He querido recoger y aunar
unos fragmentos de esas plegarias para ayudarnos a orar a Dios, dando gracias
por María, con las palabras que la Iglesia pone en nuestros labios.
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(María, la elegida de Dios)
Te damos gracias, Señor,
Padre Santo,
Dios, rico en
misericordia,
porque has constituido a
la dichosa Virgen María
cumbre de Israel y
principio de la Iglesia,
para que todos los pueblos
conozcan
que la salvación viene de
Israel
y que la nueva familia
brota del tronco elegido.
Ella, hija de Adán por su
condición humana,
reparó con su inocencia la
culpa del género humano.
Ella, descendiente de
Abrahán por la fe,
concibió en su seno
creyendo.
Ella es la vara de Jesé
que ha florecido en
Jesucristo, Señor nuestro.
(María en la anunciación)
Te damos gracias, Señor,
porque la Virgen creyó el
anuncio del ángel:
que Cristo, por obra del
Espíritu Santo,
iba a hacerse hombre por
salvar a los hombres,
y lo llevó en sus
purísimas entrañas con amor.
Así, Dios cumplió sus
promesas al pueblo de Israel,
y colmó de manera
insospechada
la esperanza de los otros
pueblos.
(María, en la visita a Isabel)
Te damos gracias, Señor,
por las palabras
proféticas de Isabel,
quien, movida por el
Espíritu Santo,
nos manifestó la grandeza
de la Virgen, Santa María.
Porque ella, por su fe en
la salvación prometida,
es saludada como dichosa,
y, por su actitud de
servicio,
es reconocida como Madre
del Señor.
(María, en el Nacimiento de su
Hijo)
Te damos gracias, Señor,
Porque, por un admirable
misterio
y por un inefable
designio,
la Santa Virgen concibió a
tu Hijo Único
y llevó encerrado en sus
entrañas al Señor del cielo.
La que no conoció varón es
madre
y se alegra porque alumbró
al Redentor,
porque para Dios nada hay
imposible.
(María, en la Epifanía)
Te damos gracias, Señor,
porque por mediación de la
Virgen María,
atraes a la fe del
Evangelio
a todas las familias de
los pueblos.
Los pastores, primicias de
la Iglesia de Israel,
iluminados por su
resplandor y advertidos por los ángeles,
reconocen a Cristo
Salvador.
Pero también los magos,
primeros retoños de la
Iglesia de los paganos,
impulsados por su gracia y
guiados por la estrella,
entran en la humilde casa
y, hallando al Niño con su
Madre,
lo adoran como Dios, lo
proclaman como Rey
y lo confiesan como
Redentor.
(María, en la Presentación del
Señor)
Te damos gracias, Señor,
por María, la Virgen Hija
de Sión,
que, cumpliendo la ley,
te presentó al Hijo en el
templo,
gloria de tu pueblo Israel
y luz de las naciones.
Ésta es la Virgen puesta
al servicio de la obra de la salvación,
que te ofrece el Cordero
sin mancha
para ser inmolado en el
ara de la cruz.
Ésta es la Virgen Madre,
gozosa en su descendencia
bendita,
que sufre por la profecía
del anciano Simeón,
pero se alegra por el pueblo
que sale al encuentro del Salvador.
De este modo, Señor,
disponiéndolo tú,
el mismo amor asocia al
Hijo y a la Madre,
el mismo dolor los une
y una misma voluntad de
agradarte los mueve.
(María, en la vida sencilla de
Nazaret)
Te damos gracias, Señor,
porque María, en Nazaret,
al recibir con fe el anuncio del ángel,
concibió en el tiempo como
salvador y hermano para nosotros
a tu Hijo, engendrado desde
toda la eternidad.
Allí, viviendo unida a su
Hijo,
alentó los comienzos de la
Iglesia,
ofreciéndonos un luminoso
ejemplo de vida.
Allí, la Madre, hecha
discípula del Hijo,
recibió las primicias del
Evangelio,
conservándolas en el
corazón y meditándolas en su mente.
Allí, María, unida a José,
el hombre justo,
por un estrechísimo vínculo
de amor,
te celebró con cánticos,
te adoró en silencio,
te alabó con la vida y te
glorificó con su trabajo.
(María, en las bodas de Caná)
Te damos gracias, Señor,
porque María, atenta con
los nuevos esposos, rogó a tu Hijo
y mandó a los sirvientes
cumplir sus mandatos:
las tinajas de aguas
enrojecieron,
los comensales se
alegraron
y aquel banquete nupcial
simbolizó
el que Cristo ofrece a
diario a su Iglesia.
Este signo maravilloso
anunció la llegada del
tiempo mesiánico,
predijo la efusión del
Espíritu de santidad,
y señaló de antemano la
hora misteriosa
en la que Cristo se adornó
a sí mismo
con la púrpura de la
pasión
y entregó su vida en la
cruz por su esposa, la Iglesia.
(María, discípula del Señor)
Te damos gracias, Señor,
por María, Madre de
Cristo, nuestro Señor y Salvador,
quien con razón es
proclamada dichosa,
porque mereció engendrar a
tu Hijo
en sus entrañas purísimas.
Pero con mayor razón
es proclamada aún más
dichosa,
porque, como discípula de
la Palabra encarnada,
buscó solícita tu voluntad
y supo cumplirla
fielmente.
(María, al pie de la cruz)
Te damos gracias, Señor,
porque, junto a la cruz de
Jesús, se establece,
entre la Virgen y los
fieles discípulos,
un fuerte vínculo de amor:
María es confiada como
madre a los discípulos,
y éstos la reciben como
herencia preciosa del Maestro.
Ella será para siempre la
Madre de los creyentes,
que encontrarán en ella
refugio seguro.
Ella ama al Hijo en los
hijos,
y éstos, escuchando los
consejos de la Madre,
cumplen las palabras del
Maestro.
(María, en la resurrección)
Te damos gracias, Señor,
porque en la resurrección
de Jesucristo, tu Hijo,
colmaste de alegría a la
santísima Virgen
y premiaste
maravillosamente su fe:
ella había concebido al Hijo
creyendo,
y creyendo esperó su
resurrección.
Fuerte en la fe, contempló
de antemano
el día de la luz y de la
vida,
en el que, desvanecida la
noche de la muerte,
el mundo entero saltaría
de gozo
y la Iglesia naciente, al
ver de nuevo a su Señor inmortal,
se alegraría entusiasmada.
(María, en el Cenáculo)
Te damos gracias, Señor,
porque nos has dado en la
Iglesia primitiva
un ejemplo de oración y de
unidad admirables:
la Madre de Jesús, orando
con los apóstoles.
La que esperó en oración
la venida de Cristo
invoca al Defensor
prometido con ruegos ardientes;
y quien en la encarnación
de la Palabra
fue cubierta con la sombra
del Espíritu,
de nuevo es colmada de
gracia por el Don divino
en el nacimiento de tu
nuevo pueblo.
Por eso la santísima
Virgen María,
vigilante en la oración y
fervorosa en la caridad,
es figura de la Iglesia
que, enriquecida con los
dones del Espíritu
aguarda expectante la
segunda venida de Cristo.
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