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jueves, 3 de junio de 2010

Ada quiere creer

Vengo después de muchos días de ausencia y encuentro un comentario a un post de febrero en el que una tal “Ada” dice que le gustaría tener fe, pero no la tiene. Incluso hubo un tiempo en que quiso dedicar su vida a Dios, “pero algo pasó” y ahora es agnóstica. Dice que “le gustaría creer” y yo pienso que eso ya es un comienzo de fe.

Me ha recordado a mi hermana. Hubo un tiempo en que incluso, quizá, llegó a pensar en la vida religiosa. Ahora también ella es agnóstica. O atea. No sé dónde se sitúa. Pero lo cierto es que Dios se ha quedado muy lejos de sus búsquedas. Al menos, de sus búsquedas explícitas.
Ada me ha hecho recordar también a Unamuno y su “oración del ateo”: “… Sufro yo a tu costa, Dios no existente, pues si Tú existieras existiría yo también de veras”.

Y, finalmente, me ha traído a la memoria del corazón a Madeleine Delbrêl, esa mujer que encarnó el Evangelio maravillosamente entre los obreros ateos de Ivry, y que en su adolescencia y primera juventud proclamó, con un ateísmo agresivo y amargo: "¡Dios ha muerto!¡Viva la muerte!"

Pasó una etapa de su vida en la que simplemente buscaba el sentido de estar aquí. Ni siquiera buscaba a Dios. Sólo dice que "en aquel momento habría dado todo el universo por saber lo que yo pintaba en él".
Tenía novio, un brillante ingeniero con el que iba a casarse. Y un día, inesperadamente, ese novio se marchó para ser dominico. No volvieron a verse. Pero ella quedó sacudida por el hecho de que ese Dios que para ella estaba muerto estuviera tan vivo para la persona que ella había amado.
Entonces comenzó a preguntarse: "¿Estás bien segura de lo que quiere decir no existe? ¿Estás bien segura de lo que quiere decir existe? ¿Cómo se confirma la inexistencia de un Dios?" Y comenzó a plantearse la hipótesis: "¿Existirá Dios?"

Para responder a esta pregunta, decidió orar. Con muchas reticencias y resistencias, dada su mente racionalista. Pero se puso a orar.
"A los veinte años, una conversión violenta siguió a una razonable búsqueda de Dios", dice ella misma.
La vida de esta mujer fue hermosa. Podéis encontrarla en un pequeño librito de Jacques Loew, publicado en Sal Terrae: Vivir el evangelio con Madeleine Delbrêl.

Dios es demasiado importante como para vivir ignorando la posibilidad de su existencia, entreteniendo el tiempo en mil asuntos insustanciales, intrascendentes.
Yo diría que Dios es la única cuestión importante y que todos estamos llamados a ser “personas espirituales” que lo buscan y que viven desde Él lo cotidiano.
Cuando olvidamos que tenemos una dimensión espiritual con un hambre infinito de Trascendencia, la insoportable levedad del ser nos sofoca y no sabemos qué inventar para calmar la angustia que nos produce el haber dejado de lado la única búsqueda que tira de nosotros de manera irrefrenable.

jueves, 5 de febrero de 2009

Sin oración

En los últimos diez días, he vivido, como sabéis, dos acontecimientos importantes por los que doy gracias a Dios "a boca llena", como dice el salmo:
- La entrada de nuestra querida Lidia en el prepostulantado,
- y la tanda de ejercicios espirituales paulinos animada... ¿por mí? No. Siempre por Él, y yo, su puente, su mediación, su boca, su voz. Unos ejercicios vividos EN DEBILIDAD, en los que he visto el milagro de la expulsión de un "demonio mudo", y el milagro de la caridad y la acogida, por parte de los hermanos y hermanas, de quien es mucho más pequeña (en todos los sentidos) que todos ellos.
¡GRACIAS!
El curso sigue adelante y he visto ayer (como muchas otras veces), en el grupo bíblico de la Stma. Trinidad, que los cristianos tenemos mucha más necesidad de orar que de saber. Porque en la oración comunitaria (con el método de la lectio divina) se adquiere otro conocimiento, otra sabiduría, y vida, y amor, y respiro... Es, con mucho, una "actividad" más completa y vivificante que una clase de Biblia.
-¡Pero la clase de Biblia es también necesaria!
-Sí, ya sé, ya sé... Sé que son dos cosas diferentes y, ambas, necesarias. Pero "ambas". Que la Palabra se haga oración y vida es un hecho imprescindible. Dejar espacios a la labor alentadora, consoladora y vivificante del Espíritu es tan necesario para nuestra existencia cristiana como respirar, comer o beber para la existencia natural.
Madeleine Delbrêl lo dice, de manera muy sugerente, en La alegría de creer (p. 212):

"Sin oración podremos "ser sabios" en la doctrina de la Iglesia o en algún punto determinado de ella, los habremos aprendido y retenido, pero no lograrán hacernos vivir mejor.
Si el Evangelio es un libro, es para leerlo. Sin embargo, no basta con ello; el Evangelio es un libro para orarlo.
Nuestra razón tiene un trabajo que hacer con el Evangelio. Pero nuestra oración tiene que recibir el fruto del trabajo que, a través del Evangelio, Dios quiere hacer en nosotros.
Entre la lectura del Evangelio y nuestros pobres intentos de obediencia a sus ejemplos y preceptos se encuentra la oración. Sin ella, veremos como miopes y obedeceremos como servidores paralizados.
Y, sobre todo, sin oración, el Evangelio será palabras, pero correremos el riesgo de no encontrar vivo al que habla, a aquel que nos arrastra y al cual seguimos".