martes, 31 de marzo de 2009

Un libro: "Cuerpo espiritual"

Hace dos días me llegó la noticia de la publicación de otro libro de Emma Martínez, continuación del que os anuncié el año pasado titulado "Cuando la Palabra se hace cuerpo... en cuerpo de mujer". El título de esta primera publicación es muy sugerente. En la obra, Emma propone unos iconos bíblicos que han encarnado la Palabra en el corazón, los ojos, la boca, el oído, las manos y los pies.

Pues bien, la segunda parte, "Cuerpo espiritual", completa el recorrido de la encarnación de la Palabra en el cuerpo: cabeza, entrañas, sexo y piel.

Para más detalles, reproduzco la presentación que hace la editorial Narcea de esta publicación que, por supuesto, os recomiendo:


Lograr una síntesis entre cuerpo y espíritu no parece fácil y sin embargo es la vocación de toda mujer y todo hombre. Y el sueño de Dios sobre la humanidad. No sólo somos “templos del Espíritu”, sino que el cuerpo es totalmente espíritu corporal. Un grupo de mujeres bíblicas nos ayudan a desmontar prejuicios y dualismos, y nos aportan una mirada más unificada, verdadera y evangélica del ser corporal que somos.

a ÍNDICE DE CONTENIDOS:

Desde mi cuerpo de mujer, mi diálogo se hace protesta y denuncia. Protesto por el dualismo imperante. Acuso como pecado al patriarcalismo imperante.
- En Jesús de Nazaret descubro un nuevo horizonte
Tú me prestaste tus ojos para ver la unidad de la realidad sin miradas dualistas. Tú me confirmaste en la igualdad fundamental de los seres humanos. Tú visibilizaste el cuerpo de las mujeres de otra manera. De ti aprendí otra concepción de espiritualidad.
- La cabeza
Una mujer que sabe vincular la cabeza con el corazón: La mujer siriofenicia. Dos mujeres que gobiernan y ejercen liderazgo en la Iglesia primitiva: Febe, “diákono” de Cencreas y Junia, apóstol ilustre.
- Las entrañas
Lidia, una mujer de entrañas fecundas y misericordiosas. La fecundidad de las misioneras desconocidas.
- El sexo
La sulamita. María Magdalena, la mujer apóstol de los apóstoles.
- La piel
María de Nazaret, el Espíritu a flor de piel.

Bibliografía

jueves, 19 de marzo de 2009

Lectura orante de Juan 3,14-21

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Único”


* Oración para disponer el corazón: ¿Qué puedo aprender de Ti...?
 
El tiempo avanza, firme e inexorable, hacia tu Pascua.
Estamos a tres semanas de tu entrega
y te quiero acompañar de cerca, en tu subida a Jerusalén.
Tomaré cualquiera de los evangelios y te acompañaré en tus últimos días.
Me gusta el de Marcos. Lo tomo y comienzo a leer a partir de 8, 27,
el primer anuncio de tu pasión, tras la confesión de Pedro: “Tú eres el Cristo”…
¡Qué decepcionante para Pedro, el episodio que sigue!
Su Mesías no va a vivir y a actuar como el “Hijo de David”, el rey poderoso,
sino que morirá como un maldito, despreciado y desestimado por todos (cf. Is 53,3; Gál 3,13).

Estamos a tres semanas de tu muerte, amado Señor Jesús,
a tres semanas de tu arresto, tortura y ejecución.
Tú, que pasaste por el mundo haciendo el bien, morirás como un malhechor.
¿Qué puedo yo aprender de ti, Mesías-Siervo que te entregas por nosotros?
¿Qué puedo aprender de mi Dios, que se despoja de sus derechos
y aparece envuelto en debilidad?
¿Qué puedo aprender de ti, que viviste sirviendo y amando,
y moriste orando y perdonando?
¿Qué puedo aprender de ti, Señor,
que padeciste por nosotros,
dejándonos un ejemplo, para que sigamos tus huellas.

