En ocasiones viví de su fe en mí, cuando yo desesperaba de mí misma.
En ocasiones me sostuvo su apoyo incondicional y su cariño.
Tenía mirada de ojos verdes, vivos y profundos,
y voz como de quien recita poesías en grandes certámenes.
Voz recia, hermosa y áspera, parecida a la arcilla de una vasija sin esmaltar.
Cuando inicié esta vida, siendo casi adolescente, ella fue mi madre y mi padre,
mi indicadora de caminos y mi sostén.
Me enseñó a cocinar, me enseñó a rezar, (quiso enseñarme a no batallar...),
me enseñó a abrazar, me enseñó que era bueno amarse a una misma,
me enseñó a confiar en mí, me enseñó a resistir,
me enseñó a considerar la bondad de las demás...
La amé y la admiré en esa paciencia tan inacabable, parecida a un agujero negro
en el que entraban todo tipo de episodios desagradables sin que jamás hubiera fondo.
Ella callaba. Y dejaba pasar.
La admiré en su sencillez y en su entrega a fondo perdido
sin reclamar nunca una pizca de nuestra gratitud y correspondencia.
La amo y la echo de menos, como si hubiera formado parte de mi otra vida,
de una vida tan lejana que parece otra.
Hace tiempo encontré una hoja con un texto fotocopiado y unas palabras finales escritas a mano por ella, a modo de dedicatoria. No tiene fecha, pero fue enviada entre el año dos mil y el dos mil tres, cuando ella estaba en Bilbao y yo en Madrid.
El texto es luminoso y un tesoro para mí. Como una herencia suya... y quiero compartirlo con vosotros hoy.
No sé por qué, hoy estoy con el corazón en ascuas y con el recuerdo en esos ojos verdes que siempre me miraron con tanto amor, con tanta compasión y con tanta esperanza.
¡Gracias, amada Paula!
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"Quisiera estar segura de haberte enseñado...
A disfrutar del amor,
a confiar en tu fuerza,
a enfrentar tus miedos,
a entusiasmarte con la vida,
a pedir ayuda cuando la necesites,
a permitir que te consuelen cuando sufres,
a tomar tus propias decisiones,
a hacer valer tus elecciones,
a ser amiga de ti misma,
a no tenerle miedo al ridículo,
a darte cuenta de que mereces ser querida,
a hablar a los demás cariñosamente,
a decir o callar según tu conveniencia,
a quedarte con el provecho de tus éxitos,
a amar y a cuidar la pequeña niña que hay en ti,
a no absorber las responsabilidades de todos,
a ser consciente de tus sentimientos y actuar en consecuencia,
a no perseguir el aplauso sino tu satisfacción con lo hecho,
a dar porque quieres, nunca porque creas que es tu obligación,
a exigir que se te pague adecuadamente por tu trabajo,
a aceptar tus limitaciones y tu vulnerabilidad sin decepción,
a no imponer tu criterio ni permitir que te impongan el de otro,
a decir que sí solo cuando quieras y a decir que no sin culpa,
a vivir en el presente y no tener expectativas,
a tomar más riesgos,
a aceptar el cambio y revisar tus ideologías,
a trabajar para curar tus heridas viejas y actuales,
a planear para el futuro pero no vivir en él,
a valorar tu intuición,
a celebrar las diferencias,
a desarrollar relaciones sanas y de apoyo mutuo,
a hacer de la comprensión y del perdón tus prioridades,
a aceptarte así como eres,
a no mirar atrás para ver quién te sigue,
a crecer aprendiendo de los desencuentros y de los fracasos,
a permitirte reír a carcajadas por la calle sin ninguna razón,
a no idolatrar a nadie, y a mí, menos que a nadie".
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Esta foto nos la hicimos en un "fotomatón" del metro. Llevo el velo de novicia y las dos, unas gafas del tiempo... :)) |