II Domingo de Adviento
A menudo nuestro resentimiento no tiene límites. He conocido a hermanos que han dejado de hablarse durante años por un episodio sin importancia, por un malentendido que era catalogado como "ofensa imperdonable", o por una errónea interpretación de las supuestas malas intenciones del otro... Hermanos que se amaban han dejado de amarse durante años. ¿Tiene esto algún sentido?
Hay quien conserva el recuerdo de las "deudas" hasta el final. Perdonamos pero no olvidamos. Y dejamos caer el peso de nuestros castigos eternos con palabras hirientes y reproches continuos. Lo que no hemos aprendido es que, al no perdonar, no es a la otra persona a la que causamos daño, sino a nosotros mismos, atascándonos en el resentimiento e incapacitándonos para la paz y la alegría.
Dios no es así.
La Palabra nos dice que Dios "perdona las culpas, no nos trata como merecen nuestros pecados, no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo". Y eso es una buenísima y muy saludable noticia.
Israel interpretaba que el destierro a Babilonia tenía como causa la ira y el castigo de Dios por su infidelidad. Dios les hacía "morder el polvo" por haber sido "malos". Pero el segundo Isaías les grita palabras de consuelo de parte de Dios:
- "¡He perdonado tu deuda! ¡He borrado tus crímenes! ¡Volverás a tu tierra a través del desierto y yo iré delante de ti, guiándote hacia la vida! ¡Como un Pastor, tomándote en brazos, te guiaré hasta Sión, tu ciudad amada!"
- ¿Cómo dices, profeta? -pregunta, con incredulidad, el pueblo.
- "¡Consuela a mi pueblo!", me ha dicho Dios. "¡Grítale a su corazón! Deberás gritarle, porque no te creerá..."
Nos cuesta creer que somos perdonados porque nosotros no sabemos perdonar de corazón. Somos inexpertos en pronunciar palabras de consuelo. Y por eso Dios tiene que gritarnos la estupenda noticia de la consolación. Dios perdona nuestras deudas, nos habla al corazón, nos dice que podemos volver a nuestra tierra, a lo mejor de nosotros mismos, que podemos comenzar de nuevo.
Y quiere que nuestras vidas sean un eco de su consuelo para los desconsolados del mundo: "¡Consuela en nombre de tu Dios! ¡Prepárale un camino dentro de ti y fuera de ti para que pueda llegar! ¡El Señor viene siempre!"
Hna. Conchi, pddm
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Otros ecos de la Palabra de este domingo:
"Voy a escuchar lo que dice el Señor"
"Consolad, consolad a mi pueblo, dice el Señor, gritad..."
"Una voz grita en el desierto"
Escuchar: Escucho al Señor que me habla... (silencio). Tengo una duda. ¿No seré yo, más bien, la que hablo y me respondo? Porque ¡cuántas cosas oigo y me digo! Pero sí, en mi interior hacen eco estas palabras: "Quiero misericordia y no sacrificios". Es como ese grito que quiere allanar mi camino preparando el camino del Señor, con Amor y lealtad. Preparar el camino al Señor, que viene cada día en el corazón de toda persona.
Consolad: Señor, es consolador este silencio... Ya no hay piedras en el camino de hoy. Los valles han quedado nivelados, y los contratiempos han perdido su furia. Todo rezuma paz, porque me has consolado y me repites: '¡Ánimo, prepárate para mi llegada ofreciendo paz a la hermana, y a toda persona que encuentres!'
Grita: ¡Cuántos gritos oímos! Sí, pensaba que habían desaparecido, pero no. Han vuelto. Mas este grito tuyo es distinto, porque es para repetirme: "Allana el camino del Señor". No dejes que los valles y las colinas vuelvan y hagan desaparecer la paz, y te hagan sombra ocultando el Sol del camino...
Hna. Esperanza, pddm
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Tras escuchar y rumiar la Palabra, en mi interior ha quedado esta oración:
Tu Espíritu me ayude a preparar, un poco cada día,
el camino de tu Venida,
a abrir senderos de Amor, de gracia y de paz.
Que me haga pregonera, como pueda, de tu Voz,
del mensaje de Salvación,
de la vendida de tu Reino.
Hna. Josefina, pddm
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Canto: Consuela a mi pueblo (Glenda)
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