Tú no cometiste pecado,
ni encontraron engaño en tu boca;
cuando te insultaban,
no devolvías el insulto;
en tu pasión, no proferías amenazas;
al contrario, te ponías en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subiste al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.

¿Qué podemos aprender de ti,
cuyas heridas nos han curado?
(cf. 1 Pe 2,21-24)

1. Leemos la Palabra: Juan 3,14-21
 
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
- (14) Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, (15) para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
(16)Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
(17) Porque Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
(18) El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
(19) La condena consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
(20) Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
(21) En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

* Orientaciones para la lectura
 
- En este precioso evangelio de Juan, hay afirmaciones (como en otros pasajes del Nuevo Testamento) que pueden dar lugar a una imagen muy distorsionada y equivocada de Dios. Frases como: “El Hijo del hombre tiene que ser elevado” o “Dios entregó a su Hijo”. ¿Por qué Jesús “tenía” que morir en una cruz? ¿Por qué Dios “no perdonó” a su propio Hijo, como dice San Pablo en Rom 8,32? ¿Cómo podemos interpretar esas frases?

A menudo la idea de Dios que se desprende de esas palabras resulta ser una caricatura de Dios: un varón mayor, vestido con una túnica blanca, con barba y cabellera pobladas de canas, un tanto iracundo (al parecer), y cuyo oficio principal consiste en juzgar, condenar y castigar a todo el que se aparta de su santa voluntad. Un Dios justiciero, duro, incapaz de compadecerse.
- ¿Pero, de qué me está usted hablando! Mire, ¡ésa no es mi imagen ni mi experiencia de Dios!
- ¡Pues, le felicito! Pero, dígame si no hay gente que piensa que Dios es así. Y si no, ¿qué idea se esconde tras las expresiones: “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, “¿Por qué Dios nos manda esta enfermedad?”, “¡Que Dios nos deje un poquito, que ya hemos sufrido bastante…!”, “Parece que Dios se “ha cebado” con esa familia…”, etc, etc...
Por supuesto, se trata de una imagen mezquina, falsa, e incluso blasfema, de Dios, hecha “a nuestra imagen y semejanza”, que nada tiene que ver con el Dios y Padre de nuestro Señor Jesús.
- El evangelio de hoy habla de “la condenación”. ¿Quién nos condena? Jesús dice que Dios no le ha enviado para condenarnos, sino para salvarnos. La condena nos la procuramos nosotros, cuando la luz viene a nosotros y nosotros “preferimos la tiniebla a la luz”. Preferir el mal al bien, el desierto al manantial, la cizaña al buen trigo, la murmuración y la maledicencia al silencio amoroso y a la bendición, el gesto amenazador a la bondad, el rencor al perdón, etc, etc… es tarea de nuestra libertad. Dios sólo nos ofrece el camino mejor, el camino de nuestro crecimiento y de nuestra vida plena. A nosotros nos toca escoger.

Frente a las imágenes distorsionadas de Dios, y en contraste, el evangelio nos habla del Dios amigo de la vida que, ya desde tiempos antiguos, quiso mostrar que es el Dios de la vida abundante y que no quiere la desdicha de nadie. Creer en un Dios que se complace en mandarnos castigos, enfermedades y desgracias no es creer en el Dios de Jesús, que nos envió a su Hijo para que todos tengamos vida: “tanto nos amó Dios, que nos envió (y entregó) a su Hijo para que no muera ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.

