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jueves, 23 de enero de 2014

Dame de tu agua viva

Lectio divina de Juan 4,1-41

1 Cuando Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan2 -aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos-, 3abandonó Judea y volvió a Galilea.
4 Tenía que pasar por Samaría. 5 Llega, pues, a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. 6 Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta.
7 Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.», 8 pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana:
9 «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.)
10 Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva11 Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? 12 ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
13 Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»
15 Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.»
16 El le dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.»
17 Respondió la mujer: «No tengo marido.»
Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido, 18 porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad.»
19 Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.»
21 Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22 Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. 24 Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.»
25 Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo.»
26 Jesús le dice: «Yo soy, el que te está hablando.»
27 En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: «¿Qué quieres?» o «¿Qué hablas con ella?»
28 La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: 29 «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo30 Salieron de la ciudad e iban donde él.
31 Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: «Rabbí, come.»
32 Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no conocéis.»
33 Los discípulos se decían unos a otros: «¿Le habrá traído alguien de comer?»
34 Les dice Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. 35 ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. 36 Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. 37 Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: 38 yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga.»
39 Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho.»
40 Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
41 Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, 42 y decían a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»
CUANDO LEAS

s Fíjate en que, en los primeros capítulos del evangelio de Juan, Jesús se va revelando como el cumplimiento de las esperanzas de Israel. Jesús es “aquel de quien escribió Moisés en la ley y los profetas” (Jn 1,43), es el Mesías esperado (1,41), es el Unigénito de Dios; es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; es el Novio en el banquete escatológico del Reino; es el nuevo Templo; es el que ha venido de parte de Dios como Maestro y enseña su camino conforme a la verdad; es la Palabra, la Luz y la Vida.
s En el capítulo 4, Jesús se revela como el que responde a las esperanzas del judaísmo heterodoxo samaritano y a las expectativas del mundo entero. Podemos distinguir las siguientes partes en el evangelio:
  • vv.1-3: Transición que justifica el paso de Jesús por Samaría.
  • vv. 4-6: Introducción geográfica.
  • vv.7-26: Coloquio de Jesús con la samaritana
  • vv.27-30: Vuelta de los discípulos y marcha de la samaritana.
  • vv.31-38: Diálogo de Jesús con los discípulos.
  • vv. 39-42: Conclusión. Los samaritanos creen en Jesús.
s Cae en la cuenta de que, a lo largo del episodio, se produce un progresivo descubrimiento de la identidad de Jesús, reconocido, en primer lugar, como judío (v.9), más grande que Jacob (v.12), profeta (v.19), Mesías (vv. 26.29) y Salvador del mundo (v.42). Junto a este tema cristológico, aparece la novedad del don del Espíritu y de la misión simbolizada en la siega.
s El episodio sucede en una ciudad de Samaría llamada Sicar.  Samaría sugiere, en tiempos de Jesús, un lugar hostil. Los judíos y los samaritanos no se trataban. Tenemos un ejemplo de esa hostilidad entre judíos y samaritanos en el evangelio de Lucas (cf. Lc 9,51-56). Pero Jesús rompe esta oposición étnica: reconoce al leproso agradecido (cf. Lc 17,11ss), y pone como protagonista de una parábola del amor a un samaritano (cf. Lc 10, 30ss.). Y no solo rompe el antagonismo entre dos pueblos sino también las barreras del sexo. Un maestro no debía hablar con una mujer sola sin la presencia del marido (de ahí, la extrañeza de los discípulos en v. 27).
s Jesús se sienta junto a un pozo y se encuentra con una mujer que viene a sacar agua. Una pareja junto a un pozo sugiere y evoca los relatos patriarcales de los encuentros amorosos entre los patriarcas y las matriarcas: Eliezer, siervo de Abrahán, encuentra a Rebeca, futura esposa de Isaac, junto a un pozo (Gn 24,11ss); Jacob se enamora de Raquel junto a un pozo (Gn 29), y Moisés conoce a Séfora junto a un pozo (Éx 2,15). El escenario sugiere, por tanto, un encuentro de amor y de mayor intimidad.
Jesús, sentado junto a un pozo, se encuentra con una mujer sin nombre, personaje que representa al pueblo de Dios idólatra y representa a cada uno de los discípulos y discípulas con los que Jesús se hace el encontradizo aprovechando nuestra situación de carencia y necesidad.
s Fíjate en los personajes principales y secundarios de la escena:
- Jesús: Aparentemente es un hombre normal, un hombre que experimenta el cansancio y la sed tras largas horas de caminata. Es judío, pero se trata de un judío muy “extraño”, pues le dirige la palabra a una mujer y, para colmo, samaritana. Fíjate lo que dice un tratado rabínico sobre el trato con las mujeres: “Un hombre se procura tanto mal cuanto más tiempo pasa hablando con la mujer, se aleja de la palabra de la ley y su destino es la gehenna” (Abot 15). Pero Jesús no hace ningún caso de principios y normas que marginen y excluyan a los débiles.
- La mujer samaritana: La vida de esta mujer está marcada por la carencia y la rutina infecunda. Diariamente debía ir a buscar el agua, pues carecía de ella. Tampoco tenía marido. Había tenido cinco, y su compañero actual no era su marido. Esta mujer representa el pueblo idólatra, incapaz de saciar su sed de vida con los numerosos dioses paganos a los que se había ido aferrando sin encontrar lo que pedía su corazón. Recordemos que muchos profetas utilizan la imagen de una esposa que se prostituye para representar al pueblo infiel a Dios (cf. Oseas 1-2; Ez 16,15ss; Jr 3...). La referencia a los cinco maridos puede ser una alusión a las cinco ermitas de los dioses paganos que se mencionan en 2 Re 17,24-41.
- Los samaritanos de Sicar: Creen en Jesús por el anuncio de la mujer. Pero no se conforman con una fe “recibida”, “heredada”, “externa”. La hacen suya cuando ellos mismos conocen a Jesús y le oyen (vv. 39-41). Fíjate en el proceso que sigue su fe: el testimonio de alguien à la fe desde lo escuchado à la personalización de la fe à la confesión. Es un itinerario catecumenal.
- Los discípulos entran en escena en los vv. 27-38. Tienen en común con la samaritana que no entienden el lenguaje de Jesús ni entran en su modo de pensar. Ellos están empeñados en que coma y Jesús les está hablando de “otro alimento”, como la samaritana estaba obstinada en hablar del agua H2O, del cubo y de cómo se las arreglaría Jesús para sacarla del pozo... mientras que Jesús estaba hablando del agua viva del Espíritu.
s Fíjate en el proceso que va haciendo esta mujer: pasa de sus búsquedas más superficiales a las más profundas; del agua material al agua viva; de la percepción de Jesús como un “judío”, un simple “hombre”, al reconocimiento de Jesús Profeta y Mesías-Cristo.
Su fe sorprendida la arrastra a dejar el cántaro (“cisternas agrietadas que no retienen el agua”, diría Jeremías), y a ir corriendo a anunciar lo que ha visto y oído. Su fe contagia de fe a sus paisanos, quienes terminan confesando: “Éste es verdaderamente el Salvador del mundo”.

