Lectio Divina de Mateo 1,18-24
Invocación
al Espíritu
Espíritu de
Dios, que haces nuevas todas las cosas,
que nos creas, sostienes, conduces,
nos llenas de vida y de alegría,
siembra en nosotros el Evangelio,
haz nacer en nosotros a Jesús.
Siémbralo en nosotros como lo sembraste en el
seno de María
y en
el corazón de José.
Que Él nazca en nuestras vidas, en nuestras
casas,
en nuestras familias, en la Iglesia y en la
calle...
Que sea Salvador y Dios con nosotros,
Dios en nosotros, Dios a través de nosotros,
el Emmanuel.
Mateo 1,18-24
1 Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán:
2 Abrahán engendró
a Isaac,
Isaac engendró a
Jacob,
Jacob engendró a
Judá y a sus hermanos (…)
16 y
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo (…)
18 El origen de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo
por obra del Espíritu Santo. 19
José, su esposo, que era justo y no
quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.
20 Pero, apenas había tomado esta resolución,
se le apareció en sueños un ángel del
Señor que le dijo: «José, hijo de
David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque la criatura que hay
en ella viene del Espíritu Santo. 21
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a
su pueblo de los pecados.»
22 Todo esto sucedió para que se cumpliese lo
que había dicho el Señor por el Profeta:
«23 Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrá por nombre Emmanuel, que
significa "Dios-con-nosotros".»
24 Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del
Señor y se llevó a casa a su mujer.
CUANDO LEAS
El evangelio de Mateo comienza con dos
capítulos dedicados a la infancia de Jesús, narrados desde la perspectiva de José. El primer pasaje de ese “evangelio de la infancia” es una genealogía de Jesús que comienza así: “Libro del origen de Jesucristo, hijo de
David, hijo de Abrahán”. Se trata de una genealogía en la que Jesús queda
incorporado a la historia de la salvación, historia de las promesas, de la
alianza y de la espera mesiánica. Una historia que empieza en Abrahán.
Esa genealogía está dividida en tres partes
de catorce generaciones cada una: de Abrahán a David, de David al destierro, y
desde el destierro hasta Jesús. Es una genealogía patriarcal. Aparecen los
nombres de los varones que engendran a hijos varones. Solo cinco mujeres hacen
su aparición: Tamar, Rajab, Rut, la mujer de Urías y María. Si leemos la
genealogía, veremos que la expresión constante ‘X engendró a X’ se rompe al
llegar a José: “Y Jacob engendró a José,
el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. Es el primer
atisbo de que la concepción de Jesús ha
sido excepcional, extraordinaria y atípica.
s El evangelio de este domingo da razón de
cómo fue ese origen no corriente de Jesús.
En el texto distinguimos tres partes
principales:
- vv.
18-19: La descripción de la situación con la presentación de los
personajes, María y José.
- vv.
20-23: El anuncio a José.
- v. 24: Conclusión.
1. vv.
18-19: Como hemos explicado ya en otras
ocasiones, al hablar del relato de la anunciación de Lucas 1, 26-38, María está desposada con José cuando
recibe la visita del ángel y el anuncio de que ha sido elegida para ser madre
de Jesús. Las fuentes rabínicas informan de que la promesa de matrimonio se
hacía temprano, a los 13 ó 14 años de edad. Antes del matrimonio no había vida
en común de la pareja, aunque la mujer ya era considerada como “esposa” y el
hombre como “marido”, con un compromiso jurídico, de modo que, en caso de
adulterio, la mujer podía ser despedida con un acta de repudio (cf. Dt
22,13-29).
Mateo inmediatamente nos informa de que el
embarazo de María es obra del Espíritu
Santo. La identidad de Jesús no deriva de las genealogías. Éstas solo
testimonian que Jesús desciende de David,
como se esperaba del Mesías de Israel, pero no explican que Jesús es Dios con nosotros. Esto solo depende de la acción de Dios por medio
de su Espíritu Creador.
