. Y la salvación es obra de Dios. Al mundo, en el cual hasta ahora ha dominado Satanás, ha llegado uno que es más fuerte, el cual ha atado a aquel, para liberar a la humanidad del mal y ofrecerles la salvación.
El problema está en que algunos no quieren acoger dicha salvación: los que pecan contra el Espíritu Santo. O sea, aquellos que niegan que Jesús expulse a los demonios bajo la acción del Espíritu Santo. Atribuir al demonio lo que es signo del Espíritu Santo es un pecado imperdonable. Es rechazar de pleno la actuación y la presencia de Dios en la historia del ser humano. Esto lo hacen los maestros de la ley llegados de Jerusalén que son, precisamente, los encargados de mostrar a sus contemporáneos el paso de Dios por la historia. De nada sirve que recordemos lo portentos de Dios en la antigüedad, si no somos capaces de verlo en nuestro acontecer diario.
Nos adentramos ahora en la segunda parte del pasaje que nos ocupa. Llegan su madre y sus hermanos. Dicha expresión se refiere a la familia en sentido extenso. Es curioso que no intentan llegar hasta él, sino que se quedan fuera y lo mandan llamar. Se encuentran en el espacio opuesto al que se encuentra Jesús, la multitud por su parte está sentada alrededor en actitud de escucha. Sus familiares, por el contrario, lo que quieren es hacer oír sus voces, quieren hacer valer sus derechos ante Jesús. Con su actuación está dañando la reputación de la familia, y es mejor llevárselo a casa.
Con una expresión aparentemente bastante dura, Jesús quieres mostrarnos quién pertenece a su verdadera familia: los que cumplen la voluntad de Dios. Para ello, es necesario, en primer lugar, que nos pongamos en actitud de escucha, lo cual están haciendo los que se encuentran alrededor de Jesús. Pero, además, es poner en práctica lo que se ha escuchado. Esos son la madre, y la hermana y el hermano de Jesús.


CUANDO MEDITES


- ¿Cómo acojo yo la Palabra y al misión de Jesús?
- ¿Soy vehículo de comunión en mi familia, mi comunidad, con aquellos que me rodean? ¿O, por el contrario, promuevo la discordia, «la guerra civil»?
- Ante Jesús, ¿me pongo en actitud de escucha?
- ¿Intento en mi vida cotidiana cumplir la voluntad de Dios?


CUANDO ORES


Salmo 142


(1) Señor, escucha mi oración;
tú, que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú, que eres justo, escúchame.
(2) No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.
(3) El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
(4) Mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.
(5) Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
(6) y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.
(7) Escúchame enseguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.
(8) En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti.
Indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.
(9) Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
(10) Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.
(11) Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.

(Autor: José Ignacio Pedregosa, ssp. Equipo de animación de lectio divina de la U.P. Comillas)

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