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Oración para disponer el corazón
Señor Resucitado, Vida de todas las vidas,
aliento que pone en pie
mis rodillas vacilantes,
Luz que penetra y transfigura
mi corazón adormecido e incapaz de sorprenderse:
sacude los cimientos de mi casa cerrada
con la Buena Noticia de tu Resurrección,
atisba los resquicios de mi débil esperanza,
y entra sin permiso,
y lléname de Luz.
Que no te extrañen mis dudas, Señor,
que no te decepcione mi miedo.
Muchas son las voces que dicen que estás muerto.
Muchas son las voces que preguntan ¿dónde está tu
Dios?
Pero tú, Señor, dime una palabra, tan sólo una palabra,
y mis oídos sordos se abrirán,
exhala sobre mí el aliento de tu Espíritu Divino,
y mi lengua muda cantará,
dame paz y la alegría que nadie puede quitarnos
y los cerrojos de mis puertas saltarán.
Mi vida quedará abierta a tu Vida,
mi boca, a ser anuncio y palabra,
mis manos serán evangelio que trabaja y que sirve,
para que muchos, creyendo,
tengan vida en tu Nombre.
Juan
20,19-31
19 Al
atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La
paz con vosotros». 20Dicho esto, les mostró las manos y el
costado. Los discípulos se alegraron
de ver al Señor. 21Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros.
Como el Padre me envió, también yo os
envío». 22Dicho esto, sopló
sobre ellos y les dijo: «Recibid el
Espíritu Santo. 23A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos».
24Tomás, uno
de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los
otros discípulos le decían: «Hemos visto
al Señor». 25Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no
creeré».
26Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». 27Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». 28Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». 29Le dice Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
30Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. 31Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
CUANDO LEAS
El
evangelio de este domingo está dividido en tres partes: a) La aparición del Señor Resucitado a los
discípulos, al anochecer del día primero de la semana; b) la aparición, ocho
días después, estando Tomás; c) el primer epílogo del evangelio de Juan.
Para
nuestra lectio divina hemos seleccionado la primera y la tercera parte.
Fíjate en el marco espacio-temporal de la escena.
Todo sucede “ya anochecido”, tras la
puesta de sol. La noche (y, junto a ella, la oscuridad, la tiniebla, la
ceguera) tiene, en Juan, un sentido profundamente metafórico. Alude a la falta
de fe, a la desorientación, a la incapacidad de comprensión. Nicodemo acude a
Jesús de noche (3,2); María Magdalena va a buscar a Jesús al sepulcro al
amanecer, pero “cuando todavía estaba oscuro” (20,1). La oscuridad de la noche
habla de la oscuridad del interior de una mujer que va a buscar al Viviente a
un sepulcro, y que, al encontrarlo vacío, llora sin consuelo porque “le han
quitado al Señor”.
Observa los personajes: Los discípulos: a pesar del testimonio de María Magdalena, los
discípulos no creyeron. Para creer, no basta el anuncio. Es precisa la
experiencia personal del Resucitado. Los discípulos están escondidos,
atemorizados, sin valor ni libertad para pronunciarse públicamente a favor del
injustamente condenado. Y esto es así “por miedo a los judíos”. Esta expresión ya había aparecido
tres veces en el evangelio: en 7,13,
donde el temor impedía a la multitud hablar abiertamente de Jesús; en 9,22, cuando los padres del ciego rehúsan, por miedo a
la expulsión de la sinagoga, responder a los judíos sobre el modo como su hijo
ha recobrado la vista, por miedo, y en 19,38, donde el miedo hacía de José de Arimatea un
discípulo clandestino.
Jesús: Lo que ocupa el centro de la comunidad es el
miedo. Pero Jesús entra en este espacio cerrado y oscuro, se pone en
medio, les desea la paz y disuelve su miedo. Él penetra la densa tiniebla
que envolvía a los discípulos porque, como dice el salmo 139,12: “ninguna
tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día”. No es la
primera vez que lo hace. En su discurso de despedida, les da su paz, “no
como la da el mundo” (Jn 14,27). Les dice muchas cosas “para que tengáis
paz en mí: en el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo!, yo he vencido al
mundo” (16,33). Sin embargo, los discípulos se han olvidado de la palabra
de Jesús y han perdido la paz a causa del miedo, y Jesús vuelve como lo había prometido (14,19)
para confirmarles en ella.
El suyo es el saludo de quien ha vencido al mundo y la muerte.
Jesús
les muestra las manos y el costado, las señales de su amor hasta el extremo, los
signos de su crucifixión. El Resucitado es el mismo que murió en la cruz. Si
los discípulos tenían miedo de la muerte que podían infligirles los judíos,
ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él les comunica. La mención del
costado prepara el don del Espíritu (20,22), simbolizado por el agua que salió
de Él (19,34).
