martes, 2 de octubre de 2012

Jesús, las mujeres y los niños

Orando con Marcos 10,1-16

Oración para disponer el corazón

Desde nuestro corazón endurecido como pedernal,
torpe para comprender,
contaminado por razonamientos humanos, alejados de tu mentalidad,
te suplicamos, Señor Jesús,
que tu Espíritu nos enseñe,
con fuerza y suavidad,
los caminos a seguir,
las actitudes a asumir,
los valores a encarnar.

Envíanos al Maestro interior de nuestras vidas
para que aprendamos, acojamos y amemos
el plan original que el Padre soñó para nosotros,
hombres y mujeres
creados para la vida y el amor.

Marcos 10,2-16
[1] Y levantándose de allí, va a la región de Judea, al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente hacia él y, como acostumbraba, les enseñaba.
2Se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?"
3Él les replicó: "¿Qué os ha mandado Moisés?"
4Contestaron: "Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio."
5Jesús les dijo: "Por vuestra dureza de corazón dejó escrito Moisés este precepto para vosotros. 6Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. 7Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, 8y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. 9Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre."
10En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. 11Él les dijo:
"Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. 12Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio."
13Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. 14Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. 15Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él." 16Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

CUANDO LEAS

El evangelio de este domingo tiene tres partes:
1. Un sumario (v.1).
      2. La enseñanza sobre el divorcio (vv. 2-12)
      3. Los niños y el Reino de Dios (vv.13-16)

1. Un sumario (v.1)

En realidad, el v.1 no forma parte de la lectura litúrgica de este domingo, pero considero oportuno incluirlo porque nos ofrece el contexto espacial y la circunstancia en la que se desarrollan las escenas que siguen a continuación, y sirve como enlace o bisagra entre lo anterior y lo que sigue.
Hay tres elementos que me llaman la atención en este versículo.
Primero, las resonancias del lugar. Nos encontramos en Cafarnaún, lugar de residencia principal de Jesús en su misión de Galilea: la casa de Pedro. Jesús decide ponerse en marcha hacia Jerusalén y se dirige a Judea, “al otro lado del Jordán”. La Transjordania era considerada como parte de Judea. La mención del Jordán nos evoca la figura del profeta Juan, tan cercano a Jesús, el precursor. El comienzo del ministerio público de Jesús coincide con la entrega de Juan (“cuando Juan fue entregado”, Mc 1,14). También en esto, Juan fue precursor, el amigo del novio precedió al novio en su entrega y su martirio. Recordamos bien por qué fue asesinado Juan en la cárcel del rey Herodes. Porque denunciaba su situación de unión ilegítima con la mujer de su hermano Filipo (Mc 6,17ss). El episodio que sigue, la confrontación entre Jesús y los fariseos, tiene esta historia de trasfondo.
En segundo lugar, llama la atención de nuevo que la gente busca a Jesús. Numerosas veces se dice, en el evangelio, que la multitud le busca, le sigue, le quiere tocar, le llena la casa, le llena el tiempo… “Todos te buscan”, le dice Pedro, nada más comenzar el evangelio (1,37). Incluso Herodes, que había oído hablar de él, estaba perplejo, se preguntaba: “¿Quién es éste de quien oigo tales cosas? Y buscaba verle” (Lc 9,9).
En ocasiones, Jesús denuncia que la búsqueda de la gente no es desinteresada: “Vosotros me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado” (Jn 6,26). Y, en ocasiones, la búsqueda es incluso homicida: “… los judíos buscaban matarle” (Jn 7,1.11; cf. 7,19.25). Sus propios parientes lo buscan diciendo que “está fuera de sí” (Mc 3,21).
En tercer lugar, Jesús, “como era su costumbre, les enseñaba”. El imperfecto señala que esa era una tarea habitual de Jesús. Jesús es un Maestro de Sabiduría. Un Maestro que enseña con autoridad, y no como los escribas. Un Maestro con una aplastante coherencia de vida. Un Maestro cuyas palabras son Espíritu y Vida, y por eso le dice Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

Así pues, cerca del Jordán, lugar donde fue entregado Juan, la gente busca a Jesús, como busca un hambriento su pan, y Jesús se pone a enseñarles, como tantas veces, lleno de compasión y paciencia (Mc 6,34).