San Pablo, en la carta a los Romanos, dice
que el Evangelio se refiere (o más bien ES) a su Hijo, quien según la carne procede de la estirpe de
David (a través de su padre legal, José), y según el Espíritu ha sido constituido Hijo de Dios.
De José
se dice que es un hombre justo. Justo quiere
decir que cumple la torah y significa también aquel que hace la voluntad de Dios. Cuando José se entera de que
María está encinta, no quiere hacerlo
público y decide abandonarla
privadamente. Así se puede entender el v. 19. Entenderlo en sentido jurídico: “no
quería denunciarla y decidió repudiarla en secreto” no hubiera sido
posible. El repudio era un acto legal público por naturaleza. “Según esto, el
relato afirma que José es uno de los que han tenido conocimiento del embarazo
de su esposa debido a la acción de Dios. Ante esto, decide colaborar con el
plan de Dios y cree que lo mejor es abandonar a su mujer en secreto, quitándose
de en medio. Cuando proyecta este plan, Dios interviene… y ordena a José continuar con María asumiendo el
papel de padre legal…” (Antonio Rodríguez Carmona).
2. vv.20-23: En el anuncio a José se le confirma que todo
es obra del Espíritu Santo que, con
su poder, crea de la nada y saca vida de
donde no la hay. María, a la que se caracteriza aquí como mujer de José, se sitúa en continuidad
con otras mujeres incapaces de concebir la vida, a las que Dios hace fecundas
porque para Dios nada hay imposible.
José le pondrá el nombre Jesús, del hebreo Iesu’a,
de la raíz ys’ que significa “salvar”, Dios salva. La salvación que
trae Jesús no es una liberación política o humana (enfermedades, dolencias,
muerte…), sino una liberación de raíz, una liberación de todo el mal que oprime
al ser humano. Todo lo que Jesús dijo e hizo, hasta su entrega final, fue un
signo de la victoria sobre el pecado, la muerte y el mal. En la última cena,
Jesús dirá:”… ésta es mi sangre de la Alianza que es derramada por muchos para perdón de los pecados” (cf. Mt
26,28).
Los vv. 22-23 enmarcan el mensaje del ángel dentro del
plan de Dios manifestado en la Escritura, en este caso, en la profecía de Isaías 7,14: el anuncio del Emmanuel. Ese texto de Isaías, en
aquel momento concreto (siglo VIII) a.C. se refería a la esposa del rey Acaz,
que concebiría a su hijo Ezequías, cuyo nacimiento mostraría que Dios no había
abandonado a la dinastía davídica. Por ello su nombre será Emmanuel, Dios
con nosotros. Pero Mateo ha visto un
nuevo sentido a aquella palabra profética y ve en ella el anuncio de la
concepción virginal del Mesías Jesús.
El nombre
Emmanuel referido a Jesús es importante en el evangelio de Mateo, que
comienza con este anuncio y termina con las palabras de Jesús: “Yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Jesús es el
Rostro de Dios en medio de nosotros. Quien le ve a Él ve al Padre. Jesús es Dios
que asume nuestra carne y vive como uno de tantos para que creamos y, creyendo,
tengamos vida en su Nombre.
3. Conclusión, v.24. José no dice nada. No pone objeciones. No dice hágase con palabras,
pero lo dice con obras que resultan más elocuentes que las palabras. José hace. Él responde con la obediencia de la fe, haciendo lo que se le ha dicho y
abandonándose al misterio de Dios y de su voluntad.
CUANDO MEDITES
1. Fíjate
en lo que Mateo y la
primera comunidad cristiana dicen a través de los nombres de Jesús sobre su identidad: Jesús = Dios salva; Emmanuel =
Dios con nosotros.
Es una confesión de fe en Jesús
como la encarnación de Dios que viene a darnos vida. ¿Cómo experimentas tú que
eres acompañado por Dios, que Dios está contigo? ¿Cómo experimentas que la fe
es cauce de liberación y salvación para ti ¿Dónde y en quién buscas salvación,
ayuda, luz, liberación…?