-¿Y no sigue siendo cruel y sádico un Dios que entrega a su Hijo a la muerte, por mucho que lo hiciera por amor a nosotros?
-Es que Dios no entregó a su Hijo a la muerte, sino a la vida, a esta vida nuestra, humana, encarnada, para revelarnos su verdadero Rostro (que es el Amor) y enseñarnos a vivir como hijos suyos. Otra cosa es que el pecado del mundo haya dado muerte al Hijo de Dios y él haya querido llegar hasta el final, siendo fiel a su misión.
Cuando Cristo es elevado en la cruz, desnudo, torturado, traspasado…, entonces es cuando se revela la divinidad de Dios y el amor inmenso que nos tiene.
En la carta a los Romanos, Pablo dice que tal vez alguno de nosotros se atrevería a morir por una buena persona (recordemos a San Maximiliano Kolbe…), pero por un malvado, ¿quién está dispuesto a dar su vida? Y, sin embargo, “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,9).

2. Meditamos la Palabra
 
* Hoy es un día para contemplar el amor inmenso e incondicional de Dios Padre y de Jesús.
Pregúntate si tu imagen de Dios “choca” con el Rostro que nos revelan las Palabras:
- “Tanto amó Dios al mundo…” (Jn 3,16)
- “La prueba de que Dios nos ama…” (Rom 5,9)
- “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, nos ha hecho nacer de nuevo…” (Segunda lectura de hoy, Ef 2,4)
* Guarda y medita en tu corazón alguna de esas frases u otra que hable de Dios-Amor.


3. Oramos la Palabra

- Mira al Hijo de Dios, elevado en la cruz. Dale gracias porque “te amó y se entregó por ti”… (cf. Gál 2,20)

- Cuéntale a Jesús, clavado en la cruz, cómo vives, lo que te gusta y lo que no te gusta de tu vida, lo que desearías cambiar o hacer crecer, qué “tinieblas” te impiden vivir en su luz…

- Oración a Dios, rico en misericordia:
Dios, rico en misericordia,
colma mi pobreza con tu riqueza:
hazme misericordiosa como Tú.
Gracias por tu gran amor,
porque, estando yo muerta por el pecado,
me haces vivir con Cristo y resucitar con Él
a una vida nueva,
vida plena como hija amada de Dios.

Y esto, sin yo merecerlo, sin poder merecerlo,
sin poder hacer nada para alcanzarlo,
sino que Tú me lo regalas, Dios y Padre mío,
por pura gracia,
y revelas, en esta salvación que obras en mí,
la inmensa riqueza de tu gracia
y tu bondad para con nosotros,
en Cristo Jesús.

Todo es obra tuya,
todo es don tuyo.
Y mi única obra es darte gracias
y preguntarte cada día:
¿qué quieres que haga, Señor?

sábado, 14 de marzo de 2009

Asumir el riesgo de acoger

Pensamientos sobre la Vida Consagrada (I)


