También es para mí un misterio el hecho de que una persona no pueda gritar su angustia, ni pedir ayuda, ni aferrarse a las manos de alguien para salir de su infierno. Y otro absurdo incomprensible es que podamos convivir con personas desesperadas sin darnos cuenta del abismo de su desesperación, o quizá sin atrevernos a preguntar cuál es su tormento.
En cualquier caso, este hombre joven, que tenía toda una vida de posibilidades por delante, ya no está. Creo que el Dios en quien creo, si tuviera manos y pies, hubiera corrido a detener sus pasos y hubiera tirado de él hacia la vida, exactamente como lo habría hecho un amigo, una madre o un padre.
Pero Dios "está en el cielo y nosotros aquí, en la tierra" (Qohélet), y nos ha dado la bendita y la maldita libertad de elegir lo que hacemos de nosotros mismos.Dudo que un enfermo de desesperación tenga esa libertad. Pero a los que estamos sanos siempre nos quedará la posibilidad de arriesgarnos a preguntar: "¿Cuál es tu tormento? ¿Hay algo que pueda hacer por ti hoy?" (1).
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(1) Cf. Simone Weil, A la espera de Dios, Trotta 1998, 72: "Los desdichados no tienen en este mundo mayor necesidad que la presencia de alguien que les preste atención. La capacidad de prestar atención a un desdichado es cosa muy rara, muy difícil; es casi -o sin casi-un milagro...
La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en ser capaz de preguntar: "¿Cuál est tu tormento?". Es saber que el desdichado existe, no como una unidad más en un serie, no como ejemplar de una categoría social que porta la etiqueta "desdichados", sino como hombre, semejante en todo a nosotros, que fue un día golpeado y marcado con la marca inimitable de la desdicha. Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle una cierta mirada...".
Lo siento por la muerte de este joven. Rezo por el.
ResponderEliminarcecilia
Sí, gracias, Cecilia.
ResponderEliminarHa sido una grandísima pena...