martes, 26 de noviembre de 2013

El signo de Jesús en las bodas de Caná

Lectio divina de Juan 2, 1-12
   1 Al tercer día se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2 Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos.  3 Y, como faltaba vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: “No tienen vino.” 4 Jesús le responde: “¿Qué a mí y a ti, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.”   5 Su madre dijo a los sirvientes: “Haced cualquier cosa que os diga” 
6 Había allí colocadas seis tinajas de piedra para las abluciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. 7  Les  dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua”. Las llenaron hasta arriba.  8 Y les dijo: “Ahora sacad y llevadle al maestresala”.  Lo llevaron. 9 Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino (no sabía de dónde procedía, en cambio los sirvientes que habían sacado el agua sí que lo sabían) llama al esposo 10y le dice: “Todos sirven primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos el inferior; pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”.  11 Así, en Caná de Galilea, dio comienzo Jesús a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.
 12 Después bajó a Cafarnaúm, él, su madre y sus hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí no muchos días.

CUANDO LEAS

     El “tercer día” es en los evangelios el de la resurrección, la intervención definitiva de Dios. Estamos en el segundo día tras los cuatro precedentes. Nos encontramos en el sexto día, en el que fue creado el hombre, hecho para el séptimo. La presencia de Jesús es “la hora”, “ahora”, paso del sexto al séptimo día.

“Se celebraba una boda” Las bodas son la imagen más hermosa de la alianza entre Dios y su pueblo, en un amor más allá de toda infidelidad y tan fuerte que supera la misma muerte. Caná nos recuerda qanàh que significa adquirir, aludiendo al Pueblo que Dios ha adquirido para sí (Es 15,16;Dt 32,6;Sl 72,4).
    La madre “estaba allí” como las seis tinajas de piedra, hechas para contener el agua que habría de convertirse en vino bueno. No se dice su nombre: es llamada MADRE por el narrador y MUJER por Jesús. “Madre” indica la relación con el hijo, al que dona la vida; “Mujer” (esposa) la relación con el esposo, de cuyo amor correspondido brota la vida del hijo. María, en cuanto madre representa al pueblo de Dios, de cuya carne viene el Mesías; en cuanto esposa es la Hija de Sión, que ama y espera al Esposo.
     “No tienen vino” dice la madre a Jesús. La simple constatación es a la vez petición y espera. En las bodas entre Dios y la criatura el vino ha faltado desde el principio, con Adán,  Incluso después.
    “¿Qué a mí y a ti?” Traducción literal del hebreo, pero tiene varios sentidos. Según nuestra interpretación, el énfasis hay que ponerlo en el aplazamiento. La solución a todos los problemas sólo tendrá lugar cuando llegue la hora. Aunque Jesús realice el signo, hay que verlo sólo en relación a la hora definitiva. Más allá de la espera de una intervención prodigiosa (no le preocupa el vino material) desea hacernos comprender que la “hora” es la del excelente vino del banquete final,
    “Mujer” Jesús no le llama “madre”, sino “mujer”, como hará al pie de la cruz en Jn 19,25. Más allá del parentesco de la carne, hay un lazo más importante según el Espíritu, relación establecida desde el amor.
    “Todavía no ha llegado mi hora” Aunque Jesús parece negarse se ve claramente su inclinación por la interpretación de María. Es un reclamo al hecho de la llegada de la hora en la que el Esposo manifiesta su gloria. Caná es anticipo del cumplimiento con la muerte, cuando regrese al Padre. Jesús quiere hacer comprender a María, que con él ha llegado la hora en que se cumplen las promesas hechas por Dios.
   Serán los sirvientes quienes ejecuten el signo que Jesús realizará. “Haced cualquier cosa que os diga”. Madre y servidores representan al pueblo bien dispuesto a mantener la alianza que dice: “Todo lo que ha dicho JHWH, lo haremos” (Ex 19,8; 24,7). Los detalles de las tinajas: seis de piedra para las abluciones, no son superfluos. Representan la memoria de la creación del hombre, realizada el sexto día, la ley escrita sobre piedra. Estar vacías significa la vaciedad de los ritos purificatorios.
     “Llenad las tinajas de agua”  Sólo ahora sabemos que están vacías, sin agua, elemento primordial de la vida. El Señor ordena que las llenen: no hará el buen vino de la nada sino del agua, del deseo de vida de cada hombre, contenido en la ley dada a Israel. Las tinajas vacías esperan como el Esposo espera.
     “Sacadlo ahora”, se saca de las tinajas como de un pozo (4, 7) De hecho, la salvación viene de los judíos (4,22). “Ahora” es cuando se saca: ha llegado la hora de la salvación (cf.4, 23; 5,25) En el Hijo del hombre se abre el cielo y se celebra la unión entre Dios y el hombre: es la realidad más grande. “Llevadlo al maestresala”, que representa a Israel y a sus maestros, que esperaban en la promesa y constatan con sorpresa la bondad del vino que los siervos han sacado.     “Dio comienzo a sus señales” El regalo de la boda no es sólo el primero, sino el principio de los signos. El resto brotan de esta fuente. Jesús restablece la alianza y finalmente el ser humano obtiene, gracias a él, el buen vino. En Caná empieza el “día” del Mesías, que se revela progresivamente. “Manifestó su gloria…y creyeron en él  sus discípulos” Se cumple la promesa hecha a los discípulos que verían “cosas más grandes”(1,50) de las que habían supuesto: la Gloria del Hijo del hombre, la del Unigénito del Padre, por ella obtenemos,  gracia tras gracia.
   
