viernes, 2 de noviembre de 2007

En el día de los difuntos (I)

Siempre me ha parecido un folklore de romería la movida general de flores, encalados y reuniones familiares, característica del día de difuntos. Desempolvamos nuestros sepulcros. Su pulcritud, ausente en temporadas invernales, estivales o de alegre primavera, parece querer disimular la realidad aciaga de la muerte.
Los vendedores de flores, a la puerta de los camposantos, hacen su agosto, y las frías moradas eternas, adornadas ya, parecen querer emular las exuberantes carrozas del Rocío sevillano, con su derroche de rosas y claveles. Falta, en el Rocío, el olor otoñal a castañas asadas, y una nostalgia que frenaría la jarana de palmas, cantares y roncas guitarras.
Difuntos, modestas flores de tiempo gélido y castañas forman una tríada inseparable en mi recuerdo de la infancia, cargado de fragancias peculiares, y de cielo y sol radiantes, como el de hoy.
En otro tiempo, las conocidas coplas del poeta (1) hubieran dado color de lúgubre sentimiento a este día:
"Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando..."
Los posmodernos, sin embargo, sorbido el adormecido seso por el mito de la eterna juventud, se hacen ignorantes a la voz del poeta, y sordos a inquisidoras cuestiones metafísicas. "¡Hay que vivir el "aquí" y el "ahora"!" "Envejecer" es la palabra tabú. La caja tonta, en su asedio publicitario, revela los secretos de la vida perennemente joven en apariencia: mil remedios para "detener el paso del tiempo"... No han leído, seguramente, estos otros versos, revestidos de esperanza, de un contemporáneo nuestro (2):
"Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
comprendiendo
que hay que llenar nuestra vida
y así dar muerte a la muerte".
El que escribió esto, posiblemente, sonría hoy en un lugar desconocido y, descalzo, como los niños, pasee entre las flores de la otoñal romería, aspirando el olor de apetecibles castañas, tostadas en las brasas de un vetusto asador.
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Modesto, asando castañas en la plaza de mi pueblo



Vistas desde el cementerio. Bonito, ¿no?

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(1) Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre
(2) José Luis Martín Descalzo

3 comentarios:

Pedro Carpintero dijo...

Dia de los difuntos. A todos nos da miedo la muerte. Pero el problema no está en la muerte, sino en la vida. No encontramos sentido a la muerte porque no encontramos sentido a la vida.
Si no sabemos para qué vivimos, dificilmente descubriremos para qué morimos. Y la buena noticia: Jesucristo Resucitado, Dios de la vida, que nos dice que el hombre no es un ser para la muerte, sino para la vida, vida que no se acaba en la que el hombre verá satisfechos los deseos de su corazón. Creo en la resurreción de la carne y en la vida del mundo futuro.

Anónimo dijo...

¿Recuerdas los versos que hay a la entrada de nuestro camposanto?
"Trátame con respeto y humildad, porque como te ves me vi y como me ves te verás"
O algo así... Cierto, parece que sólo importa el aquí y ahora, y el craso error de pensar que se será eternamente joven y de llenar la vida de experiencias vacías, pero lo inesperado llega a cualquier edad, y el tiempo pasa, y los años, y las arrugas llegan, y la madurez, y la sabiduría del que supo entender la vida como eso, como un fugaz pasar, sigiloso, tímido... en medio de la inmensidad, y donde no hay mayor tesoro que llenarla de Esperanza, la Esperanza de que todo lo vivido no ha sido en vano.

PD: lo que va a rodar el pobre Modesto...

Anónimo dijo...

Amén, Pedro. Así es. También yo creo que Dios nos resucitará, que "no nos entregará a la muerte ni dejará a sus amigos conocer la corrupción" (Salmo 15).
Ahora bien, a mí no me da miedo la muerte. Sólo me da tristeza pensar que he de desprenderme de este mundo que me maravilla todos los días, y de las personas a quienes amo. Humana tristeza. Equivocada tristeza, pues la maravilla y el amor de la vida que aguardamos serán de vértigo, como dice la Escritura: "ni el ojo vio, ni el oído oyó lo que Dios ha preparado para los que le aman".

Y a ti, siamesa mía: ¡qué densa andas, qué sabia y qué esperanzada! Ésa es también mi esperanza: que nada de cuanto vivimos es en vano, de cara a este mundo y a la eternidad. Preparamos futuro para otros. Y nos preparamos el futuro de Dios.