En los últimos diez días, he vivido, como sabéis, dos acontecimientos importantes por los que doy gracias a Dios "a boca llena", como dice el salmo:
- La entrada de nuestra querida Lidia en el prepostulantado,
- y la tanda de ejercicios espirituales paulinos animada... ¿por mí? No. Siempre por Él, y yo, su puente, su mediación, su boca, su voz. Unos ejercicios vividos EN DEBILIDAD, en los que he visto el milagro de la expulsión de un "demonio mudo", y el milagro de la caridad y la acogida, por parte de los hermanos y hermanas, de quien es mucho más pequeña (en todos los sentidos) que todos ellos.
¡GRACIAS!
El curso sigue adelante y he visto ayer (como muchas otras veces), en el grupo bíblico de la Stma. Trinidad, que los cristianos tenemos mucha más necesidad de orar que de saber. Porque en la oración comunitaria (con el método de la lectio divina) se adquiere otro conocimiento, otra sabiduría, y vida, y amor, y respiro... Es, con mucho, una "actividad" más completa y vivificante que una clase de Biblia.
-¡Pero la clase de Biblia es también necesaria!
-Sí, ya sé, ya sé... Sé que son dos cosas diferentes y, ambas, necesarias. Pero "ambas". Que la Palabra se haga oración y vida es un hecho imprescindible. Dejar espacios a la labor alentadora, consoladora y vivificante del Espíritu es tan necesario para nuestra existencia cristiana como respirar, comer o beber para la existencia natural.
Madeleine Delbrêl lo dice, de manera muy sugerente, en La alegría de creer (p. 212):
"Sin oración podremos "ser sabios" en la doctrina de la Iglesia o en algún punto determinado de ella, los habremos aprendido y retenido, pero no lograrán hacernos vivir mejor.
Si el Evangelio es un libro, es para leerlo. Sin embargo, no basta con ello; el Evangelio es un libro para orarlo.
Nuestra razón tiene un trabajo que hacer con el Evangelio. Pero nuestra oración tiene que recibir el fruto del trabajo que, a través del Evangelio, Dios quiere hacer en nosotros.
Entre la lectura del Evangelio y nuestros pobres intentos de obediencia a sus ejemplos y preceptos se encuentra la oración. Sin ella, veremos como miopes y obedeceremos como servidores paralizados.
Y, sobre todo, sin oración, el Evangelio será palabras, pero correremos el riesgo de no encontrar vivo al que habla, a aquel que nos arrastra y al cual seguimos".
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