viernes, 5 de octubre de 2007

Radio María

Uno de los grandes placeres de mi vida, tarea y descanso, esfuerzo y juego, pasión que tira de mí y me lleva a superarme como mujer, creyente, misionera y "pequeño ensayo de teóloga" es la Radio, Radio María; esa hora, cada quince días, en que mi voz sale despedida por los cuatro vientos para contar historias que han recreado identidades durante cuarenta siglos. Cada semana hablo a grupos parroquiales, pero la experiencia de la radio es otra cosa. Casi se te concede, como por arte de magia, el don de la ubicuidad.

Hace años, durante unos ejercicios espirituales, la orientadora nos invitó a contactar con nuestra vocación más profunda. Y yo escribí: "El Inefable me concude a ser 'qol ladabar', 'una voz de la Palabra'.
Lo soy. Y cada vez que lo soy, cada vez que sus Palabras me queman en los labios y me abrasan las entrañas reclamando ser pronunciadas, me siento transfigurada y convertida en mi mejor yo, en lo más puro y auténtico de mí. O quizá incluso en alguien distinto, más luminoso, casi radiante, más sabio.
Inevitablemente pienso en la experiencia de Jeremías:

"Yo decía: 'No volveré a recordarlo
ni hablaré más en su Nombre'.
Pero había en mi corazón algo así
como un fuego ardiente,
prendido en mis huesos,
y aunque yo trabajaba por ahogarlo,
no podía" (20,9).

Contar la Palabra de Dios es, para mí, una necesidad. Porque son historias y personajes dadores de sentido; estamos enraizados en ellos y generan nuestra identidad creyente. En ellos, nosotros buscamos y somos buscados, creemos, amamos y somos amados, oramos, somos perdonados, y somos agraciados con el don gratuito de la salvación, que es plenitud de vida para todo el que cree.
Necesito contar que no son personajes muertos, de ficción o ajenos a nosotros, sino que somos nosotros mismos haciendo camino; nosotros mismos ante Dios y haciendo camino con Dios.

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