lunes, 25 de enero de 2010

La invisible obra de la gracia

- "Sin los sacerdotes, ¿qué sería de nosotros?, ¿quién nos perdonaría los pecados?, ¿quién nos conduciría a la salvación?, ¿quién nos llevaría hacia el cielo?..."

Palabras textuales pronunciadas en una homilía enfervorizada, pura exaltación de las excelencias del sacerdocio católico y de su necesidad para que "todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad".
Sólo que esas enigmáticas preguntas tienen una única respuesta: ¡DIOS! Dios es el que "quiere que todos los hombres se salven" (1 Tim 2,4-5). Lo quiere más que nosotros. Dios es el que perdona los pecados. Dios es el que "nos lleva hacia el cielo". Sólo Él, de la manera que Él estima mejor.
El Concilio Vaticano II dice, en el n. 22 de la Gaudium et Spes: "... Esto vale no sólo para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual".
"La divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida." (LG, cap.2, n. 16).
Me parecen textos preciosos que no necesitan comentario alguno.
Pero más aún me parecen interpelantes los textos bíblicos que ponen en solfa la pretensión que tenía Israel de tener la exclusiva de la salvación de Dios. La mezquindad de Jonás, por ejemplo, llorando por su ricino, contrasta con la misericordia infinita de Dios hacia los asirios de Nínive, el imperio que había destruido Samaría el año 721. Jonás no quería que Dios tuviera misericordia de aquel pueblo de gentuza incircuncisa. La salvación era sólo para Israel.
Para algunos católicos la salvación sigue estando sólo dentro de la Iglesia católica. Pero la Iglesia es sólo un cauce y una mediación de salvación. Y es cauce y mediación cuando transparenta a Jesús, su Señor, en el anuncio y en el servicio. Tener en cuenta esto en todo momento es una humildad necesaria, para que no pensemos, equivocadamente, que pertenecemos a una "casta" especial de elegidos a los que Dios ama más que al resto de la humanidad. No es ésa la vocación de la Iglesia, sino la de ser el Cuerpo de Cristo, Hijo de Dios y Servidor de todos, para que todos tengamos su Vida. Una Iglesia que no sirve como Él, no sirve para nada (aprovecho para recomendar el espléndido libro de Jacques Gaillot, obispo de Evreux, publicado en Sal Terrae con ese mismo título: "Una Iglesia que no sirve no sirve para nada").

1 comentario:

Conchi pddm dijo...

Como véis, he decidido suprimir los comentarios a este post, algunos excesivamente subidos de tono. Pido disculpas al resto.

También me parece oportuno moderar los comentarios de ahora en adelante para evitar confrontaciones inútiles y palabras irrespetuosas. Quien no sabe argumentar, termina recurriendo al insulto.

Animo a quienes tienen afán de polémica a buscar otros blogs con ese propósito, o a hacerse uno propio para verter allí sus opiniones de modo indiscriminado.
Si este blog les desagrada, con no visitarlo, todo arreglado.

También he modificado el contenido del post para que nadie se sienta aludido personalmente.