MONTAÑA
Moisés llegó hasta el monte Horeb,
siendo aún pastor de los rebaños de su suegro Jetró, y allí tuvo la experiencia
de encontrarse con Dios en la teofanía de una
zarza que ardía sin consumirse. Allí Dios se le reveló como el que “ve”,
“escucha”, “conoce” la aflicción de su pueblo, y “baja” para librarlo de la
esclavitud. Dios se manifestó entonces con un nombre: “Yo soy el que soy” (Éx 3,14), y el mismo monte Horeb, ahora bajo
la denominación de Sinaí, sirvió como escenario en el que Dios volvió a revelarse
a Moisés como el Dios “misericordioso y
clemente, lento a la cólera y rico en amor y en fidelidad” (Éx 34,6).
Elías,
en un momento de crisis existencial y religiosa, también atravesó el desierto,
camino del Horeb, para encontrar a Dios allí, en la cima del monte, en “la voz de un silencio semejante a un
soplo” (1 Re 19,12). No lo encontró Elías en medio del huracán, del
terremoto o del fuego abrasador. No lo encontró en su celo desmedido, en su
hiperactividad como profeta, en el ruido y clamor de sus logros, ni en el miedo
por su propia supervivencia. Lo encontró en
la quietud y en un silencio que es más elocuente que las palabras.
Jesús
también subió a un monte a orar, el Tabor, y allí quedó transfigurado, lleno de
luz, y volvió a escucharse aquella voz que ya se dejó oír en el bautismo
proclamando: “Éste es mi Hijo Amado,
escuchadle” (cf. Mt 17,1-8).
EJERCICIO:
Podemos preguntarnos a qué montaña podemos acudir nosotros para dejarnos
encontrar por Aquel cuya palabra re-creadora quiere llegar a nosotros hoy.
Jesús dice que no es preciso subir a este monte o a aquel, sino entrar en la interioridad, en el centro del
ser, y allí esperar en silencio, con el corazón callado y a la escucha,
como Moisés llevó ante Dios sus tablas
vacías para que Dios las llenara con sus diez palabras de vida.
La
montaña es símbolo de ese lugar cercano a Dios, solitario y silencioso donde
cesan los ruidos y podemos encontrarlo o, mejor, dejarnos encontrar por él.
¿Cómo puedo buscar “espacios” para Dios en este tiempo de cuaresma? Busca esos
espacios y frecuéntalos con constancia y cariño…
DESIERTO
El
desierto es, como la montaña, espacio privilegiado de encuentro con Dios. Así
lo proclama Moisés en el cántico del Deuteronomio que dice:
“Lo encontró en una tierra
desierta,
en
una soledad poblada de aullidos.
Lo rodeó,
cuidando de él,
lo guardó,
como a las niñas de sus ojos.
Como
un águila incita a su nidada,
revolando
sobre sus polluelos,
así
extendió sus alas,
los tomó y los llevó
sobre sus plumas.
El
Señor solo los condujo,
no
hubo dioses extraños con él” (Dt 32,11-12).
El
desierto (midvar) es lugar de la
palabra (dabar), de la alianza entre
Dios y su pueblo, de la prueba y del crecimiento. Es el lugar de la seducción y
del enamoramiento, como dice Oseas: “Por
eso voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón…” (Os
2,16).
Jesús también
estuvo en el desierto y, en medio de la tentación y de la prueba, su unión con el Padre y su confianza en
él no se quebraron. Si el tentador ponía en duda su condición de Hijo Amado
de Dios, él se adhería con más fuerza a su fe en el amor del Padre, del que
nada ni nadie le podían separar (“El
Padre y yo somos uno”, Jn 10,31).
EJERCICIO:
En nuestras experiencias de “soledad poblada de aullidos”, de desiertos llenos
de pruebas..., podemos hacer la experiencia de pegarnos más a Aquel que es
nuestra vida (cf. Dt 30,19). Textos como el de Jn 15 o Rom 8,28-39 pueden
ayudarnos a responder a toda tentación tomando en nuestra boca las palabras: “¿Quién puede separarnos del amor de Cristo?”
MANANTIAL
La samaritana
fue a sacar agua de un pozo con su cántaro y se encontró con que la misma Fuente de agua viva se le ofrecía por
entero (Jn 4). Ya Jeremías había
advertido: “Me dejaron a mí, manantial de
aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jr
2,13).
Dios
es como un manantial de agua inagotable del que podemos beber y saciarnos.
Podemos ser como árboles plantados junto
a él, siempre frondosos, sin marchitarnos, sólidos, estables y llenos de
vida, o como paja seca que se la
lleva el viento (cf. Salmo 1). Cuando la samaritana comprendió esto, dejó atrás
su cántaro limitado, ya innecesario. Bebió del agua vida de Jesús y ella misma quedó
convertida en un río de agua viva capaz de saciar la sed de otros: “Si
alguno tiene sed, que venga a mí y beberá el que cree en mí; como dice la
escritura: De sus entrañas correrán ríos de agua viva. Esto lo decía
refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él” (Jn
7,37-38).
EJERCICIO: 1) ¿Te sientes una persona fluida,
nutrida por el agua viva, saciada?... ¿Qué bloqueos impiden que circule la vida
de Dios, la esperanza, la alegría, la risa en tu interior? (Examina tus miedos
– a los juicios, a los conflictos…; examina tu afán de reconocimiento, de
reputación; la rivalidad, la comparación…; la compulsión de tener el control…;
la irritación…; la falta de seguridad y la victimización…)[1].
2) Ora con Ezequiel 47,1-2: Por donde pase el torrente habrá
fecundidad… y sanación…
Expón
esas zonas de tu vida bloqueadas,
resecas, endurecidas… a la corriente de Agua Viva que viene a sanar y a
fecundar.
Imagino ese agua cruzando toda mi
persona, mi cuerpo, mis pensamientos tóxicos, mis emociones más negativas, todo
aquello que resta vida en mí… y el agua de Dios lo va liberando y sanando…
[1]
Mariola López Villanueva, Ungidas. Un itinerario de oración con relatos de
mujeres, Sal Terrae, 2001 61-69
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Bienvenid@ y gracias por detenerte a comentar!
TODOS los comentarios serán publicados, siempre que las opiniones sean expresadas con respeto. Éste es un espacio para el encuentro, el diálogo y la comunicación de experiencias, en la diversidad. No es lugar para la controversia o la propaganda de blogs que nada tienen que ver con los temas que aquí se tratan.