jueves, 31 de enero de 2013

Ningún profeta es bien recibido en su tierra

Lectio divina de Lc 4,21-30
Oración al Espíritu
Espíritu Santo,
sé que me habitas y que habito en ti.
Algunas veces, he llegado a sentirlo, como si fuera más consciente…
Algunas veces, he vislumbrado comprenderlo, como más lúcidamente…
Muchas veces, ni siento, ni entiendo, ni siquiera me acuerdo de que estás en mí
y de que estamos en ti…
Pero, CREO.
Creo en ti, Espíritu Divino de la Creación.
Creo, porque quiero creerle más y más a Jesús, que me reveló
tu presencia viva y discreta en todo lo que es…
Creo, cada vez más, que no se trata de mí ni de que yo tenga vida,
sino de ti, en todo, y de que me regalas ser parte de la Vida.
Gracias por cada sensación, por cuanto percibo y capto.
Gracias por cada sentimiento y cada emoción, por cuanto vivo y expreso.
Gracias por cada recuerdo, cada idea, cada momento de comunicación.
Gracias por cada silencio, cada vez más lleno de tu divino amor.
Gracias por cada rostro que habita en mi corazón.
Deseo dejarme mover por tu acción.
Deseo fluir, no pasiva ni resignadamente, sino confiadamente, atentamente, felizmente.
Deseo liberarme de cualquier necesidad y deseo, desapegarme y soltar,
Decir “adiós” sin aferrarme, pero saber darme y siempre amar.
Te consagro mi ser.
Quiero que llenes a las personas con las que comparto esta historia.
Deseo que reines en toda la creación y que seamos, más y más,
humanidad consciente de tu amor, que une sin fundir,
que anima sin someter,
que ilumina sin deslumbrar,
que da vida dándose y sin dejar de amar.

¡GRACIAS, ESPÍRITU SANTO!
¡GRACIAS Y AMÉN, CON TODA LA HUMANIDAD!

(Rogelio, misionero del Espíritu Santo)
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Lucas 4,21-30

20 Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga, todos los ojos estaban fijos en él. 21 Comenzó, pues, a decirles:
- Esta Escritura, que acabáis de oír,
se ha cumplido hoy.
22 Y todos daban testimonio de él
y estaban admirados de las palabras
llenas de gracia que salían de su boca. Y decían:
-¿No es éste el hijo de José?
23 El les dijo:
- Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria.
24 Y añadió:
- En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. 25 Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; 26 y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón.  27 Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio.

28 Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; 29 y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle.
30 Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.
             
CUANDO LEAS

- Encontrándose en la sinagoga de Nazaret, Jesús ha leído el c. 61 de Isaías que anuncia el Mesías de los pobres y luego afirma que dicha profecía se cumple “hoy” (implícitamente en él).
- Tres son las reacciones del auditorio: admiración, menosprecio y, por último, odio mortal. Al principio, todos le prestan atención y quedan maravillados de sus palabras. Luego, sin embargo, nace la duda en sus corazones, pues las “palabras de gracia” pronunciadas por Jesús no encajan con su humilde origen.
- La pregunta que se hacen los presentes (“¿No es éste el hijo de José?”) provoca una larga intervención de Jesús articulada en dos momentos: 1. Les dice un refrán ya conocido en el mundo antiguo (“Médico, cúrate a ti mismo”), con el cual reconoce la hostilidad del auditorio y lo confirma con otro refrán (“Ningún profeta es bien aceptado en su patria”), auto-presentándose así como profeta; 2. Recurre a dos ejemplos del Antiguo Testamento para ilustrar su experiencia. Lo que le ha ocurrido a él ya había sucedido a dos grandes profetas de Israel, Elías y Eliseo.
- Los dos ejemplos mencionados se encuentran en los libros de los Reyes: el milagro de la harina y el aceite (1Re 17,7-16) y la curación de Naamán el sirio (2 Re 5,1-14). En estos dos textos, Elías y Eliseo actúan a favor de dos paganos que, además de ser extranjeros, eran marginados de la sociedad: una pobre viuda y el leproso pertenecen al grupo de los pobres y de los oprimidos  a los que está destinada la liberación de Jesús (cfr. Lc 4,18). La salvación, pues, no es exclusiva de Israel sino que alcanza a los pueblos paganos. Dos ejemplos del pasado que iluminan el hoy de Jesús: Jesús ha venido a liberar a todos aquellos que necesitan la salvación.
- Presos de indignación, los habitantes de Nazaret se levantan para precipitarlo en un barranco, pero Jesús, incomprendido en su tierra, “siguió caminando”.
(Nuria Calduch, Misa dominical)