2. A José se le anuncia que la
maternidad de María es obra del Espíritu
Santo, que obra lo aparentemente imposible. ¿Tienes experiencia de realidades
que parecían imposibles y se han realizado en virtud de una maravillosa fuerza
que viene de lo alto? ¿Crees realmente que para Dios nada hay imposible?
3. José es modelo de discípulo que
escucha y actúa, con una voluntad rendida a la de Dios. ¿Cómo vives la
fe-obediencia al evangelio de Jesús?
………………………….
Entre los hebreos no se le ponía
al recién nacido un nombre cualquiera, de forma arbitraria, pues el “nombre”, como en casi todas las
culturas antiguas, indica el ser de la
persona, su verdadera identidad, lo que se espera de ella.
Por eso el evangelista Mateo
tiene tanto interés en explicar desde el comienzo a sus lectores el significado
profundo del nombre de quien va a ser el protagonista de su relato. El nombre
de ese niño que todavía no ha nacido es “Jesús”,
que significa “Dios salva”. Se
llamará así porque “salvará a su pueblo de los pecados”.
En el año 70, Vespasiano,
designado como nuevo emperador mientras estaba sofocando la rebelión judía,
marcha hacia Roma, donde es recibido y aclamado con dos nombres: “Salvador” y
“Benefactor”. El evangelista Mateo quiere dejar las cosas claras. El “salvador”
que necesita el mundo no es Vespasiano, sino Jesús.
La salvación no nos llegará de
ningún emperador, ni de ninguna victoria de un pueblo sobre otro. La humanidad necesita ser salvada del
mal, de las injusticias y de la violencia; necesita ser perdonada y reorientada
hacia una vida más digna del ser humano. Esta
es la salvación que se nos ofrece en Jesús.
Mateo le asigna además otro
nombre: “Emmanuel”. Sabe que nadie
ha sido llamado así a lo largo de la historia. Es un nombre chocante,
absolutamente nuevo, que significa “Dios
con nosotros”. Un nombre que le atribuimos a Jesús los que creemos que, en
él y desde él, Dios nos acompaña, nos bendice y nos salva.
Las primeras generaciones
cristianas llevaban el nombre de Jesús
grabado en su corazón. Lo repetían una y otra vez. Se bautizaban en su
nombre, se reunían a orar en su nombre. Para Mateo, el nombre de Jesús es una
síntesis de su fe. Para Pablo, nada hay más grande. Según uno de los primeros
himnos cristianos, “ante el nombre de
Jesús se ha de doblar toda rodilla” (Filp 2,10). Y Hechos 4,12 dice: “No se nos ha dado otro nombre bajo el cielo
capaz de salvarnos”.
Después de veinte siglos, los
cristianos hemos de aprender a pronunciar el nombre de Jesús de manera nueva:
con cariño y amor, con fe renovada y en actitud de conversión.
(José
Antonio Pagola)
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CUANDO ORES
1. Siéntate en
silencio, en un lugar tranquilo en el que
no seas molestado, cierra los ojos y pronuncia interiormente, al ritmo de tu
respiración, el Nombre de Jesús
durante unos minutos, con paz, con gratitud, con alegría, con apertura a su
presencia… Dios está contigo.
2. Que ya
estabas aquí (Oración de José María Olaizola, sj)
Dicen que vienes,
y siempre es tiempo,
pues te esperamos
en la tierra sedienta de milagros,
en la duda que nos muerde,
en el sollozo ajeno
que estremece
e inquieta.
Te esperamos
en el fracaso
que nos derriba,
y en el triunfo,
en el perdón que se nos escapa,
en la calma que no alcanzamos.
Te acercas
en el vendaval que a veces nos sacude,
en el arrumaco que nos aquieta.
Te nos llegas, sorprendente.
Desbordas
nuestra espera de palabras nuevas
con respuesta eterna.
Y estás muy dentro
y muy fuera.
Vienes volviéndolo todo del revés,
puerta imprevista
a un cielo de pobres y pequeños,
hombro en que se recuestan
los heridos, los culpables,
y los enfermos.
Ya, Señor,
Dios-con-nosotros,
Dios nuestro.
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