viernes, 5 de abril de 2013

¡Señor mío y Dios mío!

Lectura orante de Juan 20,19-31




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Oración para disponer el corazón

Señor Resucitado, Vida de todas las vidas,
aliento que pone en pie
mis rodillas vacilantes,
Luz que penetra y transfigura
mi corazón adormecido e incapaz de sorprenderse:

sacude los cimientos de mi casa cerrada
con la Buena Noticia de tu Resurrección,
atisba los resquicios de mi débil esperanza,
y entra sin permiso,
y lléname de Luz.

Que no te extrañen mis dudas, Señor,
que no te decepcione mi miedo.
Muchas son las voces que dicen que estás muerto.
Muchas son las voces que preguntan ¿dónde está tu Dios?

Pero tú, Señor, dime una palabra, tan sólo una palabra,
y mis oídos sordos se abrirán,
exhala sobre mí el aliento de tu Espíritu Divino,
y mi lengua muda cantará,
dame paz y la alegría que nadie puede quitarnos
y los cerrojos de mis puertas saltarán.

Mi vida quedará abierta a tu Vida,
mi boca, a ser anuncio y palabra,
mis manos serán evangelio que trabaja y que sirve,
para que muchos, creyendo,
tengan vida en tu Nombre.

Juan 20,19-31

19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». 20Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». 22Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. 23A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». 

24Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». 25Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

26Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». 27Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». 28Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». 29Le dice Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

30Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. 31Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

CUANDO LEAS

El evangelio de este domingo está dividido en tres partes: a) La aparición del Señor Resucitado a los discípulos, al anochecer del día primero de la semana; b) la aparición, ocho días después, estando Tomás; c) el primer epílogo del evangelio de Juan.
Para nuestra lectio divina hemos seleccionado la primera y la tercera parte.

Fíjate en el marco espacio-temporal de la escena. Todo sucede “ya anochecido”, tras la puesta de sol. La noche (y, junto a ella, la oscuridad, la tiniebla, la ceguera) tiene, en Juan, un sentido profundamente metafórico. Alude a la falta de fe, a la desorientación, a la incapacidad de comprensión. Nicodemo acude a Jesús de noche (3,2); María Magdalena va a buscar a Jesús al sepulcro al amanecer, pero “cuando todavía estaba oscuro” (20,1). La oscuridad de la noche habla de la oscuridad del interior de una mujer que va a buscar al Viviente a un sepulcro, y que, al encontrarlo vacío, llora sin consuelo porque “le han quitado al Señor”.

