sábado, 29 de noviembre de 2008

Al final del camino me dirán...

El año litúrgico está pensado con sabiduría, porque nos hace vivir, como condensado, el ciclo de toda una vida, desde el nacimiento hasta la muerte.

El final del año, que culmina con la fiesta de Jesucristo, Rey del universo, nos confronta con las "realidades últimas" de la existencia: nuestro fin personal y el final del cosmos y de la historia. Las lecturas de la misa diaría y de los domingos no suelen gustar mucho a nadie: parecen "cuentos para no dormir", plagados de avisos, advertencias y exigencias: "¡Vigilad! ¡Velad, pues no sabéis el día ni la hora! ¡Trabajad!...".
-¡Es que Dios es tan exigente -exclamaba una mujer en un grupo bíblico hace pocos días-, que casi me da miedo!

Esa imagen de un dios severo e inmisericorde me es tan lejana en el tiempo y me resulta tan ajena a mi experiencia y a mi fe que, al escuchar a esa mujer, sentí estremecimiento por ella y por cuantos, como ella, temen a Dios. [Líbranos, Señor, de pensarte y sentirte como un ser furibundo, resentido, mezquino y vengativo, cuya bondad es más raquítica que la de la mayoría de los seres humanos... ] ¿Cómo podemos creer en esa caricatura de Dios, tan diferente de Él?

A aquellos que sienten miedo o inquietud ansiosa ante las imágenes apocalípticas de los discursos escatológicos, les recomiendo que mediten, largo y tendido, estas palabras de Juan:

"En esto ha alcanzado el amor la plenitud en nosotros:
en que tengamos confianza en el día del juicio...
No cabe temor en el amor; antes bien, el amor pleno
expulsa el temor" (1 Jn 4,17-18).

Si el año litúrgico nos hace mirar cara a cara la posibilidad real de nuestra muerte no es para "meternos el miedo en el cuerpo", como hacían los antiguos "novísimos" con sus meditaciones tan alegres y esperanzadas sobre la muerte, el juicio, el infierno y el cielo (no sin haber pasado por el consabido purgatorio...), sino para tomarle el pulso a nuestra esperanza cristiana y para hacer de despertador o de suave bofetada repentina y necesaria, para que vivamos con consciencia, responsabilidad y gratitud todos y cada uno de nuestros días.

Me gusta pensar mi futuro último día como reza un poema de Casaldáliga:

"Al final del camino me dirán:
¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo, sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bella reflexión, hermana y mejor imagen de Dios...

GRACIAS

Conchi pddm dijo...

Gracias a ti, amiga anónima.
¡Buen camino de Adviento!