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lunes, 17 de marzo de 2014

Lugares bíblicos para el camino de Cuaresma

MONTAÑA
Moisés llegó hasta el monte Horeb, siendo aún pastor de los rebaños de su suegro Jetró, y allí tuvo la experiencia de encontrarse con Dios en la teofanía de una zarza que ardía sin consumirse. Allí Dios se le reveló como el que “ve”, “escucha”, “conoce” la aflicción de su pueblo, y “baja” para librarlo de la esclavitud. Dios se manifestó entonces con un nombre: “Yo soy el que soy” (Éx 3,14), y el mismo monte Horeb, ahora bajo la denominación de Sinaí, sirvió como escenario en el que Dios volvió a revelarse a Moisés como el Dios “misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en amor y en fidelidad” (Éx 34,6).
Elías, en un momento de crisis existencial y religiosa, también atravesó el desierto, camino del Horeb, para encontrar a Dios allí, en la cima del monte, en “la voz de un silencio semejante a un soplo” (1 Re 19,12). No lo encontró Elías en medio del huracán, del terremoto o del fuego abrasador. No lo encontró en su celo desmedido, en su hiperactividad como profeta, en el ruido y clamor de sus logros, ni en el miedo por su propia supervivencia. Lo encontró en la quietud y en un silencio que es más elocuente que las palabras.
Jesús también subió a un monte a orar, el Tabor, y allí quedó transfigurado, lleno de luz, y volvió a escucharse aquella voz que ya se dejó oír en el bautismo proclamando: “Éste es mi Hijo Amado, escuchadle” (cf. Mt 17,1-8).
EJERCICIO: Podemos preguntarnos a qué montaña podemos acudir nosotros para dejarnos encontrar por Aquel cuya palabra re-creadora quiere llegar a nosotros hoy. Jesús dice que no es preciso subir a este monte o a aquel, sino entrar en la interioridad, en el centro del ser, y allí esperar en silencio, con el corazón callado y a la escucha, como Moisés llevó ante Dios sus tablas vacías para que Dios las llenara con sus diez palabras de vida.
La montaña es símbolo de ese lugar cercano a Dios, solitario y silencioso donde cesan los ruidos y podemos encontrarlo o, mejor, dejarnos encontrar por él. ¿Cómo puedo buscar “espacios” para Dios en este tiempo de cuaresma? Busca esos espacios y frecuéntalos con constancia y cariño…
DESIERTO
El desierto es, como la montaña, espacio privilegiado de encuentro con Dios. Así lo proclama Moisés en el cántico del Deuteronomio  que dice:
“Lo encontró en una tierra desierta,
en una soledad poblada de aullidos.
Lo rodeó, cuidando de él,
lo guardó, como a las niñas de sus ojos.
Como un águila incita a su nidada,
revolando sobre sus polluelos,
así extendió sus alas,
los tomó y los llevó sobre sus plumas.
El Señor solo los condujo,
no hubo dioses extraños con él” (Dt 32,11-12).

El desierto (midvar) es lugar de la palabra (dabar), de la alianza entre Dios y su pueblo, de la prueba y del crecimiento. Es el lugar de la seducción y del enamoramiento, como dice Oseas: “Por eso voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón…” (Os 2,16).
Jesús también estuvo en el desierto y, en medio de la tentación y de la prueba, su unión con el Padre y su confianza en él no se quebraron. Si el tentador ponía en duda su condición de Hijo Amado de Dios, él se adhería con más fuerza a su fe en el amor del Padre, del que nada ni nadie le podían separar (“El Padre y yo somos uno”, Jn 10,31).
EJERCICIO: En nuestras experiencias de “soledad poblada de aullidos”, de desiertos llenos de pruebas..., podemos hacer la experiencia de pegarnos más a Aquel que es nuestra vida (cf. Dt 30,19). Textos como el de Jn 15 o Rom 8,28-39 pueden ayudarnos a responder a toda tentación tomando en nuestra boca las palabras: “¿Quién puede separarnos del amor de Cristo?”
MANANTIAL
La samaritana fue a sacar agua de un pozo con su cántaro y se encontró con que la misma Fuente de agua viva se le ofrecía por entero (Jn 4). Ya Jeremías había advertido: “Me dejaron a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jr 2,13).
Dios es como un manantial de agua inagotable del que podemos beber y saciarnos. Podemos ser como árboles plantados junto a él, siempre frondosos, sin marchitarnos, sólidos, estables y llenos de vida, o como paja seca que se la lleva el viento (cf. Salmo 1). Cuando la samaritana comprendió esto, dejó atrás su cántaro limitado, ya innecesario. Bebió del agua vida de Jesús y ella misma quedó convertida en un río de agua viva capaz de saciar la sed de otros: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beberá el que cree en mí; como dice la escritura: De sus entrañas correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él” (Jn 7,37-38).
EJERCICIO: 1) ¿Te sientes una persona fluida, nutrida por el agua viva, saciada?... ¿Qué bloqueos impiden que circule la vida de Dios, la esperanza, la alegría, la risa en tu interior? (Examina tus miedos – a los juicios, a los conflictos…; examina tu afán de reconocimiento, de reputación; la rivalidad, la comparación…; la compulsión de tener el control…; la irritación…; la falta de seguridad y la victimización…)[1].
2) Ora con Ezequiel 47,1-2: Por donde pase el torrente habrá fecundidad… y sanación…
Expón esas zonas de tu vida bloqueadas, resecas, endurecidas… a la corriente de Agua Viva que viene a sanar y a fecundar.
Imagino ese agua cruzando toda mi persona, mi cuerpo, mis pensamientos tóxicos, mis emociones más negativas, todo aquello que resta vida en mí… y el agua de Dios lo va liberando y sanando…




[1] Mariola López Villanueva, Ungidas. Un itinerario de oración con relatos de mujeres, Sal Terrae, 2001 61-69 

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