Domingo, 12 de la mañana.
Me encuentro barriendo el arroz arrojado a la puerta de la parroquia de Santa Teresa. Manuel, un andaluz, mendigo por necesidad, sentado sobre su manta, pide para poder ir a Talavera.
Se levanta y merodea a mi alrededor. Yo le miro y sonrío, pero permanezco en silencio, mientras continúo amontonando kilos de arroz en numerosos montones del pórtico de entrada (mi madre diría, a juzgar por el despilfarro, "¡qué familia más "importanciosa", la de los recién casados!").
Manuel inicia la conversación diciendo que los cantos de la Eucaristía eran hermosos, que entró en el templo y estuvo en la celebración porque quería cantar.
-Hacen ustedes misas muy bonitas aquí -dice.
-Me alegro de que le haya gustado -respondo.
Realmente me alegro. Y también me sorprendo de que un hombre de aspecto tosco, descuidado y apestando a vino sonría ahora como un niño y hable con la ilusión de un adolescente.
-Me sé "Dios está aquí", pero con otra letra -dice con brillo en los ojos.
Le pregunto "de dónde viene y adónde va", como los antiguos de la Biblia, y él responde que de Sevilla y a Damiel, a vendimiar. Termina contándome la historia de su vida, su paso de albergue en albergue, sus penurias y calamidades, su profunda religiosidad...
Cuando saca un crucifijo del bolsillo de su camisa, le digo:
-¡Ah! ¿Lo lleva siempre con usted? .- Y él, sin escucharme, afirma con serena emoción:
-Él me lleva siempre.
El vello de sus brazos se eriza cuando lo dice, con toda naturalidad, sin sentimentalismo ni afectación; con seriedad y casi con ternura.
Quedo sorprendida (y estremecida, como él) por esa confesión y por esa experiencia casi inédita entre los cristianos que, por cierto, nunca esperaríamos escuchar de los labios de un mendigo con aspecto de borracho: la experiencia profunda y casi mística de que es Dios el que nos lleva como en volandas; la experiencia de que el Señor, a pesar de múltiples evidencias que dirían lo contrario, cuida nuestra vida.
Me pareció que era un hombre sencillamente bondadoso y no precisamente poco inteligente. ¿Por qué, entonces, llevaba esa vida desarraigada y menesterosa? Una historia de desamor. Lo abandonó su mujer, el encanto de sus ojos, y ahora ella vivía con otro hombre. ¿Más familia? Un hijo casado que acababa de darle su primera nieta, Ana.
Manuel bebe. ¿Se entregó a la bebida para calmar el dolor del abandono? Probablemente. ¿O fue abandonado porque bebía sin poder evitarlo, haciendo insufrible la convivencia? Quizá. No pregunté. Aun así, no se quejó de la vida. No había en él una actitud amarga o resentida, sino conformidad con lo que le había sobrevenido.
Me dejó sorprendida y avergonzada de mis pretensiones, por todo lo que le pido a la vida sin caer en la cuenta de que ya me ha sido dado todo lo que necesito para ser feliz.
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3 comentarios:
Esta profunda y afortunada aportación de que es Dios el que nos lleva en volandas me ha hecho recordar un par de momentos:
El más remoto en el tiempo, cuando en mi adolescencia leí una famosa historia sobre un hombre que se quejaba de que ante la adversidad de tener que hacer un largo y pesado camino sin medios, tal vez enfermo o con hambre, pues se queja de que Dios no apareciese a su lado a ayudarle por más que le llamó, aportando el "hecho" de solo hallar sus dos huellas en tal camino como "prueba" de la ausencia de Dios, y como ante sus insistentes quejas finalmente recibe la respuesta que las únicas huellas son de Dios que lo llevaba en brazos todo el camino.
Y el momento más próximo: nuestra amiga Alicia (que ya ha vuelto a Polonia) nos enseño traducida una canción polaca que ahora cantamos los domingos en Misa y que dice así:
Dios me cuida,
Dios me cuida,
¡cuidame oh Señor!
Tú eres mi sombra.
Un abrazo.
Quique(Barcelona)
Realmente es así.
Dale un beso a Alicia de mi parte. Me alegra saber que está de nuevo por aquí.
Que linda histora Hna. Cuando la lei me me ha hecho acordar a una...
Un dia nos encontrabamos con los niños de la infancia misionera, donde yo era animadora, Para sorpresa nuestra, un dia se suma un niño que era mendigo, a veces lo veíamos vendiendo en la puerta de la parroquia, o pidiendo lismonas, muchas veces nos miraba desde afuera. Pero este día, el tenia que darnos una lección. Tocó la puerta y pidió permiso para participar del encuentro. Justo le toco estar en el grupo que yo anima que era de niños de 8 a 10 años.
Como cada vez que llega alguien nuevo, todos nos hemos presentado. Empezando por los niños misioneros, que eran mas sueltos y estaban mas acostumbrados a estas cosas. Decian:
"Yo soy Juancito tengo 8 años, voy a 3ºgrado, me gusta andar en bici, vivo con mi mama, mi papa, mis hnos, voy a misa..."
"Yo soy Lourdes, tengo 9 años voy al colegio del Huerto, practico jockey en un club, vivo con mis hnos y padres..."
Finalmente llego el turno del niño nuevo. Nos dijo: "Yo no se leer, ni escribir, no tengo casa, ni hermanos, no voy escuela, a veces trabajo vendiendo... soy José DE Maria".
Un niño le preguntó: "¿ese es tu nombre?",
"No, soy José, de Maria, ella es mi Madre, la Virgen lo unico que tengo.
La Virgen era su único tesoro, quien velaba por él...
Cuanto hemos aprendido aquel dia del Jose!...
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