jueves, 11 de noviembre de 2010

Una Palabra para tiempos difíciles

Lectio Divina del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario - Ciclo C
Lucas 21,5-18


Oración para disponer el corazón


Soy templo de Dios.
Dios me habita.
El amor de Cristo me habita.
La presencia de Cristo me habita.
El Espíritu Santo se pasea con su antorcha de fuego
por las estancias de mi casa,
e insufla su aliento, cada poco,
en mi frágil respiro.
La Palabra de Cristo resuena en este templo
con un eco interminable.

Su Palabra es la melodía ambiental de mi casa.
La escucho.
La respiro.
Me alimenta.
Me llena.
Me construye.
Me modela.
Me convierte.
Soy templo de Dios
y Él sabe que puede tomar todas mis estancias.


Leemos Lucas 21,5-18


Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo:
- Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.»
Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?»
El dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis.
Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.»
Entonces les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo.
Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio.
Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.
Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza".


CUANDO LEAS


Lucas está hablando, en este evangelio, de sucesos que ya han ocurrido y que están ocurriendo: la destrucción de Jerusalén y de su espléndido templo, del que no quedó piedra sobre piedra, salvo el muro que, todavía hoy, se alza como lugar sagrado en el que judíos y cristianos elevan su oración a Dios, y la persecución de los cristianos.
Ante quienes contemplan el templo con admiración y asombro por su belleza, su riqueza y su grandiosidad, Jesús asume una mirada diferente: incluso este maravilloso edificio será destruido. Las cosas no son eternas. Son cosas, y pasan. Pero el verdadero templo de Dios, que es el ser humano, no perecerá jamás: "Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá" (v. 18), porque "hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No tengáis miedo..." (Lc 12,7a). ¡Preciosa expresión del cuidado profundo de Dios por nosotros!
El pasaje sobre la catástrofe de Jerusalén habla también de la persecución que sufrieron los cristianos "por su Nombre" y que Lucas conocía bien, tal y como lo cuenta en los Hechos de los Apóstoles. No sólo una persecución por parte de autoridades religiosas y civiles, sino dentro de las mismas familias: "Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a muchos de vosotros" (v. 16). ¿Una exageración de Jesús? La experiencia histórica, incluso reciente, nos dice que es realista ese panorama que describe Jesús: odio fratricida a causa de la ideología religiosa, contaminada por ideologías de tipo político, ambiciones etc...
Para estas situaciones de persecución, Jesús enseña la confianza absoluta en su ayuda constante ("Os daré una elocuencia y sabiduría a la que no podrá resistir ningún adversario vuestro", v. 15), y una paciencia imperturbable.
Las palabras de Jesús se abren a una perspectiva escatológica del juicio final que habrá de realizar el Hijo del Hombre en su venida. Pero todavía hoy, en este evangelio, no tenemos escatología. Tenemos una historia presente en la que hemos de vivir sabiendo que somos verdadera morada de Dios, abandonados a su amor y a su cuidado (sin preocuparnos por nada, sin angustiarnos por nada, sino con templanza y serenidad en el Señor), y perseverando en la caridad, en la esperanza y en la fe.

CUANDO MEDITES

- En momentos de dificultad, cuando lo pasas mal, cuando no ves salida a tus problemas o a situaciones concretas, ¿te ayuda la confianza en que "hasta los cabellos de tu cabeza están contados"? ¿Tienes esta confianza?
- Saborea la buena noticia de que tú eres templo de Dios.
- ¿Has tenido alguna vez la experiencia de que Dios te llena de sabiduría y elocuencia para dar testimonio de Él incluso en el miedo, la angustia, la inseguridad...?

CUANDO ORES

La Palabra de hoy me lleva a contemplar los últimos días de tu vida entre nosotros. Porque, antes de que tus discípulos de ayer y de hoy fueran perseguidos, antes, el primero que recorrió esa pasión fuiste tú:
Desde el principio de tu vida pública, cuando curabas en sábado y quebrantabas rígidas leyes que oprimían  más que liberaban, fariseos y herodianos se confabularon para quitarte la vida, y en más de una ocasión quisieron lapidarte.
Finalmente, uno de tus amigos te traicionó y te entregó con un beso. Compadeciste. entonces, ante Pilato, y Herodes se burló de ti y te despreció en su palacio. Ante los sumos sacerdotes tu silencio fue más elocuente que muchas palabras, y tus palabras de fuego rasgaron la túnica del sumo sacerdote.
Sufriste, en la cruz, la duda angustiosa del aparente olvido de tu Padre. pero moriste abandonado a la confianza de que tu Abbá estaba siempre contigo y, tu vida, enteramente en sus manos.
Me conmueve, me conmociona, me asombra y me enamora tu manera de vivir y tu manera de morir, mi Señor Jesús.
Contigo oro al Padre con las palabras de Carlos de Foucauld:

Padre, me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo, con tal que tu voluntad
se cumpla en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Yo te ofrezco mi vida,
y te la doy con todo el amor de que soy capaz.
Porque te amo y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.

No hay comentarios: