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martes, 20 de diciembre de 2011

Graneros y pesebres

Dolores Aleixandre escribe en ALANDAR:

"Vivimos atemorizados por los mercados, esa especie de ogro corporativo y siniestro al que hay que tener contento aunque nos esté asfixiando y triturando. Giramos en torno a sus estados de ánimo y al punto de la mañana ya estamos pensando: ¿cómo se habrá despertado?, ¿estará irritado y nos pegará un zarpazo?, ¿qué podemos hacer para que no frunza el ceño? Bramamos contra él y lo colmamos de vituperios sin darnos cuenta de que, en el fondo, nos está prestando el servicio impagable de que como “el malo” es él con su codicia insaciable y su carencia absoluta de ética, no necesitamos mirarnos al espejo y preguntarnos: “Espejito, espejito ¿no me estará contaminado a mí el estilo mercado, aunque sea en talla junior?”
En una de sus parábolas, cargada de cierto humor negro, Jesús cuenta la historia de un hombre que tuvo una gran cosecha (o se apañó un retiro millonario) y se puso a echar cálculos: “¿Qué puedo hacer? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros mayores para meter mi trigo y mis posesiones (o conseguiré un ERE) y después me diré: Querido, tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y disfruta (y búscate un paraíso fiscal…). Pero Dios le dijo: ¡Necio!, esta noche te reclamarán la vida (estás al borde del infarto…). Lo que has guardado ¿para quién será? (se lo va a llevar Hacienda…)” (Lc 12,16-21). Es curioso que el reproche merecido no sea de índole moral sino intelectual: más que como un sinvergüenza aparece sencillamente como un imbécil.
Aquellos graneros son el símbolo de ese modo de vivir que tan bien conocemos: hay que defender “el grano” de lo que poseemos de cualquier tipo que sea y, para eso, hay que levantar muros protectores que lo pongan a salvo. Si no estamos con cien ojos, nos comportaremos como clones del personaje de la parábola y su modelo granero: “Ya sé lo que hacer”, repetimos como él, “blindaré los accesos a “mi grano”, que ya está bien de tanta solidaridad; protegeré mi sensibilidad y cambiaré de canal en cuanto empiecen esos documentales espantosos de niños famélicos; buscaré los informativos que refuercen mis convicciones: “a los que piden en las calles los ponía yo a asfaltar carreteras”, “los parados que espabilen”, “los inmigrantes, que se vuelvan”…
Pero, aunque estamos para pocos villancicos y bombillitas de colores, llega la Navidad con su modelo pesebre: sin puertas, sin alarmas, sin defensas, abierto a cualquiera que quiera acercarse y llevarse ese “grano” que descansa sobre él. Es la otra manera de vivir inaugurada por Jesús que intenta seducirnos con su estilo alternativo. Hay que reconocer que él llevaba ventaja porque nacer en un establo en vez de en una casa como Dios manda, lo marcó para siempre y con poco remedio. Y es que como te descuides en la elección de relaciones y se te arrimen peones agropecuarios no cualificados, ya no te vas a quitar nunca de encima a esa gente: te rodearán, te empujarán y te incordiarán a todas horas: “Tengo a mi hijo endemoniado con el paro”. “No tienen vino ni papeles tampoco”. “No soy digno de que entres en mi casa, que tengo alquiladas todas las habitaciones para pagar la hipoteca”. “Señor, que vea cómo llegar a fin de mes”; “Aumenta mi fe, que todos mis amigos son de los “indignados” y no entienden que yo sea creyente”… Y detrás de todo eso, un deseo desvalido y acuciante: si rozaras mi vida, si me hablaras, si te sintiera cerca, si me dijeras por qué vale la pena vivir…
Y él ahí, entonces y ahora, tan a la intemperie como en Belén, tan expuesto como un pan que se parte. Acogiendo todos los gritos y todas las lágrimas de un gentío abatido y derrotado: “Ánimo, no tengas miedo, yo no te condeno, vente conmigo, tus pecados te son perdonados, levántate, sal fuera, vete en paz. Mi vida es para vosotros: tomad, comed…”
No sabemos ser como él, pero si su existencia nos sigue deslumbrando, podemos dejarnos caer esa noche por las afueras de Belén, contemplar un rato el pesebre y repetirnos de nuevo la pregunta: “¿Qué puedo hacer?”
Quizá la respuesta no nos resulte cómoda ni placentera, pero es de las que llegan al corazón y lo desbordan con esa alegría que nadie puede arrebatarnos".

jueves, 23 de diciembre de 2010

Feliz Navidad


Debo proclamar su nombre:
Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo;
Él es el que nos ha revelado al Dios invisible,
Él es el primogénito de toda criatura y todo se mantiene en Él.
Él es también el maestro y redentor de los hombres;
Él nació, murió y resucitó por nosotros.

