jueves, 11 de septiembre de 2008

Leyendo el Ciclo de Abrahán (I)

Leemos juntos la Biblia
Génesis 12-25

La familia de Abrahán y Sara


27 Esta es la descendencia de Téraj:
Téraj fue padre de Abrám, Najor y Harán.
Harán fue padre de Lot, 28 y murió en Ur de los caldeos, su país natal, mientras Téraj, su padre, aún vivía. 29 Abrám y Najor se casaron. La esposa de Abrám se llamaba Saray, y la de Najor, Milcá. Esta era hija de Harán, el padre de Milcá y de Iscá.
30 Saray era estéril y no tenía hijos.
31 Téraj reunió a su hijo Abrám, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Saray, la esposa de su hijo Abrám, y salieron todos juntos de Ur de los caldeos para dirigirse a Canaán. Pero cuando llegaron a Jarán, se establecieron allí. 32 Téraj vivió doscientos años, y murió en Jarán.


a En primer lugar, es interesante notar que la genealogía de Teraj es, como todas las de la Biblia, patriarcal, es decir, tiene en cuenta la descendencia por vía paterna. Ni siquiera se nos menciona el nombre de la madre de Abrahán ni el de la madre de Lot. Tampoco se nos dan noticias sobre ellas, por lo que hay que suponer que Teraj y Harán fueran viudos.
En segundo lugar, para poder seguir con la imaginación este relato, nos vendría muy bien tener delante un mapa donde situar a los personajes.
Decimos que Téraj y sus hijos procedían de la ciudad de Ur, en Caldea, más o menos donde está el actual Irak. Ur quedaría hacia el centro de Irak, cerca del río Eúfrates.
Esta familia era nómada, una familia de pastores, que se dispone a marchar desde Ur hasta Canaán, posiblemente en busca de mejores pastos para sus ganados. ¿Dónde encontramos Canaán? Se correspondería con la zona de Israel, Líbano, y la parte oeste de Siria y de Jordania.


¿Quiénes emprenden el camino? El cabeza de familia, Téraj, su hijo Abram, su nuera Saray, y su nieto Lot, que era huérfano de padre, como nos dice el relato.
En estos últimos versículos del capítulo 11 nos interesa resaltar lo siguiente: en ellos el narrador nos presenta a los protagonistas de la película que vamos a ver después: Abram, Saray y Lot. De estos protagonistas es curioso el único dato que subraya el narrador: “ Saray era estéril, sin hijos”
. Para la mujer israelita, no tener hijos era la mayor pobreza. Los hijos eran signo de la bendición de Dios. La esterilidad suponía una maldición. Y, para una sociedad que no cree aún en la vida eterna, la supervivencia o la perpetuación en la historia, en el futuro, o sea, el modo de no morir, era perpetuarse en los hijos. Una mujer sin hijos estaba abocada a desaparecer en la historia y a que no quedara rastro de ella.

¿Por qué el narrador tiene tanto interés en que los que escuchamos o leemos sepamos este dato de la esterilidad de Saray? Porque precisamente por esa carencia de Saray va a entrar Dios en la historia haciendo posible lo imposible, haciendo fecundo lo estéril y dando vida allí donde parece que sólo hay un vientre yermo.
En la Biblia aparecen muchas mujeres estériles a las que Dios va a elegir precisamente para ser madres de personajes importantes de la historia de Israel.
¿Qué significa esta esterilidad? Precisamente la incapacidad humana de generar cauces de salvación y el hecho de que sólo Dios puede hacerlo.


La llamada a salir y la bendición
Pero dejábamos a Abram, Saray y Lot en Jarán. Allí murió su padre, Teraj, y fue entonces cuando Abrahán escuchó de Dios la siguiente llamada y la siguiente bendición:

1 Yahveh dijo a Abram: "Sal de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré.
2 De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. 3 Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra."
4 Salió, pues, Abram, como se lo había dicho Yahveh, y con él Salió Lot. Tenía Abram 75 años cuando salió de Jarán.

Nos encontramos en los primeros versículos del capítulo 12. Fijémonos en la llamada que Dios le hace a Abrahán: “Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré”.

“¡Sal!”. La propia tierra, el propio país, el círculo familiar, los amigos, las raíces de la infancia, los recuerdos, las costumbres, los lugares conocidos... constituyen a menudo toda nuestra seguridad. Y lo que Dios le pide a Abrahán es un éxodo de todo lo conocido hacia una tierra que aún no ha visto, sin ninguna garantía de éxito en esa empresa, o con la única garantía que da el fiarse de alguien que nos parece merecedor de tal confianza. Abrahán no ha visto su futura tierra, pero sale fiándose de la palabra del Señor. Sale como un ciego que camina a tiendas.
En un momento de oración que tuvimos hace años un grupo de compañeros de la universidad, una de nuestras compañeras, Mariola, hoy profesora de Biblia y escritora, compartió con nosotros una imagen muy bonita para decirnos cómo entendía ella la fe: la fe es como un bastón de ciego que no te permite asegurar más espacio delante de tus pies que el del próximo paso. Con el bastón, un ciego no puede apreciar dónde está el final de la calle, pero tampoco lo necesita. Sólo necesita saber dónde ha de dar el próximo paso. Así es la fe: nos conduce paso a paso a la espera de que Dios nos muestre gradualmente el camino.

El fundador de la Familia Paulina, el beato Santiago Alberione, decía que Dios enciende las luces poco a poco, no de golpe, y eso nos permite saber qué tenemos que hacer y adónde tenemos que ir hoy con una absoluta confianza, sin pretender que Dios nos desvele todo su proyecto cuando nosotros queremos, dejando el mañana en sus manos.
Pues eso es lo que sucede en la vida de Abrahán y Sara cuando Dios les pide que salgan de su tierra sin saber adónde habían de ir.

El versículo 2 contiene una bendición que a este matrimonio ya anciano y estéril le debía sonar un poco surrealista:
De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición”.
Para los semitas, se notaba que una persona había sido bendecida por Dios cuando vivía una larga vida, es decir, cuando moría anciano; cuando tenía riquezas y posesiones y cuando tenía muchos hijos. Desde ese punto de vista, la esterilidad era un signo de maldición o de olvido de Dios, y ahora resulta que a Abrahán se le hace la promesa de que será “una nación grande”, es decir, hay que tener esperanza en aún llegará una descendencia numerosa.

Por otra parte, es importante notar que esa bendición de Abrahán tiene una dimensión universal, es decir, la bendición no se le ha dado sólo a él y a su descendencia sino para que, en él, serán benditas todas las naciones de la tierra. En esto se apoyará san Pablo para decir que la promesa de la fe no fue sólo para el pueblo escogido sino para todos, judíos y paganos, los de cerca y los de lejos.
Así pues, Abrahán hace lo que Dios le dice: sale con toda su familia y sus posesiones y en todas las paradas que va haciendo, a medida que se desplaza del norte al sur del país, va erigiendo altares a Yahveh e invocando su nombre. Es decir, va sustituyendo el culto pagano de Canaán por el culto a Yahveh. En los versículos 4 al 9 se mencionan distintos lugares sagrados, como “la encina de Moré”, que debía de ser un antiguo santuario cananeo, tal y como se describe en el libro del Deuteronomio. Precisamente allí se produce un encuentro entre Dios y Abrahán en el que Dios ratifica su promesa de la tierra y la descendencia: “A tu descendencia he de dar esta tierra”.

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