2. La enseñanza sobre el divorcio (vv.2-12)

Se acercan, entonces, unos fariseos, no para aprender del Maestro Jesús, sino para ponerle a prueba. No es la primera vez que Jesús discute con ellos a causa de la ley y las tradiciones judías:
En 2,6, se escandalizan porque Jesús perdona los pecados.
En 2,16, se escandalizan porque come con publicanos y pecadores.
En 2,18, se escandalizan porque los discípulos no ayunan.
En 2,24, se escandalizan porque los discípulos arrancan espigas un sábado.
En 3,6, deciden matarlo porque cura en sábado.
En 7,2, se escandalizan nuevamente porque los discípulos comen sin lavarse las manos.
Así es que no nos extraña, a estas alturas, que los fariseos quieran ponerle a prueba, preguntándole sobre algo cuya respuesta era indiscutible para los judíos: “¿Puede el marido repudiar a la mujer?” La respuesta de todo judío normal es “sí, porque lo dice la ley”. En Dt 24,1 está escrito:
“Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no haya gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le escribirá un acta de divorcio, se la pondrá en su mano y la despedirá de su casa”.
Este “algo que le desagrada”, “algo que le disgusta” o “algo vergonzoso” (erwath dabar), era interpretado de modo diverso según las distintas escuelas rabínicas. La de Hillel, en sentido amplio y la de Shammai, en sentido estricto. Es decir, para la escuela de Shammai, “algo vergonzoso” es un hecho realmente grave: el adulterio. La escuela de Hillel, sin embargo, incluía motivos tan insignificantes como cualquier incidente doméstico. Una interpretación posterior, de Rabí Aqiba, consideraba causa suficiente para el divorcio el que “se encontrara a otra que fuera más hermosa que ella” (que la propia mujer). Vemos, por tanto, la total arbitrariedad a la que se prestaba la interpretación de esta ley, hecha por hombres, en una sociedad patriarcal, la desigualdad que supone (pues la mujer no podía repudiar al varón por ninguna causa) y la inferioridad y desprotección a la que esta ley somete a la mujer.
En su respuesta, Jesús distingue la voluntad original de Dios del precepto de Moisés. Moisés ha tenido que dar ese precepto por la “dureza de corazón” de los judíos, una “esclerocardía” que no afectaba sólo a sus contemporáneos, sino también a los de Jesús, ya que Jesús les dice: “por vuestra dureza de corazón escribió para vosotros este precepto”.
La “esclerocardía” es un término que  aparece en el Antiguo Testamento indicando la insensibilidad del corazón humano a la enseñanza de Dios, como consecuencia de la continua desobediencia (cf. Dt 10,16; Jr 4,4; Eclo 16,10; en el N.T. sólo aparece aquí y en Mc 16,14).
¿Qué piensa, entonces, Jesús, respecto a la posibilidad de que un hombre repudie a su mujer? Que no es eso lo que Dios quiere. Que Dios los creó varón y hembra, iguales ante Él, con la misma dignidad, hechos los dos a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, la mujer no es una propiedad más del varón que puede ser usada y despedida a voluntad. Así eran las uniones judías: matrimonios concertados por los padres (habitualmente, por el padre), en el que la mujer permanecía sumisa en el ámbito doméstico y el varón tenía el dominio, como superior que era considerado.
Para Jesús, el amor, la unión y la compenetración deben ser la clave del matrimonio: “Los dos serán una sola carne”, y esa realidad está por encima de cualquier ley. No tiene sentido hablar de repudio porque no cabe la infidelidad, ni el adulterio, ni ninguna “cosa que disguste” a uno o a la otra que no pueda ser perdonada. Porque el amor “es paciente, es amable…, no busca su interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal (…) Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. El amor no acaba nunca” (1 Cor 13,4-8). Como dice el Cantar: “Grandes aguas no pueden apagar el amor ni los ríos anegarlo” (Cant 8,7).
También piensa Jesús que es Dios quien une a aquellos que se aman y se encuentran. El hombre es el don de Dios para la mujer y la mujer es el regalo de Dios para el hombre. La bendición de Dios para el ser humano es encontrar al compañero o compañera de su corazón, tener una unión fecunda, vivir del fruto del propio trabajo y gozar una larga vida juntos, como canta el salmo 19.

El texto no recoge la reacción de los fariseos ante la respuesta de Jesús, pero sí la de los discípulos. No comprenden. No lo aceptan. No les entra en la cabeza. No les entra en su corazón endurecido. Por eso, cuando están en la casa, vuelven a preguntarle sobre lo mismo. Y Jesús vuelve a responderles contra el precepto “humano” de Moisés, formulándolo, esta vez, de otra manera, e incluyendo la posibilidad de que también la mujer repudie a su marido y se case con otro. Aunque esta situación jurídica no podía darse en la legislación palestiniano-judía, era compatible con el divorcio greco-romano y con el egipcio-judío (como atestiguan escritos de Elefantina).

2. Los niños y el Reino de Dios (vv.13-16)

Pasamos de la figura de la mujer, que no contaba nada en aquella sociedad, a la del niño, que tampoco contaba. Jesús ya había hablado de los niños como símbolo de su propia persona cuando les enseña a sus discípulos que el que quiera ser el primero ha de ser el último de todos y el servidor de todos (Mc 9,35-37).
En el evangelio de Mateo, Jesús es más explícito: “Yo os aseguro, si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mc 18,3), donde niño es sinónimo de último, desposeído de todo poder, servidor.
Pero los discípulos no entienden. No están dispuestos a vivir de ese modo y no sólo no acogen a los niños sino que quieren echarles fuera. Todo ese significado que Jesús les atribuye a los niños como símbolo de los últimos de la sociedad es lo que explica la dureza de Jesús hacia sus discípulos. Está en juego algo innegociable. No se puede entrar en el Reino si uno no se hace como un niño.
“Entrar en el Reino” significa entrar en la vida de Jesús, compartir con él el proyecto de fraternidad y filiación, entrar en la comunión del Padre, saberse habitados por el Espíritu, ser servidores…, algo imposible para quien está lleno de ambición y busca el poder.
“Los niños son bienaventurados ‘porque no tienen nada que ofrecer, ninguna obra que calcular; son semejantes a la mano vacía de un mendigo’ (E. Schweizer). Son los que no tienen nada de qué vanagloriarse, ninguna pretensión que alegar. No pretenden conquistar por la fuerza lo que les viene dado” (A. Pronzato).

