domingo, 15 de mayo de 2011

Prisión y fuga de un poeta. La noche oscura de San Juan de la Cruz en Toledo

Hoy ha sido un día intenso.
Es la jornada mundial de oración por las vocaciones, y esta tarde nos hemos reunido en el monasterio de Santa Clara un buen grupo de religiosas, religiosos, laicos y seminaristas para orar por esta intención.
En la mañana también hubo un evento especial: Santiago Sastre, el esposo de una de nuestras amigas del coro parroquial, ha sido nombrado académico y tenía una ponencia con un título hermoso y sugerente: "Prisión y fuga de un poeta. La noche oscura de San Juan de la Cruz en Toledo". Su enfoque ha sido más el de un historiador y un cronista, obviando la experiencia mística de San Juan durante su cautiverio, urdimbre en la que se gestó, por ejemplo, su cántico espiritual.
A su ponencia, siguió la contestación de uno de los académicos quien sí evidenció esa experiencia de noche radiante más que el día. ¿Qué es lo que hace que un hombre, cautivo durante meses en un reducido espacio, sometido a todo tipo de privaciones, maltrato psicológico y físico, etc, pueda transformar la fealdad de lo real en fuente de belleza, fortaleza, consuelo y amor? Así, su mínima estancia se convirtió en "bosques y espesuras, plantadas por la mano del amado"; su celda tenebrosa alcanzada por un leve rayo de luz, en "cristalinas fuentes" cuyos "semblantes plateados" habrán de formar, de repente, "los ojos deseados que llevo en mis entrañas dibujados"...
No era esa estancia lo que Juan veía todos los días. Sino esos ojos, esa presencia, ese encuentro, ese descanso, "el cuello reclinado, sobre los dulces brazos del amado".
Es el amor.
Es sólo y siempre el amor el que hace nuevas todas las cosas. 

3 comentarios:

Carmen dijo...

Ahí lo tienes, Conchi...alguien de caracter inquieto e historia trágica esperanzado contra toda esperanza...
preciosa tu entrada de hoy, me voy a comer con la piel de gallina.

M Luisa dijo...

Totalmente de acuerdo: el AMOR lo es todo, pero ese que lo es, el que da y se entrega; el que sabe acoger y abrazar; el que, aún sin saberlo, viene de Dios.
Gracias y un abrazo,

Anónimo dijo...

Excelente,

Gustavo