CUANDO MEDITES

1. Jesús, vulnerable, cansado y sediento, me pide de beber. A pesar de mi pobreza, él confía en mis recursos, en que puedo hacer algo por él… ¿Qué puedo darle yo de lo que tengo?
2. Jesús rompe los muros de separación y exclusión y se dirige a una mujer samaritana para hacerle el don de su persona, del Espíritu, de la salvación… ¿A quién incluyo y a quién excluyo yo de mi vida y mis relaciones?
3. La samaritana tiene sed. Busca agua con su cántaro. ¿De qué tienes sed tú? ¿Cuáles son tus búsquedas y deseos profundos?
4. Date cuenta de cuáles son los “maridos” en los que a veces pones tu seguridad y tu felicidad: ¿la salud, la prosperidad económica, el éxito profesional, la buena fama...?
5. Contempla a Jesús como el agua viva que te da el agua del Espíritu Santo. ¿Con qué manantiales calma Dios la sed de tu vida? ¿Qué oasis, ríos, fuentes, pozos... ha puesto en tus desiertos?
6. Cuando la samaritana se encuentra con Jesús, deja atrás su cántaro y va a anunciarlo a sus vecinos. Haz memoria de personajes bíblicos o personas que conozcas que, al encontrarse con Jesús, dejaron atrás todo lo que hasta entonces había constituido su seguridad y su riqueza. ¿Qué has dejado atrás tú? ¿Qué sientes que debes dejar atrás?...
7. Jesús dice que su alimento es hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra. ¿Con qué alimentas tu vida y tu fe? ¿Qué lecturas, conversaciones, “ritos”, hábitos, costumbres, relaciones...? ¿Qué espacios de oración dejas para que el Señor te dé de beber y te alimente?
8. ¿Crees que Jesús es el Salvador del mundo y tu Salvador, como confesaron los samaritanos? ¿Sientes la urgencia amorosa de anunciarlo así a los demás?
CUANDO ORES

w Acércate a Jesús, manantial de agua viva y exponle tu vida, tus cansancios, tus vacíos, tus búsquedas… Pídele: “Dame de tu agua viva”.
w Dale gracias porque se hace el encontradizo contigo y te da su vida, su Espíritu… todo.
w Puedes terminar rezando la siguiente oración:

Tengo sed de ti

Es verdad. Estoy a la puerta de tu corazón, de día y de noche.
Aun cuando no estás escuchando,
aun cuando dudes que pudiera ser yo,
ahí estoy: esperando la más pequeña señal de respuesta,
hasta la más pequeña sugerencia de invitación
que me permita entrar.
Y quiero que sepas que cada vez que me invitas,
Yo vengo siempre, sin falta.
Vengo en silencio e invisible,
pero con un poder y un amor infinitos […].
Vengo con Mi misericordia, con Mi deseo de perdonarte y de sanarte,
con un amor hacia ti que va más allá de tu comprensión.
Un amor en cada detalle, tan grande como el amor
que he recibido de Mi Padre.
Vengo deseando consolarte y darte fuerza,
levantarte y vendar todas tus heridas.
Te traigo Mi luz, para disipar tu oscuridad y todas tus dudas. […]
Vengo con Mi paz, para tranquilizar tu alma.
Cuando finalmente abras las puertas de tu
corazón y te acerques lo suficiente,
entonces Me oirás decir una y otra vez,
no en meras palabras humanas sino en espíritu:
«no importa qué es lo que hayas hecho, te amo por ti mismo.
Ven a Mí con tu miseria y tus pecados, con tus problemas y necesidades,
y con todo tu deseo de ser amado.
Estoy a la puerta de tu corazón y  llamo... ábreme, porque tengo sed de ti…».

(Madre Teresa de Calcuta) 

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Lectio divina preparada por Conchi López, pddm (Equipo de animación de San Francisco de Borja, Madrid)

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