Con frecuencia, cuando hablamos entre las religiosas y "aterrizamos" en el tema de "las vocaciones", concluimos que "todas estamos igual" (salvo contadas excepciones, fácilmente explicables...), y que así es la situación de la vida religiosa actual, nos guste o no.
Las casas de formación están vacías desde hace años, o llenas de jóvenes provenientes de Asia, África o Sudamérica. Hace 22 años, cuando comencé a ir, en mi primera formación, a la escuela Regina Apostolorum de Madrid, donde acudíamos postulantes y novicias, había grupos de veinte y treinta formandas españolas de diversas congregaciones. Hoy, los grupos son multiculturales e internacionales, con mayoría absoluta extranjera. ¿Es que Dios ha dejado de llamar a los jóvenes de Europa Occidental? ¿O es que hemos perdido todo atractivo y "poder de seducción"? El tema es delicado y es difícil encontrar a alguien que hable con osadía de la responsabilidad que tenemos nosotros, los religiosos, en esta situación de "desierto vocacional" (salvo contadas excepciones también).
Yo hice mi noviciado en España, sola, mientras en Roma había un noviciado internacional de siete jóvenes y, en Polonia, otro noviciado de diecisiete polacas. En 1991, con motivo de la visita de Juan Pablo II a Czestochowa en la jornada mundial de la juventud, nos reunimos las veinticinco novicias en aquella ciudad tan emblemática para los católicos polacos, y tuvimos ocasión de intercambiar vivencias sobre nuestro camino formativo.
Una noche, en el jardín de casa, en el trascurso de un diálogo abierto en torno a diversos temas, una de las novicias polacas (Iwona) preguntó cómo era posible que en Portugal y en España sólo hubiera una novicia respectivamente... Su perplejidad era pareja a la mía, al toparme yo con un grupo tan grata e inesperadamente numeroso. Entonces, una de las hermanas mayores, de cuyo nombre sí puedo acordarme pero prefiero omitir, comenzó a dar una serie de explicaciones sociológicas(secularización, hedonismo...), eclesiológicas (protagonismo de los laicos, proliferación de otras formas de vida consagrada...) y psicológicas (inmadurez de las nuevas generaciones...) que dejaban clarísimo por qué los jóvenes no optaban por nuestro estilo de vida, al tiempo que a nosotras nos eximían de todo intento de autocrítica.
Cuando ella terminó de hablar, yo pedí la palabra y añadí: "Los aspectos aludidos son ciertos y no carecen de objetividad, pero yo quisiera añadir algunos factores que nos atañen a nosotras... Quizá estaría bien preguntarnos si nuestra vida es hermosa y deseable, y si acogemos con generosidad a las nuevas generaciones, ofreciéndoles, a la vez, futuro".
Ni que decir tiene que el debate quedó zanjado y a la novicia española le quedó constancia de la inoportunidad de su intervención... Sin embargo, dieciocho años después, el debate está más abierto que nunca, las comunidades, más envejecidas que nunca, y la situación para las jóvenes, más difícil que nunca..., a menos que quienes precedemos a las que vendrán seamos lo suficientemente generosas como para hacer espacio, acoger, acompañar, tratar con adultez a quienes no son niñas, sino mujeres como nosotras, con ideas propias y sentido crítico, facilitar el presente y preparar futuro, y formar sólidamente a aquellas a las que el Señor quiera comunicarles el carisma lo mismo que a nosotras. ¿Se me ocurre algo más? ¡Ah, sí! Esperar. Esperar, con paciencia y confianza, en el Señor y en las nuevas hermanas.
Quizá no sería un diálogo del todo inútil para nosotras el reunirnos alguna vez y preguntarnos, con honestidad y valentía, qué jóvenes queremos y para qué vida religiosa.
En los grandes congresos y semanas de vida consagrada, a menudo sale a relucir el "problema vocacional". Queremos jóvenes pero, en realidad, a menudo sucede que no estamos dispuestas a asumir el riesgo (y la incomodidad) que supone abrirles las puertas de nuestra casa. Con semejante panorama, yo no veo otro futuro, para muchas comunidades y congregaciones, que disponerse a "bien morir".

Severino Mª Alonso, un claretiano experto en vida religiosa, en un curso de formación que animó en nuestra casa hace unos años, dijo algo que yo compartí plenamente: "Una de mis oraciones más frecuentes es ésta: 'Señor, no mandes vocaciones allí donde sabes que las van a estropear...".

Amén. Y que el Señor nos ayude e infunda en nosotras la valentía y el riesgo de la fecundidad espiritual.