CUANDO MEDITES

- Sabemos que históricamente la oposición a Jesús se fue gestando poco a poco: el recelo de los escribas, la irritación de los maestros de la ley y el rechazo de los dirigentes del templo fueron creciendo hasta acabar en su ejecución en la cruz.
También lo sabe el evangelista Lucas. Pero, intencionadamente, forzando incluso su propio relato, habla del rechazo frontal a Jesús en la primera actuación pública que describe. Desde el principio han de tomar conciencia los lectores de que el rechazo es la primera reacción que encuentra Jesús entre los suyos al presentarse como Profeta.
- Lo sucedido en Nazaret no es un hecho aislado. Algo que sucedió en el pasado. El rechazo a Jesús cuando se presenta como Profeta de los pobres, liberador de los oprimidos y perdonador de los pecadores, se puede ir produciendo entre los suyos a lo largo de los siglos.
A los seguidores de Jesús nos cuesta aceptar su dimensión profética. Olvidamos casi por completo algo que tiene importancia. Dios no se ha encarnado en un sacerdote, consagrado a cuidar la religión del templo. Tampoco en un letrado ocupado en defender el orden establecido por la ley. Se ha encarnado y revelado en un Profeta enviado por el Espíritu a anunciar a los pobres la Buena Noticia y a los oprimidos la liberación.
Olvidamos que la religión cristiana no es una religión más, nacida para proporcionar a los seguidores de Jesús las creencias, ritos y preceptos adecuados para vivir su relación con Dios. Es una religión profética, impulsada por el Profeta Jesús para promover un mundo más humano, orientado hacia su salvación definitiva en Dios.
Los cristianos tenemos el riesgo de descuidar una y otra vez la dimensión profética que nos ha de animar a los seguidores de Jesús. A pesar de las grandes manifestaciones proféticas que se han ido dando en la historia cristiana, no deja de ser verdad lo que afirma el reconocido teólogo H. von Balthasar: A finales del siglo segundo "cae sobre el espíritu (profético) de la Iglesia una escarcha que no ha vuelto a quitarse del todo".
Hoy, de nuevo, preocupados por restaurar "lo religioso" frente a la secularización moderna, los cristianos corremos el peligro de caminar hacia el futuro privados de espíritu profético. Si es así, nos puede suceder lo que a los vecinos de Nazaret: Jesús se abrirá paso entre nosotros y "se alejará" para proseguir su camino. Nada le impedirá seguir su tarea liberadora. Otros, venidos de fuera, reconocerán su fuerza profética y acogerán su acción salvadora.

(José Antonio Pagola)


CUANDO ORES


1) Pregoneros y profetas
 
Cuando pase el mensajero
que no me encuentre dormido,
afanado en otras metas,
indiferente a su voz.
Que no sea su relato
semilla que el viento barre
o luz que a nadie ilumina.
Cuando pase el mensajero
que no le vuelva la cara
para esquivar su propuesta.
 
Se presentará en un libro,
en un verso, 
o será estrofa de un canto
que me envuelva.
Vendrá, tal vez, en un amigo,
en un hombre roto,
o en el pan partido.
Le abriré la casa, 
pondré en juego el corazón
y escucharé, con avidez,
sus palabras.
 
Y entonces 
me cambiará la vida.

(José Mª Rodríguez Olaizola, sj)


2) “Estaban admirados de las palabras de gracia que salían de su boca” (Lc 4,22)

Palabras vivas, graciosas y llenas de gracia,
capaces de arrancar amaneceres en noches eternas.

Palabras que quitan losas, que aligeran pesos,
que devuelven la cordura y disuelven los miedos.

Palabras, como parteras de la vida, 
tirando de ti, para que nazcas de nuevo.

Palabras alegres, que despiertan sonrisas,
que dan respiro y ensanchan angosturas.

Palabras llenas de Dios, llenas de aliento divino.
Así son tus palabras.
Así serán las mías, si tú hablas en mi boca.
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