Lectio divina de Mateo 11,2-19
Canto: Tu Palabra (Marcela Gandara)
LEEMOS MATEO 11,2-19
2 Juan,
que en la cárcel había oído hablar de las
obras de Cristo, envió a sus
discípulos a decirle: 3«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos
esperar a otro?» 4 Jesús
les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: 5 los
ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen,
los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio; 6
¡y dichoso aquel que no se
escandalice de mí!»
7 Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús
a hablar de Juan a la gente: «¿Qué
salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? 8
¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? Los que visten
con elegancia están en los palacios de los reyes. 9 Entonces ¿a qué
salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. 10
Éste es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de
ti, que preparará por delante tu camino.
11 En verdad os digo que no ha surgido entre
los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más
pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. 12 Desde los días
de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los
violentos lo arrebatan. 13 Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley , hasta Juan profetizaron. 14
Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. 15 El
que tenga oídos, que oiga.
16 ¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los
chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: 17
"Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado
endechas, y no os habéis lamentado."
18 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía,
y dicen: "Tiene un demonio." 19 Vino el Hijo del hombre,
que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis un hombre comilón y un borracho,
amigo de publicanos y pecadores." Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras.»
CUANDO
LEAS
El pasaje de nuestra
lectura orante de hoy tiene como protagonistas a Jesús, a Juan y a “esta
generación” que no sabe interpretar los signos de Dios ni acoger la salvación
tal y como llega.
En el evangelio que hemos
escuchado, podemos descubrir tres partes:
a)
La pregunta de Juan (vv. 2-6)
Juan está en la cárcel y
ha oído hablar de las “obras” de Cristo. Las obras son tanto las palabras como
las acciones que encontramos en Mt 5-9. En Jesús se están cumpliendo las
esperanzas anunciadas en el A.T., y descubrimos, en el trasfondo, pasajes como
Is 35,5ss; 42,18; 61,1, y la curación de leprosos y resurrección de muertos de
la época de Elías y Eliseo (1 Re 17, 17-24; 2 Re 4,18-37; 2 Re 4,18,37;
5,1-27).
La proclamación de
felicidad (macarismo) del v. 6 sitúa a Israel (no sólo a los discípulos de Juan
que interpelan a Jesús) frente a la acogida o el rechazo de la salvación y de
la misma persona de Jesús.
b)
Juan Bautista, el nuevo Elías (vv. 7-15)
A través de una serie de
preguntas retóricas, Jesús habla de la identidad de Juan, de su lugar en el
Reino y de su relación con Jesús. Juan no es un predicador oportunista, ni un
lujoso cortesano. Es un profeta y más que profeta. Es Elías, el precursor que
tenía que venir (Mal 3,1; 23-24). Sin embargo, los que han entrado en el Reino
a través del seguimiento de Jesús son más grandes que él.
El v. 12 admite dos
interpretaciones: el Reino exige hacerse violencia y sólo los que son capaces
de ello entran en él, o bien, el Reino encuentra una violencia oposición en los
que no quieren entrar en él. En Mateo, esta segunda interpretación parece la
más probable.
c)
Esta generación obstinada (vv. 16-19)
Jesús compara a su
generación con unos niños caprichosos a los que nada les viene bien: ni la
austeridad y el ascetismo del profeta Juan, en quien no reconocieron a Elías,
ni la alegría del Hijo del hombre, al que insultaban llamándolo “comilón, borracho y amigo de publicanos y
pecadores”. Para Jesús, sin embargo, las comidas con pecadores y el no
ayuno eran signos del Reino.
En la frase final, Jesús
se identifica con la sabiduría de Dios cuyas obras son más elocuentes que los
juicios de rechazo y los razonamientos de los contemporáneos de Jesús.
CUANDO
MEDITES
La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. Él esperaba un Mesías que extirparía
del mundo el pecado imponiendo el juicio riguroso de Dios, no un Mesías
dedicado a curar heridas y aliviar sufrimientos. Desde la prisión de Maqueronte
envía un mensaje a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a
otro?”.
