sábado, 25 de octubre de 2008

"Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor..."

Solemnidad de Jesucristo, Divino Maestro

Mañana celebramos nuestra fiesta, la del Divino Maestro. No podía ser otra. Toda la Familia Paulina en el mundo lo hace, aunque es la fiesta titular de nuestra congregación y de los hermanos pertenecientes al instituto Jesús Sacerdote. ¡Feliz día a todos!Las lecturas, para el ciclo A, son Is 50,4-7, 2 Pe 1,16-19 y Jn 13,1-17.

Hoy he estado orando con este evangelio del lavatorio de los pies.
Con él inaugura Juan su "libro de la hora", la hora de su glorificación de Jesús en la cruz y en la luz, la hora de ser elevado en el madero y en la resurrección, la de volver junto a su Padre.
El marco espacio-temporal en el que suceden los acontecimientos es "antes de la fiesta de la Pascua", "durante la cena". Como sabemos, Juan no nos narra la última cena, como los otros tres evangelistas. En su lugar, nos cuenta el lavatorio de los pies.
Esta cena es una cena de despedida, en donde Jesús les deja a sus discípulos su "testamento", el legado de su deseo: que crean en Él, que tengan confianza, que se amen como Él los ha amado, que permanezcan unidos a Él, con el Padre y entre ellos, que tengan paz y alegría, que no tengan miedo, que aguarden al otro Paráclito que vendrá en ayuda de su debilidad y les recordará todo cuanto Él ha hecho y dicho, y les guiará a la verdad completa... Cinco capítulos de discurso de Jesús, con tan sólo un gesto, el del lavatorio de los pies, símbolo de lo que ha sido su vida, de lo que ha querido enseñarles durante el tiempo que ha estado con ellos: que no hay otra cosa más importante que el AMOR, expresado en el servicio humilde.
El clima de esa cena es de intimidad, de confidencias, de amor, de tristeza, de esperanza y... de odio o, al menos, ingratitud y traición. La ingratitud de Judas, decidido ya a entregar a su amigo y maestro.
En la escena se nombra a Judas y a Pedro, dos discípulos que, cada cual a su modo, negaron a Jesús. Pero en uno pudo la fuerza del amor y de la esperanza y en el otro venció la desconfianza en que Jesús podía amarlo por encima de su traición. No conocía a su Maestro.
Tampoco los otros discípulos parecen entender a Jesús, después de tanto tiempo de compartir con Él techo, comida y camino. Todavía esperan que sea un Mesías poderoso... ¿Qué hace Jesús, de rodillas, como un esclavo, lavándoles los pies? "¡No me lavarás los pies jamás!"

Tenemos un Maestro que se hace el último de todos y el servidor de todos. Un Maestro que nos precede con el ejemplo, que dice y hace, y cuyo único mandamiento es el Amor.


Oración para disponer el corazón


Maestro mío y Señor mío,
mi Dios y mi todo,
contemplo tu vida hermosa, plena de sentido,
y deseo vivir como tú:
tu Amor al Padre, vuestra intimidad y comunión,
y tu obediencia a Él;
tu Amor a la humanidad, tus curaciones, tus enseñanzas,
tu modo de relacionarte,
tu entrega hasta el extremo.

Deseo vivamente participar en esa dinámica de Amor,
en tu proyecto y tu sueño, que es el del Padre,
en tu gracia, en tu vida, en tu muerte
y en tu resurrección.

Vive en mí, Maestro y Señor,
Pastor bueno y Puerta del Reino,
Luz del mundo, Verdad y Camino,
Resurrección y Vida,
Pan y agua para nuestra hambre y nuestra sed.
Vive en mí y transfórmame
en pastor,
en puerta,
en luz,
en camino
y en pan
para todo el que te busca.

Lee atentamente Juan 13,1-17

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.

Llega a Simón Pedro; éste le dice:
«Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?».
Jesús le respondió:
«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde».
Le dice Pedro:
«No me lavarás los pies jamás».
Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Le dice Simón Pedro:
«Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
«El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo:
«No estáis limpios todos».
Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. Puesto que sabéis estas cosas, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica».

CUANDO MEDITES

- ¿Qué te dice un Dios que se hace "uno de tantos", más aún, siervo de todos, y que llega a entregarse en una muerte de cruz?
- ¿Qué te dice la contemplación de Jesús, arrodillado ante los discípulos, lavándoles los pies?
- ¿Experimentas que el Señor te va modelando para saber estar donde Él está: en los puestos de abajo, como el que sirve, y no como el que gobierna y obstenta el poder y la autoridad?
- Traduce, en acciones concretas, para ti, hoy, el mandato de Jesús de "lavarnos los pies unos a otros".

CUANDO ORES

Servidor del Padre y de la humanidad,
bendigo tus palabras llenas de gracia
que todo lo hacen nuevo
al derramarse en nuestra tierra.

Bendigo tus palabras, semillas de sabiduría,
semillas de amor, perdón y reconciliación,
semillas de esperanza y de dicha...

Bendigo tus palabras
que nos enseñan a estar en medio de los otros,
como humildes servidores,
rechazando todo afán de dominio, de poder
y de supremacía.
Bendigo tus palabras: "Yo estoy en medio de vosotros
como el que sirve".

Bendigo tus gestos de profeta y de Maestro.
Bendigo tus manos lavando los pies de todos,
partiendo el pan para todos,
tocando a los "intocables",
y sanándoles de sus enfermedades y dolencias.

Te bendigo, Maestro y Señor mío,
ceñido el delantal
y arrodillado ante mí para lavarme.
Condúceme a la dicha
de encarnar lo que aprendo de ti
todos los días.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí, seamos siempre felices con la presencia de Nuestro Maestro y Señor.Él es para nosotras el Camino, la Verdad y la Vida y nosotras queremos reflejar todo lo que de Él recibimos.

Un abrazo fraterno