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sábado, 22 de octubre de 2011

De silencios y palabras

Muchas veces siento que necesito una "larga cura de silencio". Las palabras a menudo llenan mi cabeza. Borbotan en mis oídos como agua en ebullición. Los pensamientos y los episodios que se suceden atropellándose y colmando mis horas son una especie de contaminación acústica interior. Hace unos días hacía unas fotocopias con cierta celeridad (como suelo hacer casi todo), cuando la máquina se detuvo y se negó a proseguir: "memoria llena". Lo mismo le pasa a mi pc cuando tengo una docena de ventanas abiertas y tres o cuatro programas funcionando a la vez: no responde, "memoria insuficiente".
En las últimas semanas me está pasando lo mismo. Mi pc interno no responde. Memoria saturada. Indudablemente, necesito una pausa. Necesito cerrar ventanas y focalizar mi atención en pocas cosas, o quizá en una sola. Necesito silencio.
Siempre se cuenta en nuestra congregación, como parte de la memoria de nuestro alumbramiento, que cuando el fundador eligió a dos, de entre las muchas mujeres que habían abrazado la vocación paulina, para ser discípulas del Divino Maestro, éstas preguntaron: "Y nosotras, ¿qué debemos hacer?" Entonces Santiago respondió: "Vosotras haréis silencio, silencio, silencio". A medida que pasan los años advierto cada vez más el valor de este "encargo".
El silencio es la única puerta de acceso al ser esencial.
El silencio es el camino a la re-ordenación, a la re-integración, al re-nacimiento.
El silencio es la antesala del encuentro con Dios, o quizá su único espacio posible.
El silencio es la urdimbre donde se tejen con cuidado las palabras creadoras de lo mejor que podemos ser.

Y paso del silencio a las palabras. Diariamente "hacemos cosas con palabras". Podemos acariciar o desgarrar, herir o curar, condenar o justificar, decir mentiras o decir verdades... Gloria Fuertes lo expresa de un modo que me gusta: "Cómo te quema el pelo la gente que te grita". 
Tanto nuestras palabras como nuestros silencios "hacen cosas". Hay silencios que matan. Negar la palabra, la mirada o el saludo a una persona es como negar su vida. La quito de en medio. La ignoro como si no existiera. Hago que no exista. También hay palabras que matan. La murmuración y la infamia son modos muy sutiles de causar un daño irreparable. Por eso, la sabiduría bíblica dedica muchos proverbios al uso compasivo y sabio de las palabras:

"Quien habla sin tino hiere como espada, 
mas la lengua de los sabios cura" (Prov 12,18)
"Quien contiene sus labios es sensato" (10,19)
"Quien vigila su boca guarda su vida...
El justo odia la palabra mentirosa,
pero el malo infama y deshonra" (13,3.5)

"Una respuesta suave calma el furor,
una palabra hiriente aumenta la ira" (15,1)
"Palabras suaves son panal de miel,
dulces al alma, saludables para el cuerpo" (16,24)

"El golpe del látigo produce cardenales,
el golpe de la lengua quebranta los huesos...
A tus palabras pon balanza y peso,
a tu boca pon puerta y cerrojo" (Eclo 28,17.25)

Hoy necesito silencio para vaciarme y para aquilatar una palabra que merezca la pena ser pronunciada.