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jueves, 23 de diciembre de 2010

Feliz Navidad


Debo proclamar su nombre:
Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo;
Él es el que nos ha revelado al Dios invisible,
Él es el primogénito de toda criatura y todo se mantiene en Él.
Él es también el maestro y redentor de los hombres;
Él nació, murió y resucitó por nosotros.

Él es el centro de la historia y del universo;
Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida,
hombre de dolor y de esperanza;
Él ciertamente vendrá de nuevo
y será, como esperamos, nuestra plenitud de vida y de felicidad.

Yo nunca me cansaría de hablar de Él;
Él es la luz, la verdad; más aún, el camino, la verdad y la vida;
Él es el pan y la fuente de agua viva,
que satisface nuestra hambre y nuestra sed;
Él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo,
nuestro consuelo, nuestro hermano.

Él, como nosotros, y más que nosotros, fue pequeño, pobre,
humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente.
Por nosotros habló, obró milagros,
instituyó el nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados,
... en el que los que tienen hambre de justicia son saciados,
... en el que todos son hermanos...

Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega,
el rey del nuevo mundo,
la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino.

Él es nuestro mediador, a manera de puente entre la tierra y el cielo;
Él es el hijo del hombre por antonomasia
porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito,
y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres.

(Pablo VI)

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El descendente (Dolores Aleixandre)

Lo pensé mientras veía la cápsula Fénix deslizarse hacia las entrañas de la tierra para rescatar a los 33 mineros chilenos: vaya parábola para entender un poco mejor lo que celebramos en Navidad y para acercarnos a Belén, además de con la consabida ovejita y el tarrito de miel, con la pregunta de si dan razón por ahí de un tal “Jesús el descendente”.

El tema del ascenso/descenso es determinante para entender este mundo de feria en que vivimos, subiendo o bajando como caballitos de tiovivo: sube el Tea Party, baja Obama; sube Tomás, baja Trini, vuelve a subir Trini; suben los dividendos de los bancos, bajan las pensiones; suben los parados, la factura de la luz y la previsión de gastos de la JMJ; bajan las partidas para proyectos de desarrollo y las posibilidades de papeles para inmigrantes. Y en medio de este sube y baja y con tanta gente empujando y dando pisotones con tal de ascender, alguien calladamente decide bajar y señala como dirección de su GPS vital: “lugares de abajo”. Censado en lugares tan poco emergentes como Belén o Nazaret, conociendo de primera mano lo que es vivir “abajo” y “fuera”, incardinado entre aquellos que ni entonces ni ahora tienen sitio en las posadas del mundo, encabezando su lista de contactos con los nombres de unos curritos que cuidaban ovejas por cuenta ajena; colando de paso junto a ellos a todos los que siguen yendo por la vida sin currículum, sin master y sin Erasmus, porque a los 16 años ya estaban subidos a una patera o fregando portales.

Empeñado de mayor en bajar a buscar a la gente más hundida, en hacer saltar por los aires las sentencias que los aplastaban (“está leproso”, “es una pecadora”, “es ciego de nacimiento”, “está muerta”, “ya huele mal”…), para auparlos hacia la vida con la autoridad de su palabra: “queda limpio”, “vete en paz”, “recobra la vista”, “está dormida”, “¡sal fuera!”
Estamos avisados: una de las consecuencias de asomarnos a ver al niño Jesús, tan tierno y calladito en su pesebre, es que la visita puede dejarnos irremediablemente registrados en el colectivo de “Afectados por el Descendente” y sin más manual de instrucciones para el descenso que su Evangelio. Si nos animamos a seguir paso a paso sus indicaciones, podríamos empezar por nosotros mismos y arriesgarnos a bajar al agujero negro de nuestros errores, fracasos y fangos varios: nos llevaremos la sorpresa de descubrir que Otro los ha visitado antes que nosotros y los ha iluminado con su presencia. Y ya que estamos por esos bajos fondos, podemos aprovechar para desalojar al yo “trepa/okupa” que se esconde en nuestro sótano con su lista de pretensiones. Es increíble la cantidad de espacio que libera cuando se retira y la de nombres que empiezan a cabernos dentro, aparte del alivio de bajarnos del escalón del personaje y ser sencillamente lo que de verdad somos.

Paso segundo: negarnos a calificar una situación de definitivamente bloqueada, una herida de incurable o una brecha de irremediable, porque estaríamos entonces negando al Descendente su poder de sanar y transfigurar cualquier realidad.

Paso tercero: habitantes de una superficie en la que sólo se valora a los que ascienden y que se ha hecho experta en ignorar y ocultar los “lugares de abajo”, discurrir en qué “Fénix” podemos montarnos para bajar al encuentro de los sepultados por tanto derrumbamiento.
No bajamos solos: delante de nosotros va el Experto en rescates, el que descendió a los infiernos, el Primer nacido de entre los muertos. En él, el Eterno ha entrado en el tiempo, el Inmenso se ha hecho pequeño, el Altísimo se ha abajado, el Silencioso se ha vuelto Palabra.
No será difícil encontrarle: según sales de Belén, dejas atrás la posada, sigues en dirección Sur, llegas a un descampado donde suele haber rebaños y pastores y cerca hay una cueva donde se guardan animales en invierno. Al entrar, encontrarás un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. No tiene pérdida.


Dolores Aleixandre RSCJ
ALANDAR Dic. 2010

lunes, 13 de diciembre de 2010

Descensos y caídas

En ocasiones, las "cosas de la vida" confluyen en un mismo punto para hacerte caer en la cuenta de algo que te es necesario en ese momento. Considero que esta afluencia no es casualidad ni fruto de una "conjunción planetaria", sino Providencia.
Ayer, en uno de los grupos bíblicos, saltó a la palestra el tema de la autoconciencia de Jesús y de su conocimiento. Hacía mucho tiempo que no me encontraba con personas que debatieran y discutieran sobre si el Jesús terreno conocía todas las cosas o no. Y, puesto que es Dios, debía conocerlas. Hay cierta teología que afirma que, en virtud de la "visión beatífica", Jesús conocía todos los misterios y toda la ciencia. Todo. Pero es evidente que no es así. Jesús mismo confesó su ignorancia respecto a cuestiones que ni el Hijo ni los ángeles conocen, sino sólo el Padre.
El conocimiento de Jesús se vio condicionado por su encarnación y limitado a un espacio (Palestina), un tiempo (siglo I), una cultura (mediterránea), una raza (judía), una religión (judaísmo), un género (varón)... La encarnación es verdadera encarnación. No fue una representación teatral. Jesús fue verdaderamente humano. "Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos y viviendo como un hombre cualquiera...".
Dios, en la encarnación, desciende, desciende, deciende... En el escándalo que esto supone para algunas personas religiosas que siguen insistiendo: "pero lo sabía todo y lo podía todo, porque era Dios", he entendido mejor el escándalo de los contemporáneos de Jesús, el escándalo de fariseos, escribas... y de los mismos discípulos. El escándalo de Pedro, que corrige a Jesús, se lo lleva aparte y le reprende: "Eso no puede sucederte a ti". El Mesías-Rey no puede morir crucificado. Dios no puede ser ignorante y débil. ¡Pero es que Él quiso hacerse pobre para enriquecernos con esa pobreza! ¡Dios mismo quiso descender!

Precisamente ayer (primera confluencia) me llegó un escrito de Dolores Aleixandre, publicado en ALANDAR, sobre el descenso de Jesús. Precisamente el sábado (segunda confluencia) mi cuñada Ana me regaló un libro que yo deseaba desde hace tiempo: Aprendiendo a caer. Elogio de la vida imperfecta, que tiene mucho que ver con esto. Y precisamente hoy (tercera confluencia) es la fiesta de San Juan de la Cruz, que habla como nadie de bajadas y descensos vertiginosos hacia el despojamiento del yo.
A esto hay que añadir que este año toco con mis manos el doloroso descenso y rápido deterioro psicofísico de una persona muy amada. Y lo hago desde mis propios descensos y limitaciones (cuarta, quinta, sexta... confluencias).
¿Conjunción planetaria? Providencia que, en su sabiduría, se las arregla para enseñarme el arte de vivir descendiendo.
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Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada;
para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada;
para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada;
para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada;
para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas;
para venir a lo que no sabes,
has de ir por donde no sabes;
para venir a poseer lo que no posees,
has de ir por donde no posees;
para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo,
dejas de arrojarte al todo;
para venir del todo al todo,
has de dejarte del todo en todo,
y cuando lo vengas del todo a tener;
has de tenerlo sin nada querer.


