El miércoles recibí la noticia de la muerte de mi abuelo materno. Mi siamesa les ha dedicado un post en su blog a él y al milagro que le devolvió la vida hace 31 años. Es difícil hablar de las emociones encontradas que se me despiertan por esta pérdida. Él tenía 93 años. Una vida larga.
En la Eucaristía, proclamé una lectura que yo misma elegí: Rom 8, 31-39, "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?". El sacerdote me preguntó si quería hablar yo en la homilía, y decliné la invitación. No me había preparado y, por otra parte, tampoco quería hablar de mi abuelo ante sus hijos. Conozco muy bien su historia íntima y los sentires de todos sus cercanos, especialmente de mi madre (la mujer más grande que conozco). De haber hablado, sólo habría dicho que la misericordia de Dios es infinita, que nada, ni nuestros errores ni pecados, pueden separarnos de su amor, que confiamos en su juicio... y que la muerte de quien ha vivido tanto tiempo nos invita a pensar en nuestro propio modo de vivir, en la huella que dejamos en aquellos que viven con nosotros, cercanos y lejanos, y en vivir reconciliados, mientras estamos a tiempo.
Mi abuelo tuvo una segunda oportunidad en su vida, como narra mi hermana. No voy a valorar si la aprovechó bien o mal. Pero el episodio de su curación milagrosa me hace pensar en que, cada día, a nosotros se nos ofrece una segunda, tercera, cuarta... oportunidad para curar heridas, pedir perdón, retomar el camino desde la bondad y la entrega, ser fecundos... La muerte es algo que siempre les pasa a los otros... Pero yo la tengo siempre ante mí, y es un continuo reclamo a vivir lo más plenamente posible.
2 comentarios:
¡Qué hermosas palabras! ¡Qué rica reflexión!
Cada cosa que leo en tu blog me llena de paz y me recuerda siempre del inmenso amor de nuestro Señor.
¡Gracias!
Amparo
Estas palabras me han servido de mucho,esto es un regalo de ti para las demas personas que necesitabamos escuchar algo asi,y seguir creyendo.Te agradezco mucho.
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