martes, 10 de febrero de 2009
jueves, 5 de febrero de 2009
Sin oración
En los últimos diez días, he vivido, como sabéis, dos acontecimientos importantes por los que doy gracias a Dios "a boca llena", como dice el salmo:
- La entrada de nuestra querida Lidia en el prepostulantado,
- y la tanda de ejercicios espirituales paulinos animada... ¿por mí? No. Siempre por Él, y yo, su puente, su mediación, su boca, su voz. Unos ejercicios vividos EN DEBILIDAD, en los que he visto el milagro de la expulsión de un "demonio mudo", y el milagro de la caridad y la acogida, por parte de los hermanos y hermanas, de quien es mucho más pequeña (en todos los sentidos) que todos ellos.
¡GRACIAS!
El curso sigue adelante y he visto ayer (como muchas otras veces), en el grupo bíblico de la Stma. Trinidad, que los cristianos tenemos mucha más necesidad de orar que de saber. Porque en la oración comunitaria (con el método de la lectio divina) se adquiere otro conocimiento, otra sabiduría, y vida, y amor, y respiro... Es, con mucho, una "actividad" más completa y vivificante que una clase de Biblia.
-¡Pero la clase de Biblia es también necesaria!
-Sí, ya sé, ya sé... Sé que son dos cosas diferentes y, ambas, necesarias. Pero "ambas". Que la Palabra se haga oración y vida es un hecho imprescindible. Dejar espacios a la labor alentadora, consoladora y vivificante del Espíritu es tan necesario para nuestra existencia cristiana como respirar, comer o beber para la existencia natural.
Madeleine Delbrêl lo dice, de manera muy sugerente, en La alegría de creer (p. 212):
"Sin oración podremos "ser sabios" en la doctrina de la Iglesia o en algún punto determinado de ella, los habremos aprendido y retenido, pero no lograrán hacernos vivir mejor.
Si el Evangelio es un libro, es para leerlo. Sin embargo, no basta con ello; el Evangelio es un libro para orarlo.
Nuestra razón tiene un trabajo que hacer con el Evangelio. Pero nuestra oración tiene que recibir el fruto del trabajo que, a través del Evangelio, Dios quiere hacer en nosotros.
Entre la lectura del Evangelio y nuestros pobres intentos de obediencia a sus ejemplos y preceptos se encuentra la oración. Sin ella, veremos como miopes y obedeceremos como servidores paralizados.
Y, sobre todo, sin oración, el Evangelio será palabras, pero correremos el riesgo de no encontrar vivo al que habla, a aquel que nos arrastra y al cual seguimos".
martes, 3 de febrero de 2009
El hermano 33
Os decía en mi post anterior que, para completar mi mes (verdadera carrera de obstáculos), me faltaba solamente animar un curso de ejercicios espirituales (la tercera tanda) de la Familia Paulina de España. Escrita dejaba mi confianza firme de que el Espíritu Santo sería el animador (como lo es siempre) y que todo saldría bien. ¡Así parece que fue!
¿Que os cuente algo? Como una imagen vale más que mil palabras, he colgado más de cien fotos, con sus comentarios, para que os hagáis una idea de lo que vivimos esos días: http://picasaweb.google.es/conchipddm/Ejercicios_Espirituales_27en2feb09
Pero sí, voy a contaros una anécdota cómica e importante: uno de los rasgos de estos ejercicios, aparte de haber sido muy "chulillos" por muchos motivos (el grupo estupendo, la carta a los Gálatas, numerosos "iconos bíblicos" de referencia, la lectio divina, la joven y aún inexperta predicadora que se esforzó en que así fueran, y la solicitud de todos), fue la presencia en ellos de un virus un tanto pesado y molesto... ¡"Hermano virus"!, diría San Francisco. Y creo que así fue: que este hermano virus (el participante 33) contribuyó a crear calidez y cercanía entre nosotros, por la compasión (y el humor) que despertó en todos.
Es verdad que el segundo día cundió la alarma... "¿Por qué no nos vamos cada cual a nuestra casa?", dijo alguien. Y es que, por la noche, el virus “gastroenterítico” nos metió a 12 del grupo en la cama, y nos dejó molidos. ¡Pero el visitante no nos acobardó, a pesar de que médicos y enfermeras (mi hermana Carmen) nos aseguraban que caeríamos todos, como por "efecto dominó"! Efectivamente, caímos casi todos, pero nos pusimos en pie.
La "debilidad salvífica" de Pablo tomó carne en nosotros, pero damos testimonio de que sobreabundó la gracia... en el amplio sentido de la palabra.
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