En esta desnudez halla el espíritu su descanso, porque, no codiciando nada, nada le fatiga y nada le oprime, porque está en el centro de su humildad.

(San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo)

sábado, 11 de diciembre de 2010

Caminos de búsqueda de un crecimiento integral

El minicursillo del puente de la Inmaculada animado por Celine Cunha tenía como objetivo ofrecernos algunas claves para trabajar personalmente (y en comunidad-familia) temas como la autoestima, la asertividad, las emociones, el diálogo y la resolución de conflictos. Un objetivo demasiado amplio para día y medio de encuentro.

Entre otras cosas, en estos días hemos aprendido (o recordado) que no hay atajos para la resolución de conflictos ni la sanación de heridas. No hay recetas para sentirse mejor y para cambiarnos a nosotras mismas (mucho menos para cambiar a los demás), sino un largo camino de aprendizaje de la madurez, el equilibrio y el amor. Y ese largo camino se recorre con muchísimos pasos cortos. Si inicio un peregrinaje, con cien pasos no llego a Santiago de Compostela, por ejemplo. Pero sí, con cientos de miles de pasos. Pensarlo cansa y puede llevarnos a desistir del intento. Pero, quien sabe del arte de la vida, sabe que no puede invertir mejor sus esfuerzos que en el propio crecimiento y mejora, que es camino de felicidad y plenitud para uno mismo y para los demás. Amarse a uno mismo y cuidarse (física, psíquica y espiritualmente) es una forma de amar a los otros, porque cuanto mejor esté yo, más contribuiré a su bienestar y felicidad.
Quien comienza con resolución a trabajarse a sí mismo sabe que, en cada paso que da, además de esfuerzo hay alegría porque ya comienza a vislumbrarse que llegará algo mejor.

En estos días he hecho memoria de libros de psicología que a mí me han ayudado a vivir (y lo siguen haciendo):
La felicidad es una tarea interior, John Powel (y todos los libros de este autor),
El hombre en busca de sentido y El hombre doliente, Victor Frankl,
La sabiduría de las emociones, Norberto Levy
La asertividad, expresión de una sana autoestima, Olga Catanyer,
Sé amigo de ti mismo y Teología del gusano. Autoestima y Evangelio, José Vicente Bonet.


Además de la psicología humanista, la espiritualidad es otro pilar del crecimiento.
Joan Chittister
Para ahondar la espiritualidad, aparte de la oración cotidiana, la lectura de autores espirituales resulta iluminadora. Y, en eso, como en todo, a cada uno Dios le lleva por su propio camino, según lo que Él le quiera dar para el propio bien y como don para el mundo.
En los últimos años de mi vida, encuentro alimento en las obras de Thomas Merton, Henri Nouwen, Joan Chittister y en los místicos de siempre, sobre todo Santa Teresa.

Hay personajes del siglo XX cuyo descubrimiento me ha dado también mucha luz: Etty Hillesum, Simone Weill, Madeleine Delbrêl y Edith Stein. Mujeres muy distintas, de muy diversas procedencias, cuyas vidas se han desarrollado en situaciones dispares, pero  han sido vidas, todas ellas, provocativas, interpelantes, creativas, generadoras del deseo de Dios.

Finalmente, el alimento insustituible es la Palabra de Dios leída, escuchada, meditada y orada. En ella me descubro y descubro, todos los días, algo del Dios que nos sostiene y nos habita.

Todo esto me ayuda y es, para mí, fuente de sentido en la misión y en las tareas, los desvelos y los cuidados cotidianos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

En asamblea con mis hermanas de España

Todos los años, aprovechando el puente de la Inmaculada, todas las hermanas de las cuatro comunidades de la delegación española nos reunimos en Madrid para contarnos la vida, para revisar nuestras programaciones, y para hacer algún cursillo sobre algún tema previamente determinado por todas. Este año hemos llamado a la hermana Celine Cunha, psicóloga y miembro del Gobierno General, para animar nuestro encuentro.

Su llegada estaba prevista para el día 4, pero hasta esta tarde no ha podido llegar a causa de la huelga. ¡Bienvenida sea! Tengo ganas de este curso, que nos ayudará, seguro, a seguir creciendo por dentro, en estas edades que ya tenemos. El crecimiento acontece hasta el final porque "aunque la mujer exterior se va deteriorando, la interior se renueva de día en día" hasta alcanzar la medida de la humanidad plena en Cristo.


Con las hermanas Celine Cunha y Virginia Muñiz, nuestra superiora delegada

sábado, 4 de diciembre de 2010

¿Dónde estamos las mujeres en la Iglesia?

A través del blog de Isabel Gómez Acebo, me ha llegado un artículo de Mª Dolores Díaz de Miranda, monja benedictina y médica, publicado en Vida Nueva, en el que encuentro reproducidos muchos de mis sentires. Por ello me permito hacerme eco, también yo, del mismo.
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Cuando a finales de octubre de 1958 se reunieron en cónclave los cardenales y se encendió la fumata blanca saliendo al balcón de san Pietro el que se convertía en el papa Juan XXIII, muchos analistas y cristianos no acertaban a saber si aquello era una broma o un despiste del Espíritu Santo –la Ruah divina–. Sintieron alivio al considerarlo un papa de transición. El papa “accidental”, en trece meses, hizo virar la nave de Pedro 360º, convocando un concilio. No cabe duda de que esa elección fue una broma del Espíritu Santo.
Hace unos días siete mujeres, siete religiosas limpiando el altar de la Sagrada Familia, se han convertido en una imagen impactante ante 400 millones de televidentes. Intuyo que se debe de tratar de otra broma del Espíritu Santo. Porque esas imágenes parecen haber logrado más que veinte siglos de lucha para que la Iglesia nos dé a las mujeres el lugar que nos corresponde.
En este hecho providencial o azaroso, unido al error de la TV3 y otros medios, que identificaron a estas religiosas con nosotras, monjas de Sant Pere de les Puelles, resultó ser una nueva broma del Espíritu Santo. Gertrudis Nin, abadesa del monasterio, deshizo el error públicamente, aclaró que no somos monjas enclaustradas y lanzó la pregunta de cuál es el papel de la mujer en la Iglesia. Rápidamente pregunta e imágenes fueron difundidas.
Que nuestra abadesa se manifestara es lógico, pues si hay algo que caracteriza a la comunidad Sant Pere, desde hace más de 1.200 años en la ciudad de Barcelona, es luchar, a lo largo de su historia, por mantener la autonomía y libertad, frente a cualquier poder y su apertura en el entorno cultural en que vive, apertura que es reflejo del propio talante de la iglesia y de la sociedad catalana.

Quiero dar las gracias a esas siete religiosas –Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote– que con sencillez y sin ningún tipo de vergüenza por su trabajo en la Iglesia, acaban de encender un fuego de esperanza. Ellas nos han mostrado la fuerza de las bienaventuranzas, la fuerza de los limpios y sencillos de corazón espoleando nuestra conciencia, porque nos cuestionan qué vamos a hacer para que la iglesia cambie. ¿Cuántos hombres estarán dispuestos a compartir las tareas de limpiar el altar, planchar los purificadores, renovar las flores…? ¿Cuántos sacerdotes serán capaces de hacer en sus iglesias lo mismo que muchos hombres en sus casas? ¿Cuántos diáconos permanentes se darán cuenta de que están promoviendo la marginación de las mujeres al hacer unos servicios que hasta ahora hacíamos nosotras? ¿Cuántas mujeres seremos capaces de compartir nuestras tareas típicamente femeninas con los varones de nuestra iglesia sin sentir que perdemos nuestros “dominios”?


Desde niña he soñado con una sociedad y una iglesia en la que hombres y mujeres fuéramos iguales. A los siete años, se me metió en la cabeza ser monja. Como tal, he sufrido en mi propia carne los viejos estereotipos que pesan sobre nuestra condición femenina. En la comunidad de Sant Pere he encontrado algo presente en pocas comunidades monásticas femeninas: la posibilidad de desarrollar la capacidad intelectual. Hoy estoy realizando los estudios de doctorado, participo en congresos, colaboro en proyectos de investigación, publico estudios… y formo parte del equipo de la Escuela Feminista de Teología de Andalucía, EFETA.