Él es el centro de la historia y del universo;
Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida,
hombre de dolor y de esperanza;
Él ciertamente vendrá de nuevo
y será, como esperamos, nuestra plenitud de vida y de felicidad.

Yo nunca me cansaría de hablar de Él;
Él es la luz, la verdad; más aún, el camino, la verdad y la vida;
Él es el pan y la fuente de agua viva,
que satisface nuestra hambre y nuestra sed;
Él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo,
nuestro consuelo, nuestro hermano.

Él, como nosotros, y más que nosotros, fue pequeño, pobre,
humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente.
Por nosotros habló, obró milagros,
instituyó el nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados,
... en el que los que tienen hambre de justicia son saciados,
... en el que todos son hermanos...

Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega,
el rey del nuevo mundo,
la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino.

Él es nuestro mediador, a manera de puente entre la tierra y el cielo;
Él es el hijo del hombre por antonomasia
porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito,
y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres.

(Pablo VI)

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El descendente (Dolores Aleixandre)

Lo pensé mientras veía la cápsula Fénix deslizarse hacia las entrañas de la tierra para rescatar a los 33 mineros chilenos: vaya parábola para entender un poco mejor lo que celebramos en Navidad y para acercarnos a Belén, además de con la consabida ovejita y el tarrito de miel, con la pregunta de si dan razón por ahí de un tal “Jesús el descendente”.

El tema del ascenso/descenso es determinante para entender este mundo de feria en que vivimos, subiendo o bajando como caballitos de tiovivo: sube el Tea Party, baja Obama; sube Tomás, baja Trini, vuelve a subir Trini; suben los dividendos de los bancos, bajan las pensiones; suben los parados, la factura de la luz y la previsión de gastos de la JMJ; bajan las partidas para proyectos de desarrollo y las posibilidades de papeles para inmigrantes. Y en medio de este sube y baja y con tanta gente empujando y dando pisotones con tal de ascender, alguien calladamente decide bajar y señala como dirección de su GPS vital: “lugares de abajo”. Censado en lugares tan poco emergentes como Belén o Nazaret, conociendo de primera mano lo que es vivir “abajo” y “fuera”, incardinado entre aquellos que ni entonces ni ahora tienen sitio en las posadas del mundo, encabezando su lista de contactos con los nombres de unos curritos que cuidaban ovejas por cuenta ajena; colando de paso junto a ellos a todos los que siguen yendo por la vida sin currículum, sin master y sin Erasmus, porque a los 16 años ya estaban subidos a una patera o fregando portales.

Empeñado de mayor en bajar a buscar a la gente más hundida, en hacer saltar por los aires las sentencias que los aplastaban (“está leproso”, “es una pecadora”, “es ciego de nacimiento”, “está muerta”, “ya huele mal”…), para auparlos hacia la vida con la autoridad de su palabra: “queda limpio”, “vete en paz”, “recobra la vista”, “está dormida”, “¡sal fuera!”
Estamos avisados: una de las consecuencias de asomarnos a ver al niño Jesús, tan tierno y calladito en su pesebre, es que la visita puede dejarnos irremediablemente registrados en el colectivo de “Afectados por el Descendente” y sin más manual de instrucciones para el descenso que su Evangelio. Si nos animamos a seguir paso a paso sus indicaciones, podríamos empezar por nosotros mismos y arriesgarnos a bajar al agujero negro de nuestros errores, fracasos y fangos varios: nos llevaremos la sorpresa de descubrir que Otro los ha visitado antes que nosotros y los ha iluminado con su presencia. Y ya que estamos por esos bajos fondos, podemos aprovechar para desalojar al yo “trepa/okupa” que se esconde en nuestro sótano con su lista de pretensiones. Es increíble la cantidad de espacio que libera cuando se retira y la de nombres que empiezan a cabernos dentro, aparte del alivio de bajarnos del escalón del personaje y ser sencillamente lo que de verdad somos.

Paso segundo: negarnos a calificar una situación de definitivamente bloqueada, una herida de incurable o una brecha de irremediable, porque estaríamos entonces negando al Descendente su poder de sanar y transfigurar cualquier realidad.

Paso tercero: habitantes de una superficie en la que sólo se valora a los que ascienden y que se ha hecho experta en ignorar y ocultar los “lugares de abajo”, discurrir en qué “Fénix” podemos montarnos para bajar al encuentro de los sepultados por tanto derrumbamiento.
No bajamos solos: delante de nosotros va el Experto en rescates, el que descendió a los infiernos, el Primer nacido de entre los muertos. En él, el Eterno ha entrado en el tiempo, el Inmenso se ha hecho pequeño, el Altísimo se ha abajado, el Silencioso se ha vuelto Palabra.
No será difícil encontrarle: según sales de Belén, dejas atrás la posada, sigues en dirección Sur, llegas a un descampado donde suele haber rebaños y pastores y cerca hay una cueva donde se guardan animales en invierno. Al entrar, encontrarás un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. No tiene pérdida.


Dolores Aleixandre RSCJ
ALANDAR Dic. 2010

sábado, 3 de enero de 2009

El camello (Auto de los Reyes Magos)

El camello se pinchó
con un cardo del camino
y el mecánico Melchor
le dio vino.

Baltasar fue a repostar,
más allá del quinto pino...
e, intranquilo, el gran Melchor
consultaba su “Longinos”.
-¡No llegamos,
no llegamos,
y el Santo Parto ha venido!
-son las doce y tres minutos
y tres reyes se han perdido-.

El camello cojeando
más medio muerto que vivo
va espeluchando su felpa
entre los troncos de olivos.
Acercándose a Gaspar,
Melchor le dijo al oído:
-Vaya birria de camello
que en Oriente te han vendido.















A la entrada de Belén
al camello le dio hipo.
¡Ay qué tristeza tan grande
en su belfo y en su tipo!
Se iba cayendo la mirra
a lo largo del camino,
Baltasar lleva los cofres,
Melchor empujaba al bicho.

Y a las tantas ya del alba
-ya cantaban pajarillos-
los tres reyes se quedaron
boquiabiertos e indecisos,
oyendo hablar como a un Hombre
a un Niño recién nacido.
-No quiero oro ni incienso
ni esos tesoros tan fríos,
quiero al camello, le quiero.
Le quiero, repitió el Niño.























A pie vuelven los tres reyes
cabizbajos y afligidos.
Mientras el camello echado
le hace cosquillas al Niño.


(Gloria Fuertes)

martes, 23 de diciembre de 2008

El nombre nuevo que Dios nos da

Hoy he estado en Madrid para dejar grabado el próximo programa de Antiguo Testamento en Radio María. Me toca el día 31 y estaré, si Dios quiere, en mi pueblo, para acompañar a mis padres en Nochevieja.
Esa preciosa noche, para mí la más hermosa del tiempo que nos toca vivir, me gustaba vivirla en comunidad, con mis hermanas, y con una hora previa de oración a la finalización del año. Cinco minutos antes de "las campanadas", todas salíamos del oratorio para desearnos feliz año nuevo y cantar villancicos.

Esa hora de adoración, de tiempo lento y silencioso en una de las noches más bulliciosas, era el momento para agradecer. Sobre todo, agradecer. Y para sentirnos más unidas que nunca al Cuerpo sufriente de Cristo, en todos los rincones de la tierra: quienes padecen guerra, hambrunas, enfermedades y todo tipo de dolencias. Tiempo para agradecer y para suplicar desde la comunión con la humanidad herida.

Desde hace años, no puedo gozar este momento de recogimiento e intimidad. Gozo, en compensación, de la presencia de mis padres, pero echo de menos este tiempo, para mí decisivo, en el que cerraba una etapa e inauguraba otra, tiempo-bisagra entre dos oportunidades: la que pasó, más o menos aprovechada, y la que se abre nueva.

En la grabación del programa me han acompañado mis amigas Mª Ángeles e Isabel, participantes en los grupos bíblicos a los que acudo en los últimos años. Hoy hemos comentado algunas de las lecturas veterotestamentarias que se proclaman en el tiempo de Navidad. Y entre esas lecturas está el precioso poema de Isaías 62,1-5:

Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que salga la aurora de su justicia
y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia,
y los reyes, tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo
pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.

