De nuevo estoy aquí, en el lugar más silencioso que he conocido jamás.
Sólo el agua del manantial de Buenafuente pone música en medio del silencio. Música o, incluso, más silencio... P
orque el fluir constante del agua derramándose en la fuente de piedra acalla el pensamiento bullicioso y aquieta la imaginación (ésa que Santa Teresa llamaba "la loca de la casa").

Durante esta semana, un grupo de más de 70 personas, seglares y religiosos/as, están haciendo un curso de lectio divina, dirigido por Ángel Moreno, sacerdote diocesano, y por Severiano Blanco, misionero claretiano.
Me hubiera gustado participar en este curso, pero no estoy aquí para eso, sino para visitar a las hermanas Cistercienses del Monasterio junto con Lidia, mi compañera orante del blog.
La Madre María, mujer cálida, sencilla, acogedora y maternal donde las haya, nos ha recibido con los brazos abiertos y ha dejado sus muchos quehaceres de la casa, el huerto y la hospedería, para atendernos. Le he pedido permiso para colgar en el blog el reportaje fotográfico del lugar, que hic
e el año pasado, y me ha dicho que cuelgue algunas fotillos, cosa que haré en cuanto pueda prepararlas.

Puesto que Buenafuente es un espacio para cultivar la oración, la interioridad, gozar del silencio y de la belleza de la creación, y encontrarse con uno mismo, con Dios y con los otros, deseo daroslo a conocer. Es uno de mis pocos lugares favoritos, adonde no me cansaría nunca de volver.
Estoy en la Iglesia del Monasterio. El agua de la fuente sigue cayendo y bañando el Santuario de manera interminable, acompañando mi respiro con el sonido de su danza delicada. El perfume del incienso llega hasta mí y el grupo se ha puesto a cantar un canto de adoración a la Eucaristía, solemnemente expuesta.
Es hora de detener las palabras.
Es hora de adorar.
Es hora de entrar en este silencio regalado y en la Presencia que nos envuelve y nos penetra a todos, como nos baña el agua fresca y cristalina del manantial de Buenafuente.