Estoy terminando de resumir un libro de
Federico Pastor Ramos titulado
"La familia en la Biblia". Es un libro breve pero denso, que nos presenta, con pinceladas detalladas,
tres cuadros sobre la familia bíblica: un cuadro de
rasgos antropológicos, otro de
características teológicas, y otro que plasma la
dimensión moral y ética de la vida familiar.
Este libro me sirve como guía fundamental para un curso sobre
Familia humana y Familia de Dios en la Biblia que estoy impartiendo en dos parroquias de Madrid. Complemento el contenido de ese libro con la bibliografía que ofrezco abajo, por si a alguien le interesa
(1).
En la Biblia no hay una única imagen de la familia. Hay una
evolución en el modelo sociológico familiar, que va desde los clanes numerosos de los patriarcas hasta modelos más parecidos a la familia nuclear moderna.
Y, por supuesto, en el plano religioso, la plenitud de la revelación de lo que es la familia en el proyecto de Dios acontece con Jesús:
como es la Trinidad, así está llamada a ser toda comunidad humana, empezando por la familia, una comunidad de amor que da y que recibe, que acoge y se entrega.
Todos hemos nacido en el seno de una familia y sabemos
lo importante que es para nuestra estabilidad, crecimiento, madurez y felicidad habernos sentido arropados y amados por un padre y una madre.
Puede que nuestras familias no sean perfectas. Pero son
nuestro hogar, a cuyo calor crece la vida.
Soy consciente de que,
en el lapso de tiempo en que escribo esto, al menos dos matrimonios se han roto. Así lo dice un estudio del
Instituto de Política Familiar (IPF), publicado en mayo de este año: en España hay
una ruptura cada cada 4,3 minutos y 333 al día. Cada cuatro matrimonios que se celebran, se divorcian tres. Alarmante. Y triste. Sorprende que aún haya alguien felizmente casado a nuestro alrededor. Lo que antes era la norma general ha pasado a ser una excepción y, pronto, los hijos pertenecientes a parejas estables se convertirán en "una especie protegida y en extinción"...
Por eso quiero
rendir un homenaje hoy a todos los que se han tomado en serio eso de:
"Yo te recibo a ti... y me entrego a ti,
y prometo serte fiel,
en las alegrías y en las penas,
en la prosperidad y en la adversidad,
en la salud y en la enfermedad,
y así amarte y respetarte
todos los días de mi vida".
El ejemplo que me resulta más familiar de este modo de amarse "
a las duras y a las maduras" es el de
mis padres. Su vida juntos no ha sido fácil: inoportunas incursiones de la familia política..., muerte de dos hijos, enfermedades, trabajo (¡mucho trabajo!)... Y, sin embargo,
se siguen queriendo. Con quejas, como un par de ancianos "gruñones" ambos..., pero se siguen queriendo como el primer día.
No, como el primero no. Más aún. Porque
cuando se pierde la belleza del cuerpo, la salud, la juventud... permanecer fieles al amor ya no es algo que se dé por descontado. Ha de ser
una opción de la libertad y de la voluntad, que deciden seguir amando a quien un día eligieron.

Y mis padres han permanecido fieles hasta hoy. Se siguen cuidando. Se siguen acompañando.

El poeta y cantante argentino
Alberto Cortez cuenta que, tras una discusión con su mujer en la que
"pequeñas nubes empañaron por algún momento el límpido cielo del amor", ella dijo: "Pienso que
ya no me quieres como antes; seguramente
tu amor ha ido perdiendo el ardor de otrora y
ya no te gusto".
Entonces él, en su mesa de trabajo, se sintió inspirado para escribir estos versos, como hablándole al oído:
"
Te sigo queriendo como el primer día,
con esta alegría con que voy viviendo.
Más que en el relevo de las cosas idas
en la expectativa de los logros nuevos.
Como el primer día de un sentir primero,
como el alfarero de mi fantasía,
con la algarabía de un tamborilero
y el gemir austero de una letanía.
Como el primer día, te sigo queriendo.
Te sigo queriendo, valga la osadía,
con la garantía de mis pobres sueños,
es decir, empeños porque, todavía,
vive el alma mía de seguir creyendo.
Como el primer día, como el primer beso,y el primer exceso de melancolía.
Como la folía del primer intento,
como el argumento de una profecía.
Como el primer día, te sigo queriendo.
Te sigo queriendo, si no, lo diría,
sé que no podría con mis sentimientos;
lo que llevo adentro se convertiría
en una jauría de remordimientos.
Como el primer día, eres el velero,
la estrella y el viento de mi travesía,
mi filosofía, mi apasionamiento,
mi mejor acento, mi soberanía.
Como el primer día, te sigo queriendo".
Yo no digo que los maridos les inventen versos a sus mujeres o viceversa. Pero existen palabras ya inventadas que uno podría tomar en sus labios para
decir el amor, para
restablecer el amor, para
desenmascarar fantasmas, para
seguir eligiendo lo que un día eligieron totalmente convencidos de que
ese amor duraría siempre.
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(1)
Federico Pastor Ramos, La familia en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1994
Jorge E. Maldonado, Aun en las mejores familias, Nueva Creación, Buenos Aires 1996
Luis Alonso Schökel, Símbolos matrimoniales en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1997
Luis Alonso-Schökel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis, Verbo Divino, Estella 1997
Nuria Calduch-Benages, La Sagrada Familia en la Biblia, Desclée de Brouwer, Bilbao 2001
Veronique Margron, Historias de amor en la Biblia, Mensajero, Bilbao 2005