Lectio divina de Mc 12,13-27
Después le enviaron unos
fariseos y herodianos para ponerle una trampa con las palabras. Se acercan y le
dicen: “Maestro, nos consta que eres veraz y que no te importa de nadie porque
no eres partidista, sino que enseñas sinceramente el camino de Dios. ¿Es lícito
pagar tributo al César o no?, ¿lo pagamos o no?” Adivinando su hipocresía, les
dijo: “¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea”. Se lo llevaron y
les pregunta: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” Le contestan: “Del
César”.Y Jesús replicó: “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que
es de Dios”. Y quedaron sorprendidos de su respuesta.
Se acercaron unos saduceos
(que niegan la resurrección) y le dijeron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que
cuando uno muera sin hijos, su hermano se
case con la viuda, para dar sucesión al hermano difunto. Eran siete
hermanos: el primero se casó y murió sin descendencia; el segundo tomó a la
viuda y murió sin descendencia; lo mismo el tercero. Ninguno de los siete dejó
descendencia. La última de todos murió la mujer. En la resurrección cuando
resuciten, ¿de cuál de ellos será la mujer? Pues los siete estuvieron casados
con ella”. Jesús les respondió: “Andáis descaminados, porque no entendéis la
Escritura, ni el poder de Dios. Cuando resuciten de la muerte, no se casarán
los hombres y las mujeres sino que serán en el cielo como ángeles. Y a
propósito de que los muertos resucitarán, ¿no habéis leído en el libro de
Moisés el episodio de la zarza? Dios le dice: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac; el Dios de Jacob. No es un
Dios de muertos, sino de vivos. Andáis muy descaminados”.
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CUANDO LEAS
Estamos en el templo de Jerusalén, donde hay maestros rodeados de
discípulos y curiosos. Cada maestro ofrece su personal interpretación de la ley
y responde a las preguntas que le formulan. También Jesús está allí con sus
discípulos. Algunos fariseos, herodianos y saduceos escuchan sus palabras.
Jesús ha subido a Jerusalén para celebrar la Pascua. Un maestro galileo que
atrae a la gente con sus palabras y sus gestos sanadores. Los maestros le
preguntan para comprobar la ortodoxia de su enseñanza.
Marcos nos presenta de
entrada la mala intención de fariseos y herodianos, cuya pregunta es en sí
misma una trampa. Si Jesús respondiera que se debe pagar el tributo, se
enemistaría con los fariseos nacionalistas. Si dijera que no, los herodianos
colaboracionistas le denunciarían a la autoridad romana. Jesús descubre su
propósito: ¿Por qué me tentáis? Una
forma de poner en evidencia a qué rey servían en verdad, a Satanás, con el que
Jesús había comenzado a pelear en el desierto (cf. Mc 1, 12-13) y acabaría
venciendo definitivamente en Jerusalén por su obediencia al Padre (cf. Mc 14,
36).
El maestro de Galilea no
responde a la pregunta política que le formulan, sino que se sirve de ella para
hablar de Dios y de su Reino. La moneda con la imagen del César era signo del
poder del César. La Ley prohibía toda imagen de Dios, porque él mismo había
creado su propia imagen: Y creó Dios a la
humanidad a su imagen; varón y mujer los creó, Gn 1, 26. La humanidad
pertenecía a Dios, aunque hubiera renunciado a él entregándose a las
insinuaciones de la serpiente (cf. Gn 3, 5), al reinado de Satanás.
Jesús carga el acento en la
segunda parte de su sentencia: Dad a Dios
lo que es de Dios, como si dijera a sus interlocutores que lo importante
era reconocer que Dios no reinaba en ellos, como si les recordara sus primeras
palabras: Se ha cumplido el plazo, ya
llega el reinado de Dios. Enmendaos y creed la buena noticia, Mc 1, 15.
Dios en Jesús comenzaba a recuperar su reinado sobre la humanidad, a recrear su
verdadera imagen. Jesús desenmascara a fariseos y herodianos, revelándoles su
verdad más profunda, y les invita a abrirse al poder de Dios, que desea
restaurar su imagen en ellos, reinar en ellos.
Marcos escribe conociendo el
desenlace de ese viaje de Jesús a Jerusalén. Jesús acabará siendo crucificado
para resucitar el primer día de la semana. Así, el maestro de Galilea culminará
su obra. Jesús da a Dios lo que es de Dios durante toda su vida, lo que quedará
patente en la crucifixión. De hecho, fue reconocido por el centurión que estaba
al pie de la cruz como perfecta imagen de Dios: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios, Mc 15, 39. Jesús
crucificado y resucitado es síntesis y cumbre de la humanidad, el lugar donde
Dios reina plenamente. Es la diminuta semilla de mostaza (cf. Mc 4, 30-32) que
crecerá incorporando a su plenitud de vida a todos los que se conviertan y
crean, hasta que el reino de Dios sea una realidad perfecta.
Los saduceos no tienen
mejores intenciones que los fariseos y los herodianos. Para ellos no tenía
sentido que la vida que vivían continuara igual tras la muerte ni les
interesaba pervivir como sombras incorpóreas por el inframundo. Jesús repite
las mismas palabras de Dios: Yo soy el
Dios de Abrahán, el Dios de Isaac; el Dios de Jacob. Los saduceos no
interpretaban bien la Escritura. La Escritura llama a Abrahán amigo de Dios, a
Isaac siervo suyo y a Jacob su consagrado (cf. Dn 3, 35). Los padres viven más
allá de la muerte, reconociendo el reinado de Dios en ellos y, por tanto,
siendo su perfecta imagen. Resucitar no significa seguir igual ni convertirse
en un fantasma, sino entrar en la perfecta comunión con Dios con una vida
transfigurada por el poder divino, vida de plena calidad, de plenitud personal,
de perpetuo diálogo amoroso con Dios.
CUANDO MEDITES
Confronta
tu vida con la Palabra: ¿Quién reina en mi vida? ¿Mis valores son los del
reino de Dios: Vida, verdad, servicio, confianza, esfuerzo, vigilancia,
esperanza, respeto, justicia, generosidad, disponibilidad…? ¿En qué medida
trabajo para que Dios reine en mi familia, entre mis amistades y vecinos, en mi
entorno laboral, en la vida social, en la cultura, en la política, en la
Iglesia…? ¿En qué medida creo en Jesús crucificado y resucitado? ¿En qué medida
esa fe da sentido a mi vida, motiva mi esperanza, mi paz y mi alegría?
CUANDO ORES
Responde
al que te ha hablado: Deja que el Espíritu ore en ti con tu cuerpo, tus
sentimientos, tus palabras. ¿Te postras en adoración? ¿Alzas las manos?
¿Alabas? ¿Agradeces? ¿Le cuentas a Él cómo te sientes? ¿Te comprometes con Él?
Contempla
el divino rostro: Has respondido a la Palabra. ¿Sientes el amor de
Dios? Déjate amar. No digas nada. Sumérgete en el amoroso silencio que te
envuelve. Déjate fortalecer para que tu vida, animada por el Espíritu y
obediente a él, sea testimonio, servicio y evangelización.
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Autor: Rafael Chavarría, equipo de Lectio Divina de la UPComillas
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