La
reacción de los discípulos es la alegría, una alegría que nadie les podrá quitar (16,22), la
misma alegría que, tras los dolores de parto, siente una mujer cuando tiene al
niño entre sus brazos (16,21), la misma alegría del sembrador cuando recoge la
cosecha tras la fatiga de la siembra (Sal 126,6), la misma alegría que da saber
que el grano de trigo no se pudre inútilmente, sino que da mucho fruto (Jn 12,24).
El
primer saludo de paz quiere quitar el miedo a la persecución y a la muerte. El
segundo, quiere llenar de valentía y libertad para el envío. La misión de los discípulos es la misma que la de
Jesús: realizar las obras del que lo envió (9,4), producir mucho fruto, unidos
a Él (15,5) y amar hasta el extremo como amó el Resucitado, que ahora nos
enseña las manos y el costado, signos de su amor.
Jesús
sopla sobre ellos y les infunde el Espíritu. Esta acción está en conexión con las palabras de
envío. Al darles el Espíritu, Jesús les capacita para la misión. El verbo usado
por Juan se encuentra en Gn 2,7: sugiere que el Espíritu re-crea a los creyentes, una recreación según la cual nos
llamamos y somos hijos de Dios (1 Jn 3,1) y ya no vamos a olvidar la palabra de
Jesús, porque el Espíritu la escribirá, no en tablas de piedra, sino en los
corazones (Jn 14,16.26; cf. Jr 31, 33-34).
el
primer epílogo del evangelio
de Juan, en los vv. 30-31: la finalidad del evangelio es que, creyendo, todos
tengan vida en su Nombre. El evangelio no
está escrito para estudiarlo, aprenderlo de memoria, investigarlo... sino para
suscitar la fe y comunicar la Vida en abundancia de Jesús. Si no hace esto, es
letra muerta que no sirve para nada. Considera lo que Jesús dice a los judíos: “Vosotros
escudriñáis las Escrituras ya que creéis tener en ellas vida eterna; pero ellas
dan testimonio de mí, y vosotros no queréis venir a mí para tener vida” (Jn
5,39-40).
CUANDO MEDITES
El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de
nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico.
En este clima, la fe queda con
frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de
incertidumbres y dudas. Por eso, todos
sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros
discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia
sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un
hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".
Su actitud es comprensible. Tomás no dice que
sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él
necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún
momento.
Tomás ha podido expresar sus dudas dentro de
grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado
fuera del grupo. Tampoco ellos han
creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús
resucitado. El episodio de Tomás deja
entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de
discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.
Las comunidades cristianas deberían ser en
nuestros días un espacio de diálogo donde
pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de
los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma
experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con
otros que comparten nuestra misma inquietud.
Pero nada
puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo
de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se
presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a
creer revela su honestidad.
Jesús le muestra sus heridas. No son
"pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso,
le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar
nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita
a confiar: "Señor mío y Dios
mío".
Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera
sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de
una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos
a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que
constituye el núcleo de nuestra fe.
(José
Antonio Pagola)
CUANDO ORES
Oración: Como Tomás
Como
Tomás…
también
dudo y pido pruebas.
También
creo en lo que veo.
Quiero
gestos. Tengo miedo.
Solicito
garantías.
Pongo
mucha cabeza y poco corazón.
Pregunto,
aunque el corazón me dice: “Él vive”.
No
me lanzo al camino sin saber a dónde va.
Quítame
el miedo y el cálculo.
Quítame
la zozobra y la lógica.
Quítame
el gesto y la exigencia.
Dame
tu espíritu, y que al descubrirte,
en
el rostro y el hermano,
susurre,
ya convertido:
“Señor
mío y Dios mío”.
(José Mª Rodríguez
Olaizola, sj)
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Oración: Todo esto deseo
Que
mi oído esté atento a tus susurros.
Que
el ruido cotidiano no tape tu voz.
Que
te encuentre, y te reconozca y te siga.
Que
en mi vida brille tu luz.
Que
mis manos estén abiertas para dar y proteger.
Que
mi corazón tiemble con cada hombre y mujer que padecen.
Que
acierte para encontrar un lugar en tu mundo.
Que
mi vida no sea estéril.
Que
deje un recuerdo cálido en la gente que encuentre.
Que
sepa hablar de paz, imaginar la paz, construir la paz.
Que
ame, aunque a veces duela.
Que
distinga en el horizonte las señales de tu obra.
Todo
esto deseo, todo esto te pido, todo esto te ofrezco,
Padre.
(José Mª Rodríguez
Olaizola, sj)
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