“¿Quién es éste de quien oigo tales cosas? Y buscaba verlo” (Lc
9, 9)
Quiero compartir contigo, (sí, contigo que lees estas líneas), algunos
trazos de mi historia vocacional. Mientras meditaba este fragmento del
Evangelio hacía memoria del paso de Dios en mi camino y de aquella llamada que
ha cambiado completamente mi vida.
Sor M. Natália, pddm |
No puedo decir que me he convertido. De hecho, siempre he frecuentado
la iglesia, pero vivía como si no la frecuentase. Fui a la catequesis, iba a
misa cada domingo, pero lo hacía como una obligación, como un ir por ir.
Hoy estos versículos del Evangelio me han hecho regresar a aquel
tiempo en el que yo no sabía qué pensar. Al final, ¿quién era Dios para
mí? ¿Para qué iba a la Iglesia? ¿Por qué la obligación de ir todos los domingos
a misa sólo porque mis padres querían? Dios existía pero era un Dios lejano que
no tenía nada que ver conmigo, con mi vida. Y yo tenía sed de vida, no de
obligaciones paralizantes, de algo que empujaba mi corazón a cosas grandes.
Un día me hablaron de Jesús en un modo nuevo, muy diverso de aquello
que había escuchado hasta entonces y muy diverso de cuanto había aprendido en
la catequesis. Comencé a hacer un camino de fe acompañado por el RnS y comencé
a experimentar a un Dios cercano, que desde siempre me había pensado y amado,
un Dios encarnado que era parte de mi vida. Así, poco a poco, mi sed aumentaba
siempre más y supe que aquello grandioso, que lo que buscaba, tenía un rostro,
el rostro de Jesús, de aquél que yo intentaba ver y conocer y que estaba vivo y
vive en mí.
Esta experiencia de un Dios presente en mi vida, en mi ser, me llenó
de una felicidad tal que no podía tenerlo
sólo para mí. Poco a poco, a medida que
hacía camino, sentía que Dios quería algo más grande para mí: la entrega total de
mi vida. Al principio me negué por completo; tenía mis proyectos, mis sueños…
toda una vida que quería construir, pero Dios no se cansa de llamar a nuestra
puerta… y así hizo conmigo hasta conquistarme plenamente. Finalmente, entendía
que cuanto deseaba y soñaba era ridículo en comparación al gran proyecto de
amor que Él tenía para mí.
La decisión de abrazar la vida consagrada en la que hoy es mi
congregación de las Pías Discípulas ha sido un poco difícil. Al principio me
parecía que mi sitio era otro, en la vida de clausura, pero Dios, con su luz,
me iluminaba en mi necesidad hasta conducirme a las pddm.
Inicié este camino el 8 de septiembre de 2001. En estos años de
discipulado he intentado ver cada vez más, quién es este Jesús que me ha
atraído y elegido. Me doy cuenta de que ésta es una aventura de cada día, como la de los enamorados que descubren con asombro
algo nuevo uno del otro; así es la experiencia con el amor de Dios, que se
revela en el rostro de Jesús en la cotidianidad.
En este momento, me preparo al Sí definitivo con la Profesión
Perpetua. Un sí tejido de tantos otros sí que he dado a lo largo de estos once
años de vida consagrada. Un sí que me hace libre para amar a Dios y a cuantos
Él pone en mi camino.
Siento que mi vida es un desafío cotidiano: vivir como una mujer
enamorada de Dios y vivir mi discipulado en continua búsqueda de su rostro en
las personas y en los acontecimientos de la historia en el mundo de hoy. Soy
discípula de Jesús Maestro llamada a vivir su amor en primera persona. Sólo así
mi vida donada puede propagarse comunicando al mundo la Belleza que salva: Jesucristo.
Sor M. Natália Gomes Simoes, pddm
Delegación de Portugal
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