Ya no te llamarán “abandonada”,
ni a tu tierra “devastada”;
a ti te llamarán “Mi favorita”,
y a tu tierra “Desposada”;
porque el Señor te prefiere a ti
y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia,
así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará tu Dios contigo.

Ese poema, escrito en el postexilio, quiere cantar la buena noticia de la reconstrucción de Jerusalén y del pueblo amado y elegido. Más que una reconstrucción es una re-creación en la que Dios le pone a Jerusalén un nombre nuevo.
Hasta ese momento, los enemigos llamaban a Jerusalén “devastada”, “abandonada”, “dejada de la mano de Dios”. Pero Dios cambia la suerte de su pueblo y llama a Jerusalén “mi favorita”, “desposada” y “preferida”.

Hace tiempo, Láutico, el hermano jesuita de una hermana nuestra, celebró con nosotras una Eucaristía la noche del último día del año y nos preguntó qué nombre le pondríamos al año que terminaba, según las experiencias vividas, y qué nombre desearíamos ponerle al año que entraba.

Lo cierto es que yo deseo un NOMBRE NUEVO. Y así se lo pido al Señor:

Tú, que me sondeas y me conoces,
que me has tejido en el seno materno
y me has alumbrado a la vida,
dame, en esta Navidad, un nombre nuevo,
el que has pensado para mí
desde toda la eternidad.
Hazme nacer de nuevo, Señor,
hazme niña, con la vida recién estrenada.

En Navidad, surge un nuevo día,
nos visita el Sol que nace de lo alto,
y una antorcha ilumina todas nuestras sendas.

Quiero recorrerlas con mi nombre nuevo
sellado en el corazón
y resplandeciente en mi rostro:
hija amada, hija agraciada,
sembradora de paz y bendición
por todos los caminos de la historia.

lunes, 22 de diciembre de 2008

¡Feliz Navidad!



Este año se ha sumado a nuestra comunidad de Toledo un miembro un tanto "atípico".
Atípico porque ha nacido hace veinte siglos, aunque se conserva tan bien que nadie lo diría.
Atípico porque ha invadido muchos de nuestros espacios y ocupa gran parte de nuestro tiempo y de nuestras conversaciones.
Atípico porque no es una mujer.
Él se llama Pablo y os felicita la Navidad, con nosotras, a través de esta carta:

Pablo, apóstol de Cristo Jesús,
a todos los cristianos que, en todo el mundo,
estáis celebrando el nacimiento de Cristo Jesús, Señor nuestro:
¡gracia, alegría y paz, de parte de Dios, nuestro Padre, en el Espíritu Santo!

Doy gracias a mi Dios continuamente en mis oraciones
porque sé que vuestra fe, vuestra esperanza y vuestro amor,
no sólo se mantienen firmes,
sino que crecen de día en día,
en medio de una generación que parece vivir tranquila
en el olvido o el menosprecio de Dios.

En medio de esa generación, vosotros brilláis como lumbreras
que anuncian a todos una razón para vivir,
aunque dicen que os consideran necios, locos
o reaccionarios retrógrados, opuestos al progreso y a la razón.
Pero no hay mayor progreso, hermanos y hermanas,
que crecer constantemente en amor y humanidad,
según la medida sin medida de Cristo,
y no hay nada más razonable que aprender la sabiduría de Dios,
muy diversa de la “sabiduría del mundo”, tan interesada y falta de compasión.

Por lo que os aliento y os animo a continuar así:
viviendo de fe en el Hijo de Dios
que nació de una mujer,
por amor a nosotros,
que se despojó de rangos y honores y pasó por uno de tantos,
por amor a nosotros,
que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza,
por amor a nosotros,
y que dijo “sí” al Padre en todo,
por amor a nosotros.

Vivid de fe, dejaos alcanzar por Aquel que os busca
y considerad basura todo lo que no sea Él y su evangelio de gracia.
Mientras tanto yo, Pablo, seguiré orando por vosotros,
con el mismo amor de una madre y un padre hacia sus hijos,
hasta ver a Cristo formado en vosotros.

Creced continuamente en el amor, orad sin cesar y vivid en Paz.
Y así, el Dios del amor y de la paz estará siempre en medio de vosotros.

El saludo va de mi mano, Pablo.
Os amo a todos en Cristo Jesús.