Jesús le responde con su vida de profeta curador: “Decidle a Juan lo que estáis viendo y
oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los
sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena
Noticia”. Este es el verdadero Mesías: el que viene a aliviar el sufrimiento,
curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.
Jesús se siente enviado
por un Padre misericordioso que quiere para todos un mundo más digno y dichoso.
Por eso, se entrega a curar heridas, sanar
dolencias y liberar la vida.
Y por eso pide a todos: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso para juzgar a los
pecadores y condenar al mundo.
Por eso, no atemoriza a nadie con gestos justicieros, sino que ofrece a
pecadores y prostitutas su amistad y su perdón. Y por eso pide a todos: “No
juzguéis y no seréis juzgados”.
Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro sensacionalismo. Cura movido por la compasión, buscando
restaurar la vida de esas gentes enfermas, abatidas y rotas. Son las primeras
que han de experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana.
Jesús no insistió nunca en
el carácter prodigioso de sus curaciones ni pensó en ellas como receta fácil
para suprimir el sufrimiento en el mundo. Presentó su actividad curadora como
signo para mostrar a sus seguidores en qué dirección hemos de actuar para abrir
caminos a ese proyecto humanizador del Padre que él llamaba “reino de Dios”.
El Papa Francisco afirma que “curar heridas” es una tarea urgente: “Veo con claridad que lo que la Iglesia
necesita hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor, cercanía y
proximidad a los corazones... Esto es lo primero: curar heridas, curar
heridas”. Habla luego de “hacernos cargo de las personas, acompañándolas como
el buen samaritano que lava, limpia y consuela”. Habla también de “caminar con
las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su noche y
oscuridad sin perderse”.
Al confiar su misión a los
discípulos, Jesús no los imagina como doctores, jerarcas, liturgistas o
teólogos, sino como curadores. Su tarea será doble: anunciar que el reino Dios está
cerca y curar enfermos.
(José Antonio Pagola)
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El evangelio de hoy nos
invita a contemplar a Jesús como la realización de las promesas de Dios, el
esperado, el Reino que se hace presente en acontecimientos salvadores, la
alegría de los pobres, los pecadores y los enfermos, la esperanza de los
excluidos, la extraña sabiduría de Dios, que desconcierta incluso a Juan el
Bautista y suscita el rechazo
de gran parte de su
generación…
- ¿Cómo
te sitúas tú ante el que ha venido?
- ¿Cómo
lo acoges?
- ¿Qué
signos intuyes, oyes o ves, de su presencia?
- ¿Tu
generación puede apreciar en ti signos que te acreditan como seguidor/a de
Jesús?
CUANDO
ORES
w Dale
gracias a Dios por Jesús, el esperado que nos trae a todos su vida en
abundancia.
w Dale
gracias por todas las “obras de Cristo”, por todos los signos del Reino que
ves a tu alrededor, realizaciones de justicia, paz, solidaridad… vengan de
donde vengan.
w Pídele
la gracia, la fuerza y la sabiduría de anunciar lo que has visto y oído, en la
dicha de seguir a Aquel que viene.
w Ora
el Salmo 145(7.8-9a.9bc-10) de la liturgia del domingo.
El Salmo 145 canta la fidelidad de Dios. Ora el salmo en segunda persona,
hablándole a Jesús, dándole gracias por su fidelidad, su misericordia, su
ternura…
Cantamos:
(C3)
(C3)
(Puedes encontrar la música de esta antífona aquí: Tu fidelidad...)
Tú, Jesús, mantienes tu fidelidad perpetuamente,
Tú
haces justicia a los oprimidos,
Tú
das pan a los hambrientos.
Tú
libertas a los cautivos.
Tú
abres los ojos al ciego,
Tú
enderezas a los que ya se doblan,
Tú
amas a los pecadores y a los justos,
Tú
nos guardas en el camino de la vida.
Tú sustentas a los pobres entre los pobres
y
trastornas el camino de los malvados.
Tú,
Señor, reinas eternamente,
Tú,
Jesús, de generación en generación.
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