En
aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron
Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus
discípulos. Les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de
los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días
resucitará." Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron
a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: "¿De qué discutíais por el
camino?" Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién
era el más importante.
Jesús
se sentó llamó a los Doce y les dijo: "Quien quiera ser el primero, que
sea el último de todos y el servidor de todos."
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo
abrazó y les dijo: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge
a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado." Preparando el corazón
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas.
Dame tus mismos sentimientos,
tu modo de pensar y de vivir.
Dame el ser como una niña,
despojada de mi yo.
Dame la libertad de que nada me importe
no contar en “importancia” humana.
Dame un corazón humilde.
Dame sentir la dicha de ser la última de todas
y la servidora de todas.
Si mi yo se hincha y se llena de vanidad,
perdóname, Señor.
Si mi orgullo desea que se me tenga en cuenta,
perdóname, Señor.
Si mi ego desea poder, ser “significativa” y “relevante”,
ten misericordia de mí, Señor.
Dame un corazón libre.
Dame un corazón despojado.
Dame buscar, siempre y en todo,
tan sólo amar y servir.
Meditación
Tras la confesión de Cesarea, Jesús se pone en camino hacia
Jerusalén y convierte el camino en un lugar de enseñanza especial para sus
discípulos. Las primeras tres lecciones del Maestro son los tres anuncios de su
pasión.
Hoy contemplamos la escena del segundo anuncio. Pero ellos,
dice el evangelio, no entendían y les daba miedo preguntarle. Ya Pedro
había expresado su resistencia a aceptar el primer anuncio: “¡De ningún
modo, Señor! ¡Eso no puede pasarte a ti!”
El Maestro anuncia que va a ser traicionado, entregado y
asesinado, y ellos andan dolorosamente enfrascados en lo que más les importa:
quién es el más importante del grupo. ¡Cómo ciega la ambición hasta el punto de
no ser conscientes de la trascendencia del momento que vive su Maestro y amigo!
¡Les está diciendo que va a ser asesinado! ¿Sentiría miedo Él? ¿Sabía acaso
quién le iba a traicionar? ¿Por qué dirigirse a Jerusalén, entonces?... Nada de
esto parece importarles a los amigos de Jesús...
Cuando llegan a casa, en Cafarnaún, Jesús les pregunta sobre qué
iban hablando, con tanta “pasión”, por el camino. Pero ellos callan. Algo en su
interior les dice que su discusión es demasiado mezquina y que no va a gustar
al Maestro. Algo en ellos reconoce que hay una distancia infinita entre sus
pensamientos y los de Dios, sus pretensiones soberbias y la humildad de su
Maestro. Algo en su interior les hace avergonzarse de sus ambiciones de
“prosperar” según lo humano.
Y Jesús, lleno de paciencia y de cariño, conociendo los
pensamientos de su corazón, les llamó en torno a sí y les enseñó nuevamente:
“Quien quiera ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”. Y
puso, en medio de ellos a un niño: “Así soy yo y así debéis ser vosotros. Tan
poco importantes, tan pequeños y tan libres de pretensiones de poder como un
niño”.
Todo, en este mundo de apariencias, nos empuja a desear el
triunfo, la fama, ser reconocidos, adulados, alabados... ¡Qué ceguera!
¿Por qué nos es tan difícil dejarnos evangelizar en lo más
profundo de nuestra interioridad, en nuestras búsquedas y deseos?
¿Por qué nos es tan difícil ser como los pájaros del cielo,
los lirios del campo o los niños?
¿Por qué nos es tan difícil ser como Jesús, así de sabios,
pobres, despojados, humildes y servidores?
¿Por qué nos es tan difícil callar y escuchar la voz que nos
habla dentro y nos dice en qué reside el tesoro de nuestra vida, nuestro
verdadero crecimiento y “prosperidad”, nuestra “importancia” y nuestra
identidad?
Oración a la luz del Salmo 131
Señor, nuestro corazón, como el de los discípulos,
a menudo es ambicioso, y nuestros ojos, altaneros.
Buscamos grandezas que superan nuestra capacidad,
buscamos alabanzas, honores y triunfos,
un brillante curriculum que justifique nuestra existencia
a los ojos de los demás.
Ayúdanos tú, Dios humilde, a ser servidores
en la mesa de tu Reino,
a vestirnos el delantal y a lavar los pies de los demás.
Ayúdanos a acallar los deseos equivocados de nuestro ego,
y haznos como niños, serenos, confiados y satisfechos
en tus brazos, Dios Padre-Madre, que tanto nos amas.
....................
Conchi López, pddm
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Conchi López, pddm
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