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viernes, 22 de febrero de 2013

Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón...

Lectio divina de Mc 12, 28-44 

Un letrado que oyó la discusión y apreció lo acertado de la respuesta, se acercó y le preguntó: “¿Cuál es el mandamiento más importante?”. Respondió Jesús: “El más importante es: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás al prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”. El letrado le respondió: “Muy bien, maestro; es verdad lo que dices: que es uno solo y no hay otro fuera de él. Que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Viendo Jesús que había respondido cuerdamente, le dijo: “No estás lejos del reino de Dios”. Y nadie se atrevió a dirigirle más preguntas.

CUANDO LEAS

1.- Lectio: Lee entendiendo: Un especialista en la interpretación de la Torá pregunta a Jesús por el mandamiento más importante. La Torá escrita recogía varios códigos legales: el de la Alianza en el Exodo, el de Santidad en el Levítico, el Deuteronómico en el quinto libro del Pentateuco. Además se reconocía que había una Torá oral que Dios habría revelado también a Moisés. Demasiados preceptos. El letrado pregunta por lo esencial para vivir la Alianza, expresar la pertenencia a Israel y ser testigo ante los pueblos del poder de Dios. Jesús responde con la misma Torá, con Dt 6, 5, un versículo que los judíos recitan diariamente: Amarás al Señor tu Dios… Y añade un segundo mandamiento, tomado de Lv 19, 18: Amarás al prójimo como a ti mismo.

La respuesta de Jesús suscita, al menos, dos preguntas. ¿Qué es el amor? ¿Por qué une Jesús el mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo? La Torá (Ex 3, 7-10)  revela a un Dios que se asoma al mundo, ve y oye el sufrimiento de Israel en Egipto y sufre una conmoción: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Dios toma la decisión de librar al pueblo de la esclavitud y conducirlo a una tierra fértil y espaciosa. Desciende al Sinaí y hace de Moisés su mano liberadora: Y ahora, anda, que te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo. Israel afirma que Dios le ama por haber vivido este acontecimiento. Recapitulemos: Dios sale de sí, percibe la realidad del pueblo tal y como es, se conmueve, toma una decisión y actúa. El amor de Dios se consuma cuando Israel experimenta la liberación, la reconoce  como obra del amor divino, se siente conmovido y rinde culto al que le ha amado. Recordemos las palabras que Moisés al faraón una y otra vez: El Señor, Dios de los hebreos, me ha enviado a ti con este encargo: deja salir a mi pueblo para que me rinda culto en el desierto, Ex 7, 16. El amor es un diálogo entre Dios y su pueblo.

Este amoroso diálogo se prolonga en la historia. El culto que rinde Israel a Dios en el Sinaí es respuesta agradecida al Dios que le ha mostrado su amor, pero también un compromiso de fidelidad perpetua, una alianza. Dios seguirá mostrando su amor salvando a los israelitas y estos le responderán reconociéndole como su Señor mediante el cumplimiento de los mandamientos relativos al culto y a las relaciones sociales. El israelita debe amar a los hijos de su pueblo porque Dios sacó a todos sin distinción e hizo de ellos un pueblo de hombres libres e iguales. Cumpliendo este deber, el israelita responde con amor al Dios que le amó primero. 

El letrado comprende bien a Jesús: Muy bien, maestro; es verdad lo que dices. Y Jesús le dice: No estás lejos del reino de Dios. ¿Por qué no reconoce sencilla y llanamente que, si vive conforme a esos mandamientos, es ya un ciudadano del reino? Porque una cosa le falta, acoger el misterio de Jesús: En esto se hizo visible entre nosotros el amor de Dios: en que envió al mundo a su Hijo único para que nos diera vida, 1Jn 4, 9. Si Dios nos ha amado tanto, es deber nuestro amarnos unos a otros, 1Jn 4, 11. A primera vista, se trata del mismo diálogo revelado en la Torá con la salvedad de que el acontecimiento por el que Dios manifiesta su amor es el misterio pascual de Jesús. Pero la revelación en Jesús cumple la antigua economía superándola. Veamos algunas novedades que desbordan las expectativas del Antiguo Testamento. Dios es amor, 1Jn 4, 8. Existe en el seno del Dios del Sinaí una distinción. El Único es Padre e Hijo en mutua donación eterna de vida. El hombre Jesús, su ser y su biografía, son el amor de Dios actuando en favor nuestro. Los destinatarios del amor de Dios manifestado en Jesús son todos los seres humanos, no solo Israel. El Espíritu nos hace capaces de amar a Dios reconociéndole como Padre, confesando a Jesús como el Hijo venido en la carne y amando a todos los hombres. Amar a los otros, especialmente al más necesitado, es amar al mismo Jesús, que se identifica con cada ser humano: Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo, Mt 25, 40.     

CUANDO MEDITES

2.- Meditatio: Confronta tu vida con la Palabra: Recuerda aquellos momentos en que fuiste consciente del amor de Dios. ¿Reconoces en Jesús crucificado y resucitado la máxima expresión del amor de Dios a ti? ¿Tu vida es una continua respuesta de amor al que te ama? ¿Reconoces en todos la presencia viva de Jesús?

CUANDO ORES 

3.- Oratio: Responde al que te ha hablado.
La oración es toda respuesta al Dios que te ha hablado. Deja que el Espíritu ore en ti con tu cuerpo, tus sentimientos, tus palabras. ¿Te postras en adoración? ¿Te arrodillas? ¿Te sientas? ¿Alzas las manos? ¿Estás en pie? ¿Bailas? ¿Cantas? ¿Susurras? ¿Lloras? ¿Le alabas? ¿Le agradeces? ¿Le suplicas? ¿Le cuentas cómo te sientes? ¿Desahogas tus preocupaciones ante él? ¿Le confías tus inquietudes y proyectos? ¿Le hablas del sufrimiento de tantos? ¿Le preguntas? ¿Te comprometes con él? 

4.- Contemplatio: Disfruta de la divina presencia.

Has respondido a la Palabra. ¿Sientes el amor de Dios? Déjate amar. No digas nada. Sumérgete en el amoroso silencio que te envuelve. Déjate convertir. Deja que el Espíritu abra tus ojos para que veas el mundo,  la historia y a los más cercanos a ti como los ve él. Deja que transforme tu corazón de piedra en un corazón de carne, que se conmueva con todo dolor, desgracia e injusticia, como se conmueve el corazón de Dios. Déjate fortalecer para que tu vida, animada por el Espíritu y obediente a él, sea  testimonio, servicio y evangelización.

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Autor: Rafael Chavarría, equipo de Lectio Divina de la UPComillas

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