jueves, 5 de febrero de 2009

Sin oración

En los últimos diez días, he vivido, como sabéis, dos acontecimientos importantes por los que doy gracias a Dios "a boca llena", como dice el salmo:
- La entrada de nuestra querida Lidia en el prepostulantado,
- y la tanda de ejercicios espirituales paulinos animada... ¿por mí? No. Siempre por Él, y yo, su puente, su mediación, su boca, su voz. Unos ejercicios vividos EN DEBILIDAD, en los que he visto el milagro de la expulsión de un "demonio mudo", y el milagro de la caridad y la acogida, por parte de los hermanos y hermanas, de quien es mucho más pequeña (en todos los sentidos) que todos ellos.
¡GRACIAS!
El curso sigue adelante y he visto ayer (como muchas otras veces), en el grupo bíblico de la Stma. Trinidad, que los cristianos tenemos mucha más necesidad de orar que de saber. Porque en la oración comunitaria (con el método de la lectio divina) se adquiere otro conocimiento, otra sabiduría, y vida, y amor, y respiro... Es, con mucho, una "actividad" más completa y vivificante que una clase de Biblia.
-¡Pero la clase de Biblia es también necesaria!
-Sí, ya sé, ya sé... Sé que son dos cosas diferentes y, ambas, necesarias. Pero "ambas". Que la Palabra se haga oración y vida es un hecho imprescindible. Dejar espacios a la labor alentadora, consoladora y vivificante del Espíritu es tan necesario para nuestra existencia cristiana como respirar, comer o beber para la existencia natural.
Madeleine Delbrêl lo dice, de manera muy sugerente, en La alegría de creer (p. 212):

"Sin oración podremos "ser sabios" en la doctrina de la Iglesia o en algún punto determinado de ella, los habremos aprendido y retenido, pero no lograrán hacernos vivir mejor.
Si el Evangelio es un libro, es para leerlo. Sin embargo, no basta con ello; el Evangelio es un libro para orarlo.
Nuestra razón tiene un trabajo que hacer con el Evangelio. Pero nuestra oración tiene que recibir el fruto del trabajo que, a través del Evangelio, Dios quiere hacer en nosotros.
Entre la lectura del Evangelio y nuestros pobres intentos de obediencia a sus ejemplos y preceptos se encuentra la oración. Sin ella, veremos como miopes y obedeceremos como servidores paralizados.
Y, sobre todo, sin oración, el Evangelio será palabras, pero correremos el riesgo de no encontrar vivo al que habla, a aquel que nos arrastra y al cual seguimos".

martes, 3 de febrero de 2009

El hermano 33

Os decía en mi post anterior que, para completar mi mes (verdadera carrera de obstáculos), me faltaba solamente animar un curso de ejercicios espirituales (la tercera tanda) de la Familia Paulina de España. Escrita dejaba mi confianza firme de que el Espíritu Santo sería el animador (como lo es siempre) y que todo saldría bien. ¡Así parece que fue!
¿Que os cuente algo? Como una imagen vale más que mil palabras, he colgado más de cien fotos, con sus comentarios, para que os hagáis una idea de lo que vivimos esos días: http://picasaweb.google.es/conchipddm/Ejercicios_Espirituales_27en2feb09

Pero sí, voy a contaros una anécdota cómica e importante: uno de los rasgos de estos ejercicios, aparte de haber sido muy "chulillos" por muchos motivos (el grupo estupendo, la carta a los Gálatas, numerosos "iconos bíblicos" de referencia, la lectio divina, la joven y aún inexperta predicadora que se esforzó en que así fueran, y la solicitud de todos), fue la presencia en ellos de un virus un tanto pesado y molesto... ¡"Hermano virus"!, diría San Francisco. Y creo que así fue: que este hermano virus (el participante 33) contribuyó a crear calidez y cercanía entre nosotros, por la compasión (y el humor) que despertó en todos.
Es verdad que el segundo día cundió la alarma... "¿Por qué no nos vamos cada cual a nuestra casa?", dijo alguien. Y es que, por la noche, el virus “gastroenterítico” nos metió a 12 del grupo en la cama, y nos dejó molidos. ¡Pero el visitante no nos acobardó, a pesar de que médicos y enfermeras (mi hermana Carmen) nos aseguraban que caeríamos todos, como por "efecto dominó"! Efectivamente, caímos casi todos, pero nos pusimos en pie.
La "debilidad salvífica" de Pablo tomó carne en nosotros, pero damos testimonio de que sobreabundó la gracia... en el amplio sentido de la palabra.