Observa los personajes: Los discípulos: a pesar del testimonio de María Magdalena, los discípulos no creyeron. Para creer, no basta el anuncio. Es precisa la experiencia personal del Resucitado. Los discípulos están escondidos, atemorizados, sin valor ni libertad para pronunciarse públicamente a favor del injustamente condenado. Y esto es así “por miedo a los judíos”. Esta expresión ya había aparecido tres veces en el evangelio: en 7,13, donde el temor impedía a la multitud hablar abiertamente de Jesús; en 9,22, cuando los padres del ciego rehúsan, por miedo a la expulsión de la sinagoga, responder a los judíos sobre el modo como su hijo ha recobrado la vista, por miedo, y en 19,38, donde el miedo hacía de José de Arimatea un discípulo clandestino.
Jesús: Lo que ocupa el centro de la comunidad es el miedo. Pero Jesús entra en este espacio cerrado y oscuro, se pone en medio, les desea la paz y disuelve su miedo. Él penetra la densa tiniebla que envolvía a los discípulos porque, como dice el salmo 139,12: “ninguna tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día”. No es la primera vez que lo hace. En su discurso de despedida, les da su paz, “no como la da el mundo” (Jn 14,27). Les dice muchas cosas “para que tengáis paz en mí: en el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (16,33). Sin embargo, los discípulos se han olvidado de la palabra de Jesús y han perdido la paz a causa del miedo, y Jesús vuelve como lo había prometido (14,19) para confirmarles en ella. El suyo es el saludo de quien ha vencido al mundo y la muerte.
Jesús les muestra las manos y el costado, las señales de su amor hasta el extremo, los signos de su crucifixión. El Resucitado es el mismo que murió en la cruz. Si los discípulos tenían miedo de la muerte que podían infligirles los judíos, ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él les comunica. La mención del costado prepara el don del Espíritu (20,22), simbolizado por el agua que salió de Él (19,34).
La reacción de los discípulos es la alegría, una alegría que nadie les podrá quitar (16,22), la misma alegría que, tras los dolores de parto, siente una mujer cuando tiene al niño entre sus brazos (16,21), la misma alegría del sembrador cuando recoge la cosecha tras la fatiga de la siembra (Sal 126,6), la misma alegría que da saber que el grano de trigo no se pudre inútilmente, sino que da mucho fruto (Jn 12,24).
El primer saludo de paz quiere quitar el miedo a la persecución y a la muerte. El segundo, quiere llenar de valentía y libertad para el envío. La misión de los discípulos es la misma que la de Jesús: realizar las obras del que lo envió (9,4), producir mucho fruto, unidos a Él (15,5) y amar hasta el extremo como amó el Resucitado, que ahora nos enseña las manos y el costado, signos de su amor.
Jesús sopla sobre ellos y les infunde el Espíritu. Esta acción está en conexión con las palabras de envío. Al darles el Espíritu, Jesús les capacita para la misión. El verbo usado por Juan se encuentra en Gn 2,7: sugiere que el Espíritu re-crea a los creyentes, una recreación según la cual nos llamamos y somos hijos de Dios (1 Jn 3,1) y ya no vamos a olvidar la palabra de Jesús, porque el Espíritu la escribirá, no en tablas de piedra, sino en los corazones (Jn 14,16.26; cf. Jr 31, 33-34).
el primer epílogo del evangelio de Juan, en los vv. 30-31: la finalidad del evangelio es que, creyendo, todos tengan vida en su Nombre. El evangelio no está escrito para estudiarlo, aprenderlo de memoria, investigarlo... sino para suscitar la fe y comunicar la Vida en abundancia de Jesús. Si no hace esto, es letra muerta que no sirve para nada. Considera lo que Jesús dice a los judíos: “Vosotros escudriñáis las Escrituras ya que creéis tener en ellas vida eterna; pero ellas dan testimonio de mí, y vosotros no queréis venir a mí para tener vida” (Jn 5,39-40).

CUANDO MEDITES

El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima, la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas. Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".
Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.
Tomás ha podido expresar sus dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.
Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.
Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. 
Jesús le muestra sus heridas. No son "pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: "Señor mío y Dios mío".
Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.

(José Antonio Pagola)

CUANDO ORES

Oración: Como Tomás

Como Tomás…
también dudo y pido pruebas.
También creo en  lo que veo.
Quiero gestos. Tengo miedo.
Solicito garantías.
Pongo mucha cabeza y poco corazón.
Pregunto, aunque el corazón me dice: “Él vive”.
No me lanzo al camino sin saber a dónde va.
 
Quítame el miedo y el cálculo.
Quítame la zozobra y la lógica.
Quítame el gesto y la exigencia.
Dame tu espíritu, y que al descubrirte,
en el rostro y el hermano, 
susurre, ya convertido: 
“Señor mío y Dios mío”.

(José Mª Rodríguez Olaizola, sj)
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Oración: Todo esto deseo
 
Que mi oído esté atento a tus susurros.
Que el ruido cotidiano no tape tu voz.
Que te encuentre, y te reconozca y te siga.
Que en mi vida brille tu luz.
Que mis manos estén abiertas para dar y proteger.
Que mi corazón tiemble con cada hombre y mujer que padecen.
Que acierte para encontrar un lugar en tu mundo.
Que mi vida no sea estéril.
Que deje un recuerdo cálido en la gente que encuentre.
Que sepa hablar de paz, imaginar la paz, construir la paz.
Que ame, aunque a veces duela.
Que distinga en el horizonte las señales de tu obra.
Todo esto deseo, todo esto te pido, todo esto te ofrezco,
Padre.

(José Mª Rodríguez Olaizola, sj) 























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