Ni mi compromiso, ni mis sueños, ni mi sufrimiento, ni mi lucha han logrado lo que la imagen de las siete religiosas limpiando el altar de la Sagrada Familia. Esas imágenes me hacen reflexionar sobre las distintas formas del lenguaje. Y me hacen manifestar mi gratitud a cada una de ellas, al igual que a mi abadesa. Unas y otra han expresado con naturalidad y sencillez lo que viven, unas y otra recogen en sus gestos y en sus palabras la diversidad de nuestra Iglesia plural, unas y otra nos recuerdan que somos necesarias todas. Ellas, dignificando el trabajo que hacen y hacemos millones de mujeres, y nuestra abadesa, expresando con valentía deseos latentes y justos que albergamos en nuestro corazón también millones de mujeres. Esta es la pluralidad de la Iglesia de la que formo parte, la Iglesia que amo, en la que me he comprometido dar mi vida y ante la que se abre la pregunta: ¿Dónde estamos las mujeres en la Iglesia?

miércoles, 1 de diciembre de 2010

"Vi un Cordero que parecía haber sido inmolado"

Lectio divina de Apocalipsis 5, 1-14
El Cordero y el rollo

1 Después vi en la mano derecha de aquel que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. 2 Y vi a un Ángel poderoso que proclamaba en alta voz: "¿Quién es digno de abrir el libro y de romper sus sellos?". 3 Pero nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de ella, era capaz de abrir el libro ni de leerlo. 4 Y yo me puse a llorar porque nadie era digno de abrir el libro ni de leerlo. 5 Pero uno de los Ancianos me dijo: "No llores: ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David, y él abrirá el libro y sus siete sellos".
6 Entonces vi un Cordero que parecía haber sido inmolado: estaba de pie entre el trono y los cuatro Seres Vivientes, en medio de los veinticuatro Ancianos. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados a toda la tierra. 7 El Cordero vino y tomó el libro de la mano derecha de aquel que estaba sentado en el trono. 8 Cuando tomó el libro, los cuatro Seres Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron ante el Cordero. Cada uno tenía un arpa, y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los Santos,9 y cantaban un canto nuevo, diciendo: "Tú eres digno de tomar el libro y de romper los sellos, porque has sido inmolado, y por medio de tu Sangre, has rescatado para Dios a hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación. 10 Tú has hecho de ellos un Reino sacerdotal para nuestro Dios, y ellos reinarán sobre la tierra".
11 Y después oí la voz de una multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Su número se contaba por miles y millones,12 y exclamaban con voz potente: "El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza". 13 También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: "Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos".
14 Los cuatro Seres Vivientes decían: "¡Amén!", y los Ancianos se postraron en actitud de adoración.


CUANDO LEAS

Seguimos con la visión litúrgica solemne que ha comenzado en el capítulo 4, cuando Juan, después de ver una puerta abierta en el cielo (4,1), cae en éxtasis y empieza a ver la visión del Creador y lo que le rodea (4,2b-8): Dios mismo sentado en el trono es presentado como Juez y Señor del Universo, y en torno a Él están sentados en veinticuatro tronos los veinticuatro Ancianos y, rodeando el trono aparecen también los cuatro Seres Vivientes. Todos están adorando al Creador y le rinden honor y gratitud, en un clima de máximo esplendor. Y en medio de este escenario tienen lugar los acontecimientos que nos narra la lectura de hoy. Juan nos sigue narrando su visión. Podemos ver que hay un antes y un después a la aparición del Cordero inmolado:


La visión del libro sellado con siete sellos: una realidad aún por revelar. El elemento del libro sellado nos lleva a un clímax, a un momento de máxima tensión. Este libro lo tiene “aquel que estaba sentado en el trono”, es decir, Dios mismo. Este libro está escrito por dentro y por fuera, significando la abundancia de su contenido, y está sólidamente cerrado con siete sellos, es decir, muestra su completa clausura a los “no autorizados”. Sobre el contenido del libro no se dice nada. Debe ser entregado a alguien que sea capaz de abrirlo. Es decir, con la visión del Creador adorado por sus criaturas sólo se ha desvelado una parte de la realidad de Dios; sin embargo, la aparición del libro sellado muestra que hay otra realidad que aún está velada, que está por revelar.