lunes, 26 de enero de 2009

Crónica de un mes intenso y precioso

Me da la sensación de que estoy viviendo este mes como si fuera una carrera de obstáculos en la que fuera haciendo equilibrios para ir superando las vallas, demasiado próximas unas de otras, sin tropezar y estrellarme, sin detenerme, sin rendirme, y sin tirar la toalla porque en algún momento tema que el esfuerzo supera mi capacidad. ¡Puffffffff! Respiro largamente, con satisfacción, ante el obstáculo final. Con certeza, el más difícil de todos para mí. Y me digo que quién me habrá mandado meterme en este berenjenal...
El caso es que el año comenzó, como siempre, comiendo las uvas con mi madre y, este año, también con mi hermano. Algún que otro "buen cristiano" me ha dicho que esa tradición tan pagana es una superstición. ¡Qué tontería! ¡Todo se puede cristianizar! Y, en esta ocasión, yo rezé al tomar cada una de las uvas por todos mis seres queridos y por el mundo entero. Cada uva era, para mí, la petición de un don para el mundo: paz, igualdad, justicia, misericordia, fe, esperanza... ¡Y no me atraganté!
Mi padre nunca se queda. A las diez, ya está en la cama. Quizá sea el único español que, estando sano y no teniendo otra ocupación, se va a dormir como un día cualquiera, en esa noche bulliciosa de fin de año. ¡Claro que a las 12 y 5 minutos se llevó un buen susto, porque los tres festivos y solitarios noctámbulos le sobresaltamos con nuestros besos y gritos de felicitación!
Después, como siempre en los últimos años, llegaron mis sobrinas pequeñas con su buya. ¡Cuánta algarabía arman y... cómo las echaríamos de menos si no estuvieran!

El día 29 de diciembre había estado en Jaén para hacer un curso de introducción a San Pablo con las Misioneras de acción parroquial. Y, desde mi pueblo, me trasladé a Toledo y luego a Madrid para hacer la segunda tanda del mismo curso a otro grupo de la misma Congregación. Unas hermanas con las que nó sólo he disfrutado mucho saboreando la Palabra en San Pablo, sino admirando su sencillez, cercanía, y detalles de fraternidad. Tienen una bella misión: evangelizar en las parroquias preferentemente de ambiente rural. Ir a los lugares adonde no va nadie. En esa línea he querido yo moverme este año, en parte.
Terminada la Navidad, comenzaron las actividades ordinarias, y alguna que otra extraordinaria. En las tres parroquias en las que acompaño grupos bíblicos, vamos estudiando ahora la segunda carta a los Corintios. Como hay que reconocer que San Pablo no es, en ocasiones, nada fácil de entender, algún que otro grupo casi se ha amotinado: "¡Vamos a saltarnos la 2 Corintios!"... Pero, superada la tentación de ignorar algún libro difícil, seguimos adelante con constancia, interés, e incluso, entusiasmo para terminar de aproximarnos al Cristo de Pablo a través de todos sus escritos.
También la CONFER de Toledo ha querido tener, este año, su curso de formación sobre Pablo y su evangelio. Y yo tuve la gracia de animar ese encuentro el día 17. "Con temor y temblor" acepto estas propuestas. Al ir, no es que vaya "llorando", como dice el salmo, pero un poco trémula sí. Y al volver, siempre vuelvo cantando, porque no hay nada con lo que disfrute más que hablando de la Palabra de Dios, sea cual sea el libro del que tenga que hablar.

En el intermedio de estas cosas, me tomé cuatro días para asistir a los ejercicios espirituales de Familia Paulina que animaba Elena Bosetti, hjbp, como dije abajo. Una aproximación hermosa a la experiencia religiosa de Pablo, modelo de discípulo y apóstol.