CUANDO MEDITES

     Por la presencia de la madre de Jesús, por su diligencia premurosa, la fiesta de bodas, en lugar de ir decayendo, encuentra su plenitud. Ella, testigo del ministerio entregado está presente en la de los discípulos como brújula que muestra cómo regresar siempre al que es “el Camino, la Verdad y la Vida”.
     También estaban como invitados Jesús y sus discípulos. Es importante invitar al Señor a nuestra fiesta, y en toda circunstancia de nuestra existencia. Si no fuera así faltaría el que invitado se hace con delicadeza y discreción el anfitrión, regalándonos el buen vino, el de la fiesta y  alegría plenas. Pero el vino se acabó, y si el aceite y el pan son necesarios para vivir, el vino, que alegra el corazón del hombre (cf. Sl 104,15), es lo superfluo necesario para vivir felizmente. Es imagen del amor entre los esposos, entre Creador y criatura. Se pasa del sexto al séptimo día, a Dios que es embriaguez de amor.
     La madre de Jesús se dirige pone sus ojos y habla a los servidores para que lleven a cabo aquello que hará visible el signo que Jesús está dispuesto a realizar. Son los que se ofrecen, los que permiten la visibilidad del Reino a través de los signos que Dios continúa obrando a nuestro favor. Jesús es la Palabra: si lo escuchamos, el agua de nuestra humanidad se va trasformando en el vino de su divinidad. Va desarrollando y completando en nosotros aquel proyecto único con el que un día nos pensó; haciendo crecer todo aquello que nos permite ser lo que estamos llamados a ser. Su gracia nunca anula nuestra naturaleza sino que la perfecciona y lleva a plenitud haciéndonos personas realmente felices.
     Las tinajas, privadas de aquello para lo que fueron construidas, están vacías. Jesús, hará el buen vino con el deseo de vida de cada hombre. Dios asume y valora todo lo que es del hombre y de su historia.
     No se describe cómo se desarrolló el milagro de “el agua convertida  en vino” pero los diálogos manifiestan la disposición por la que todo lo humano se convierte en “buen vino”: sobre todo reconocer con la “madre” que no hay más vino, después escuchar la respuesta de Jesús a la “mujer”, quien reconoce que con él ha llegado el momento en que se cumple la promesa.  A diferencia del maestresala (que ignora el origen del vino bueno) los sirvientes sí lo saben. Quien ha sacado el agua de las tinajas, conoce que todo procede de haber confiado en Jesús  obedeciéndole, siguiendo las palabras de María. El Esposo  espera que, también quien lo llama, se convierta en su esposa.
   En el mundo, al principio, todo es hermoso, bello, repleto de vida y amor. Después pierde vitalidad. Afortunado  quien no cae en esta trampa que nos presenta sólo la juventud como  válida. La creación no está en decadencia,  el sexto día da paso al séptimo, es un camino hacia la fiesta.
     Todos los signos sirven para adherirse a Jesús, fuente de la vida (cf. 20,31). Solo en él está la Vida en abundancia. La fe en Jesús es el fin de toda la obra de Dios (6,30). Jesús tiene a sus discípulos y a María. Donde vaya, allí se podrá detener con quien esté abierto a su presencia, su mirada, su silencio, su amor.

CUANDO ORES

    Haz silencio en tu corazón, imagina que estás en la boda que se celebra en Caná. No te inquietes. Siente y descubre lo que esperas ahora de Jesús, lo que de verdad desearías compartir con él o pedirle.
   ♦   Recuerda que también ha sido invitada su madre, tu madre. No dudes en hablar con ella, María te conoce bien y sabe cómo te encuentras. Cuéntale.
       Como nos diría San Ignacio, contemplemos la escena considerando las personas presentes en la boda: quiénes son, qué dicen, qué hacen. Toma conciencia –como si presente te hallaras- de palabras, actitudes, tareas, reacciones. Qué se mueve dentro, qué sientes (quizás solo como una brisa pero firme).

      Textos que pueden ayudarte en tu encuentro personal con el Amor, para renovar tu relación como criatura amada de las que el Creador está profundamente enamorado, llevando tatuado tu nombre en la palma  de su mano. Sal 45; Os 2, 16-25; Is 54, 4-10; Is 62; Ez 16; Cantar de los Cantares; Ap 21-22.

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Lectio divina preparada por Mª del Pilar Casarrubios (Equipo de animación de San Francisco de Borja, Madrid)

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