CUANDO MEDITES

“Vino la gente hacia Él”
- Nosotros vamos todos los días hacia Jesús… Como los griegos de los que habla el evangelio de Juan, nosotros “queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). ¿Qué busco en él? ¿Qué veo en él que me atrae? ¿Quién es Jesús para mí?
“Y, como acostumbraba, les enseñaba”
- ¿Es él también mi Maestro? ¿Escucho su Palabra todos los días? ¿Es, para mí, significativa, iluminadora, criterio de mis decisiones y acciones?
“Por vuestra dureza de corazón dejó Moisés escrito este precepto para vosotros”
- En el mensaje de Jesús hay una predicación dirigida exclusivamente a los varones para que renuncien a su “dureza de corazón” y promuevan unas relaciones más justas e igualitarias entre varón y mujer. ¿Qué estamos haciendo los seguidores de Jesús para revisar y cambiar comportamientos, hábitos, costumbres y leyes que van claramente en contra de la voluntad original de Dios al crear al hombre y a la mujer?
“Serán los dos una sola carne”
- ¿Qué pensamos nosotros de lo que dice Jesús respecto al matrimonio y al divorcio? ¿Demasiado ideal? ¿Demasiado irreal? ¿Jesús habla así porque no se casó? ¿Cómo cuidas tú tu matrimonio todos los días?

“El que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en Él”
- ¿Cómo vives la receptividad y el abandono confiado en tu vida diaria?
- ¿Cómo recibes la llamada de Jesús a ser “último” y “servidor”, a desposeerte de tu ego, de tus deseos de estar entre “los primeros”, entre “los que cuentan”.

CUANDO ORES

a) La Palabra de hoy hace que este día sea una ocasión especial para dar gracias a Dios por nuestro esposo o nuestra esposa, si estamos casados. 

- Recuerda todas las cosas buenas que has vivido con él/ella y da gracias.
- Cae en la cuenta de los dones de esa persona amada y da gracias a Dios por ella.
- Pide a Dios la gracia de que te enseñe a cuidar vuestra unión y a amaros mutuamente, según el Evangelio, todos los días de vuestra vida.

b) Oración por las familias:
Te damos gracias, Señor, por todas las familias cristianas,
pequeñas iglesias domésticas en donde se vive y se siembra el Evangelio,
en donde se aprende el amor y la fraternidad,
en donde Dios es alabado y bendecido como Padre, Luz, Vida y Amor.
Te damos gracias por el amor que une a los esposos,
sacramento del amor de Cristo a la humanidad,
levadura que puede hacer crecer una nueva civilización
en la que todos reconozcamos en el prójimo, cercano y lejano,
a un hermano «hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne».
Te damos gracias por el don de los hijos,
fruto de un amor que se entrega y se trasciende.
Te damos gracias porque ellos son la humanidad nueva
para un futuro que deseamos más justo y solidario.
Y también, hoy, nos atrevemos a pedirte, Señor.
Conocemos a muchos esposos y esposas que no se aman,
que están aburridos y cansados de estar juntos,
que no dialogan, que sólo se gritan o se ignoran.
Señor, conocemos familias cuyos hogares son verdaderos campos de batalla
en los que la injusticia y la violencia produce heridas físicas y psicológicas irreparables.
Sabemos que muchos niños son abandonados, aborrecidos y maltratados...
Tú lo conoces, lo ves, lo sabes también.
Dinos, Señor, qué podemos hacer por ellos.
Cuida y protege a las víctimas de los seres que deberían amarles más.
Y ayúdanos a nosotros, Señor, a hacer cuanto esté en nuestra mano
para hacer de nuestras familias, grupos y comunidades,
un hogar para el descanso, el amor y la alegría, contigo y en Ti. Amén.

c) Jesús nos dice hoy: «El que no reciba el Reino como un niño, no entrará en él». Deseamos acallar nuestras ambiciones y nuestra desconfianza, que nos impide abandonarnos en el Buen Padre Dios como un niño, orando con el salmo 131:

Señor, mi corazón no es ambicioso 
ni mis ojos altaneros.
No pretendo grandezas que superan mi capacidad,
sino que acallo y modero mis deseos
como un niño en brazos de su madre.
Espere Israel en el Señor,
ahora y por siempre.


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