Me ha recordado a mi hermana. Hubo un tiempo en que incluso, quizá, llegó a pensar en la vida religiosa. Ahora también ella es agnóstica. O atea. No sé dónde se sitúa. Pero lo cierto es que Dios se ha quedado muy lejos de sus búsquedas. Al menos, de sus búsquedas explícitas.
Ada me ha hecho recordar también a Unamuno y su “oración del ateo”: “… Sufro yo a tu costa, Dios no existente, pues si Tú existieras existiría yo también de veras”.

Pasó una etapa de su vida en la que simplemente buscaba el sentido de estar aquí. Ni siquiera buscaba a Dios. Sólo dice que "en aquel momento habría dado todo el universo por saber lo que yo pintaba en él".
Tenía novio, un brillante ingeniero con el que iba a casarse. Y un día, inesperadamente, ese novio se marchó para ser dominico. No volvieron a verse. Pero ella quedó sacudida por el hecho de que ese Dios que para ella estaba muerto estuviera tan vivo para la persona que ella había amado.
Entonces comenzó a preguntarse: "¿Estás bien segura de lo que quiere decir no existe? ¿Estás bien segura de lo que quiere decir existe? ¿Cómo se confirma la inexistencia de un Dios?" Y comenzó a plantearse la hipótesis: "¿Existirá Dios?"
Para responder a esta pregunta, decidió orar. Con muchas reticencias y resistencias, dada su mente racionalista. Pero se puso a orar.
"A los veinte años, una conversión violenta siguió a una razonable búsqueda de Dios", dice ella misma.
La vida de esta mujer fue hermosa. Podéis encontrarla en un pequeño librito de Jacques Loew, publicado en Sal Terrae: Vivir el evangelio con Madeleine Delbrêl.
Dios es demasiado importante como para vivir ignorando la posibilidad de su existencia, entreteniendo el tiempo en mil asuntos insustanciales, intrascendentes.
Yo diría que Dios es la única cuestión importante y que todos estamos llamados a ser “personas espirituales” que lo buscan y que viven desde Él lo cotidiano.
Cuando olvidamos que tenemos una dimensión espiritual con un hambre infinito de Trascendencia, la insoportable levedad del ser nos sofoca y no sabemos qué inventar para calmar la angustia que nos produce el haber dejado de lado la única búsqueda que tira de nosotros de manera irrefrenable.