"Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija" (Mc 7,29)
En este capítulo, aparece una mujer que te sorprende y te "convierte". ¡También a mí me asombra!
Ella te "rogaba" y tú le "decías". El imperfecto da a entender que hubo insistencia, que hubo repetidas peticiones y repetidas negativas: "No está bien echar el pan de los hijos a los perros".
¡Duras palabras, Jesús! Como buen judío, estabas convencido de que "habías sido enviado sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel". Pero esta mujer hizo como tu madre en las bodas de Caná: forzó tu hora, forzó tu apertura a los paganos con su confianza, su constancia y su humildad.
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"Es ella la que hace reaccionar a Jesús que, en la narración, da un giro total a su actitud (...) ¿No pudo ser que la mujer "le removiera" por dentro y se sintiera alcanzado de tal manera que le llevó a modificar su postura previa?" (Enrique Martínez Lozano). Enrique lo dice muy suavemente... Sí, parece que, efectivamente, así fue: la sirofenicia cambió a Jesús.
Marcos no resalta explícitamente la fe de la mujer, aunque la deja entrever. En Mateo, sin embargo, Jesús exclama: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas" (Mt 15,28).
Mc 8: La incredulidad de "los judíos perfectos"
"Los fariseos comenzaron a discutir con él pidiéndole un signo del cielo, con el fin de ponerle a prueba (Mc 8,11)
¿Por qué, Dios, permites estas cosas? ¿Por qué no haces un milagro y curas a esta persona tan buena? ¿Por qué no haces que se acabe el hambre en el mundo? ¿Por qué no impides las catástrofes naturales, detienes los huracanes y frenas las tormentas?... ¿Por qué?...
Te pedimos signos continuamente en lugar de aceptar que la vida y la materia son como son: limitadas, defectuosas, falibles, temporales... Y eso nada tiene que ver con tu existencia o tu inexistencia, con tu bondad o tu indiferencia... Bueno, sí tiene que ver. Tú estás siempre con nosotros, y más aún cuando sobreviene la catástrofe. Te pedimos signos en lugar de confiar en ti, a fondo perdido, en cualquier circunstancia.
Mc 8: Los ciegos, prototipos de la ceguera de los discípulos
"Y quedó curado, de suerte que veía de lejos, claramente, todas las cosas" (Mc 8,25-26)
Los ciegos son, en los evangelios, símbolo de la falta de fe de los discípulos. Como este ciego del capítulo 8, así también Bartimeo (Mc 10,46-52) y el ciego de nacimiento de Juan (Jn 9).
La clarividencia final de este hombre contrasta con la ceguera y el atolondramiento de los discípulos, que no entienden (Mc 7,18; 8,17-21).
Mc 9: El poder de la fe
"¡Todo es posible para quien cree!" (Mc 9,23)
El pasaje del endemoniado epiléptico es uno de los más emblemáticos del evangelio de Marcos sobre la fe. Es un episodio lleno de dramatismo y de contrastes: una generación incrédula, unos discípulos impotentes porque no tienen fe, un padre que cree, pero no lo suficiente, y Jesús... Jesús, que tiene una fe capaz de hacer posible lo imposible.
El pasaje pone en conexión, además, la fe con la oración.
"El roce hace el cariño", el trato asiduo con Dios acrecienta y fortalece la fe. Es más, ese trato asiduo nos hace parecidos a Dios.
La oración de Jesús era ininterrumpida. Él era uno con el Padre...
Mc 10: El ciego que ve
"'Vete, tu fe te ha salvado' Y, al instante, recobró la vista y le seguía por el camino" (Mc 10,52)
Otro texto emblemático de Marcos: la curación del ciego Bartimeo.
Si leemos seguidos y con atención los capítulos 8,31 a 10,52, veremos que es una sección en la que Jesús les dirige una enseñanza especial a sus discípulos. Se trata del "manual del buen discípulo": uno que "pierde su vida" en lugar de guardársela ("lo que no se da, se pierde"), uno que sube a la montaña de la transfiguración y oye la voz del Padre que le llama "hijo", "hija", uno que expulsa demonios y cura, como hace su Maestro, porque tiene una fe como para mover montañas, uno que busca los últimos puestos, del servicio y la entrega, uno que deja todas sus riquezas, porque su tesoro es el Reino de Dios... Pero, sobre todo, lo más repetido es uno que sirve. "Servir" es el verbo que caracteriza a Jesús. Servir y dar la vida, haciéndose el último de todos, como un niño...
Esta enseñanza está articulada con los tres anuncios de la pasión, tras los cuales los discípulos demuestran no haber entendido nada, puesto que continúan con sus pretensiones ambiciosas (ser "los primeros"). Los discípulos están ciegos.
Por eso, la colocación estratégica de este relato de Bartimeo al final de esta sección hace de este ciego prototipo del buen discípulo que, dejándolo todo, sigue a Jesús por el camino.
Curiosamente, ni los que se consideran la élite del judaísmo (fariseos, escribas, sumos sacerdotes), ni aquellos de los que se esperaría una respuesta de fe (los discípulos "oficiales", los apóstoles) creen en Jesús. No le comprenden. No le entienden. Y son los pobres, ciegos, cojos, mujeres, niños, paganos... los que aciertan a entrever algo de su maravillosa identidad.
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