Mientras tanto, y a lo largo del mes, estábamos preparando una celebración importante. Como Familia Paulina, la Eucaristía televisada del día 25. Y, como Congregación, la entrada de una joven para abrazar la vida religiosa en nuestra familia: Lidia, una de mis compañeras de fatiga y apostolado del último año.

Ayer fue la fiesta. Por la mañana, tuvimos una Eucaristía preciosa en Toledo, presidida por el vicario parroquial, Gustavo Adolfo Conde. El coro había preparado los cantos con esmero, atendiendo a la petición de algún canto favorito de Lidia ("Ven del Líbano"). Gustavo se había preparado la homilía en clave vocacional, porque las lecturas nos acompañaron plenamente (la conversión de San Pablo y la llamada de los primeros discípulos), y Lidia habló a la asamblea de su vocación y de la vida consagrada como "una vida hermosa". Su familia ha estado aquí tres días, y el llanto reiterado de sus padres me recordó el llanto de los míos cada vez que me acompañaban en cada paso que iba dando: entrada al noviciado, primera profesión y profesión perpetua.
Es sabido de todos (y muchos lo ponderan, cual profetas de calamidades anunciando el ocaso inevitable de la vida religiosa) que "no hay vocaciones". Yo estoy convencida de que sí las hay. De que Dios llama hoy, como siempre ha llamado, para una vida de especial consagración. Luego está la libertad humana para elegir escuchar o elegir "pasar" del tema. Podemos poner miles de excusas para no escuchar: "las monjas de hoy día están muy secularizadas...", "los conventos parecen geriátricos...", "son anticuadas y no saben de la vida...", "no son felices; parece que están amargadas...", "no viven todo lo sántamente que debieran..." etc, etc. Pero nada de esto es una excusa para desoír la voz de Dios que llama a cada persona para hacer SU historia, no la de las demás.
Cuando comencé en la vida religiosa, tenía 17 años. Conmigo entró otra joven que se fue al año siguiente. Fue triste y preocupante para las hermanas, porque ya había comenzado la "crisis vocacional" hacía unos años. Alguna se atrevió a preguntarme: "Y tú, ¿qué?" Y yo respondí: "¿A qué te refieres? Nada de lo que pase fuera de mí podrá hacer que me aparte de mi vocación. Así es yo, nada; ¡yo, adelante!". ¿Presuntuoso? ¿Una falsa seguridad? Sé que Dios me perseguiría hasta el fin del mundo, si lo dejara. Sé que no puedo ser otra cosa que la que soy. Al menos, es lo que sé desde que tenía 15 años.

Lidia ha sido valiente. Dice que no le asusta la ancianidad de las hermanas ni la soledad generacional. Sólo le asusta que no respondamos a lo que la gente necesita. Sólo eso. Que el carisma se quede anclado en el pasado, en formas que ya no le dicen nada a nadie. Ni siquiera a quien las vive...
El viernes por la tarde, con sus padres, fuimos a Radio María para dejar grabado el programa del próximo miércoles, a las 5, sobre Antiguo Testamento. Estoy explicando el libro del Éxodo y, ¡"casualidad" también!, tocaba la vocación de Moisés. Aproveché para pedirle a Lidia que diera testimonio de su vocación. Ella no quedó muy contenta. Se lo pedí de sopetón y no pudo prepararse. Su experiencia también me recuerda la mía: la insistente persecución de Dios hasta que te vence y terminas diciéndole: ¡Hinnenî! ¡Aquí estoy! ¡Haz lo que quieras!
Hoy, más tranquila, me dispongo a saltar la última valla de mi carrera de enero: la animación de los ejercicios espirituales que comenzarán mañana para un grupo de la Familia Paulina. Es mi segundo curso como animadora. ¡Ahora sí que tiemblo! Pero, hasta ahora, tengo la experiencia de que el Espíritu Santo lleva las cosas y de que, si respondo mínimamente, Él lo hace todo muy bien.
Así sea.
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