Debo proclamar su nombre:
Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo;
Él es el que nos ha revelado al Dios invisible,
Él es el primogénito de toda criatura y todo se mantiene en Él.
Él es también el maestro y redentor de los hombres;
Él nació, murió y resucitó por nosotros.
Él es el centro de la historia y del universo;
Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida,
hombre de dolor y de esperanza;
Él ciertamente vendrá de nuevo
y será, como esperamos, nuestra plenitud de vida y de felicidad.
Yo nunca me cansaría de hablar de Él;
Él es la luz, la verdad; más aún, el camino, la verdad y la vida;
Él es el pan y la fuente de agua viva,
que satisface nuestra hambre y nuestra sed;
Él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo,
nuestro consuelo, nuestro hermano.
Él, como nosotros, y más que nosotros, fue pequeño, pobre,
humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente.
Por nosotros habló, obró milagros,
instituyó el nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados,
... en el que los que tienen hambre de justicia son saciados,
... en el que todos son hermanos...
Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega,
el rey del nuevo mundo,
la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino.
Él es nuestro mediador, a manera de puente entre la tierra y el cielo;
Él es el hijo del hombre por antonomasia
porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito,
y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres.
(Pablo VI)
(Pablo VI)