Miércoles de la segunda semana de Cuaresma
Jeremías 18,18-20; Salmo 30; Mateo 20,17-28
- En el umbral de la oración...
Me hago consciente de que estoy en la presencia de Dios,
de que vengo a Él necesitada de su descanso.
"Venid a mí los que estáis cansados y agobiados
y yo os aliviaré" (Mt 11,28)
"La Palabra del Señor es descanso del alma" (cf. Sal 19,8)
Todo se redimensiona desde el Ser de Dios.
La vida cambia cuando te haces consciente de que no eres tú quien la lleva sino Él. Los agobios y la preocupación afanosa por controlarlo, conducirlo y asegurarlo todo desaparecen. Él te lleva.
Somos como el pueblo de Israel al que Dios...
"... encontró en una tierra desierta,
en una soledad poblada de aullidos.
Lo rodeó, cuidando de él,
lo guardó, como a las niñas de sus ojos.
Como un águila...
lo tomó y lo llevó sobre sus plumas.
El Señor solo los condujo.
No hubo dioses extraños con Él" (Dt 32, 10-13).
- Leemos y meditamos el evangelio de Mateo 20,17-28
En la carta a los Filipenses, Pablo dice: "Tened entre vosotros los mismos sentimentos de Cristo. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de DIos. Al contrario, se despojó de sí mismo y tomó la condición de esclavo...".
Subiendo a Jerusalén, estando cercana la hora de la entrega, pasión y muerte de su Señor, ni siquiera los discípulos más amados habían comprendido a Jesús ni habían penetrado en sus sentimentos. Y Santiago y Juan (dice Mateo que su madre, para no poner en evidencia la mezquindad de los hermanos) le piden a Jesús un puesto relevante en su Reino.
Los demás se indignan porque, claro, ellos no quieren ser menos en ese suculento reparto de puestos principales, a la derecha y a la izquierda del Maestro.
Y Él, como tantas otras veces, se pone a enseñarles con paciencia que, en su Reino, el primero ha de hacerse el último y el servidor de todos, y el grande ha de hacerse pequeño como un niño.
Así era Él.
Así desea que seamos nosotros.
Jeremías 18,18-20; Salmo 30; Mateo 20,17-28
- En el umbral de la oración...
Me hago consciente de que estoy en la presencia de Dios,
de que vengo a Él necesitada de su descanso.
"Venid a mí los que estáis cansados y agobiados
y yo os aliviaré" (Mt 11,28)
"La Palabra del Señor es descanso del alma" (cf. Sal 19,8)
Todo se redimensiona desde el Ser de Dios.
La vida cambia cuando te haces consciente de que no eres tú quien la lleva sino Él. Los agobios y la preocupación afanosa por controlarlo, conducirlo y asegurarlo todo desaparecen. Él te lleva.
Somos como el pueblo de Israel al que Dios...
"... encontró en una tierra desierta,
en una soledad poblada de aullidos.
Lo rodeó, cuidando de él,
lo guardó, como a las niñas de sus ojos.
Como un águila...
lo tomó y lo llevó sobre sus plumas.
El Señor solo los condujo.
No hubo dioses extraños con Él" (Dt 32, 10-13).
- Leemos y meditamos el evangelio de Mateo 20,17-28
En la carta a los Filipenses, Pablo dice: "Tened entre vosotros los mismos sentimentos de Cristo. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de DIos. Al contrario, se despojó de sí mismo y tomó la condición de esclavo...".
Subiendo a Jerusalén, estando cercana la hora de la entrega, pasión y muerte de su Señor, ni siquiera los discípulos más amados habían comprendido a Jesús ni habían penetrado en sus sentimentos. Y Santiago y Juan (dice Mateo que su madre, para no poner en evidencia la mezquindad de los hermanos) le piden a Jesús un puesto relevante en su Reino.
Los demás se indignan porque, claro, ellos no quieren ser menos en ese suculento reparto de puestos principales, a la derecha y a la izquierda del Maestro.
Y Él, como tantas otras veces, se pone a enseñarles con paciencia que, en su Reino, el primero ha de hacerse el último y el servidor de todos, y el grande ha de hacerse pequeño como un niño.
Así era Él.
Así desea que seamos nosotros.
- De la meditación, brota nuestra oración...
Y En mi mente resuena el eco de esta frase de San Juan de la Cruz en Noche oscura: "... en este camino, el bajar es subir y el subir, bajar".
Y a propósito de nuestra tendencia a "subir", rumio interiormente el siguiente texto del místico carmelita:
Para venir a gustarlo todo
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo
no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo
no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que no gustas
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres
has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo
dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo
has de dejarte del todo en todo.
Y cuando lo vengas del todo a tener
has de tenerlo sin nada querer.
Porque si quieres tener algo en todo
no tienes puro en Dios tu tesoro.
En esta desnudez halla el espíritu su descanso,
porque, no codiciando nada,
nada le fatiga hacia arriba,
y nada le oprime hacia abajo,
porque está en el centro de su humildad.
Porque cuando algo codicia
en eso mismo se fatiga.
Y Mi compañera orante eleva a Dios la siguente oración:
¡Gracias, mi Señor!
Hoy mi plegaria es de inmensa dicha y profundo agradecimiento.
Has bebido la copa amarga, por el amor que me tienes.
Has derramado tu preciosa sangre, para que brille tu luz en mis tinieblas.
Has entregado tu vida, para que tenga vida y la tenga en abundancia.
Te han golpeado y crucificado, por mi causa...
Mi Señor, Siervo doliente, muerto en cruz,
¿cómo no poner mi vida a tu servicio?,
¿cómo no entregarme por completo a lo que me pides?,
¿cómo no presentar batalla a mi tendencia a "subir", tan ajena a ti?
Sólo dispongo de un arma: la fe.
Fe que transforma mi sufrimiento en salvación,
fe que hace mío el dolor de los demás,
fe que engrandece mi existencia al servicio de todos.
Un arma que, en ocasiones, se ve debilitada por la tentación de la desconfianza,
del miedo o de la comodidad.
"Quien quiera ser grande que sirva a los demás..."
Sí, mi Señor, es dando como se recibe,
perdiendo como se gana,
bajando como se sube,
y, sirviendo, como se obtiene la verdadera realeza.
Sólo tú me puedes dar la fuerza para hacer el bien incondicionalmente.
Aumenta, Señor, mi fe.
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