1. El desafío: "¿Quién es digno de abrir el libro y de romper sus sellos?" (5, 2). El ángel con un fuerte grito que resuena en toda la creación busca a alguien que pueda abrir el libro. Pero ninguna persona, ningún ser del universo, está en condiciones de abrirlo, de conseguir que le sea entregado. Aquí la tensión aumenta más, y se acentúa incluso con el fuerte llanto del Vidente, abatido y lleno de temor por la gran importancia que para él tiene el contenido de esa revelación.
2. "No llores: ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David, y él abrirá el libro y sus siete sellos". La respuesta del Anciano alivia toda tensión: existe quien puede abrir el libro, y describe por alusiones aquél que responde a las exigencias de Dios: ha vencido, ha resistido todas las pruebas, es el león de la tribu de Judá, desciende de la casa de David y cumple todas las promesas mesiánicas. Hasta aquí, sin embargo, sigue habiendo algo de intriga y de tensión, pues ¿qué contiene el libro de Dios que sólo él puede abrir? ¿Qué tiene él que no tengan las demás criaturas?


La visión del Cordero. Una vez que se ha preparado la venida del Cordero, del vencedor, que es quien puede abrir el libro, se concentra toda la atención en Él. Se trata de un cordero degollado, que muestra la señal de su herida mortal. Está ante Dios, entre su trono y los cuatro Seres vivientes, y aparece también rodeado por los 24 Ancianos. Junto con Dios ocupa el Centro, y es adorado como Dios y con Dios. A partir de aquí hasta el final del Apocalipsis, la designación más frecuente de Cristo va a ser la de “Cordero”, pasando a ser su principal símbolo. Este Cordero tiene dos signos distintivos: tiene siete cuernos y siete ojos. Los cuernos son símbolo del poder y los ojos simbolizan la sabiduría. Siete es el número que denota el carácter de lo que es completo, o la perfección. Se nos muestra así que el poder perfecto y la sabiduría perfecta son inherentes en el Cordero. Es decir, posee la plenitud de Dios, su poder creador y su espíritu.

La adoración del Cordero y el canto nuevo de los redimidos. Una vez que el Cordero toma el libro, tienen lugar toda una liturgia de alabanza que enlaza con el canto del capítulo 4, 11, que aplaude al Dios creador, a quien pertenecen todas las cosas y las hace vivir a todas. Los dos himnos que aparecen a continuación constituyen todo un homenaje al Cordero. El primero es el “canto nuevo” para Cristo, Señor de la historia, Redentor y Mediador entre los hombres por haberles constituido como un “reino de sacerdotes” con la obra de la redención. Este canto es el que nos revela que el libro sellado contiene los acontecimientos de la historia humana salvada por él con su sangre. El siguiente himno, con una serie de términos de celebración, como gloria, honor, poder, bendición, riqueza, sabiduría y fuerza, se proclama la fuerza, la bendición y las cualidades de Cristo.


CUANDO MEDITES

- Toma conciencia de la escena que está ante tus ojos. Métete en ella. Fíjate en cada uno de los personajes, en sus palabras, en sus acciones, en sus gestos. Cae en la cuenta de que todas sus miradas están puestas en el personaje central: el Cordero. Deja que ellos te lleven a Él, hasta que sea Él también quien focalice toda tu atención. Contémplale. Fíjate en sus marcas: se trata de un cordero degollado, marcado por su solidaridad con la creación.
- Déjate interpelar por la Palabra. Déjate invadir por el sentimiento del Vidente. Comparte su llanto. Hoy también hay razones para llorar ante la sinrazón y el absurdo que nos toca vivir en nuestra realidad histórica presente. Recuerda que el contexto histórico del Apocalipsis es un contexto de persecución y de aguda crisis.
- Deja que penetren en ti las palabras del Anciano: “No llores”. Déjate consolar. ¿Qué te evocan estas palabras? Recuerda que son las palabras de Jesús a María Magdalena ante el sepulcro: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 13). Déjate consolar por Aquél que te revela el sentido de tu vida y el sentido de la historia. Trae a tu corazón situaciones o personas que necesitan hoy de esas palabras: “No llores”, pues hay esperanza.


CUANDO ORES

Da gracias a Dios por Jesús, el Cordero degollado; porque con Él te hace partícipe de su historia de salvación, te constituye pueblo sacerdotal y porque te sigue rescatando para Dios. Y en adoración, únete al canto de toda su creación: "Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos. Amén".

(Gema Villaluenga, Equipo de Lectio Divina de la U.P.Comillas)