Martes de la segunda semana de Cuaresma
Isaías 1,10.16-20; Salmo 49; Mateo 23,1-12
Hoy mi compañera orante y yo comenzamos nuestra oración de la noche con una toma de consciencia, desde el agradecimiento, de la vida y de los dones que nos han sido dados. Y lo hacemos a través de un ejercicio que propone el jesuita Anthony de Mello en su libro El manantial:
Fingiendo que sufro una parálisis de hombros para abajo que me ha cambiado la vida totalmente...
"(... ) por la noche, dedico unos minutos a dar gracias:
Agradezco el don de la palabra, que me permite expresar mis necesidades y mis sentimientos, que me permite relacionarme con otros y hasta prestarles ayuda...
Y el don del oído, gracias al cual puedo escuchar el sonido de la música y el canto de las aves y las voces humanas...
Y el don de la vista, por el que puedo contemplar las flores, y los árboles, y las estrellas en la noche, y los rostros de mis amigos...
Agradezco el sentido del gusto, y del olfato, y la capacidad de pensar, y la memoria, y la imaginación, y la capacidad de sentir...
Y agradezco mi propia parálisis, me fijo en la bendición que ha traído consigo hasta que logro verla como un don... Si puedo conseguir esto, habré experimentado un momento del más puro misticismo: aceptarlo todo tal y como es.
Reflexiono ahora en algún aspecto de mi vida con el que no estoy conforme..., contra el que me resisto: un defecto físico, una enfermedad, una situación inevitable, una persona...
Y, poco a poco, procedo con ello del mismo modo que he procedido con mi "parálisis". De manera que, sin renunciar a mi deseo y a mis esfuerzos por liberarme de ello, si es posible, cobro suficientes ánimos para dar gracias por ello, por todo, por cada una de las cosas..."
- Leemos y meditamos el evangelio de Mateo 23,1-12
Isaías 1,10.16-20; Salmo 49; Mateo 23,1-12
Hoy mi compañera orante y yo comenzamos nuestra oración de la noche con una toma de consciencia, desde el agradecimiento, de la vida y de los dones que nos han sido dados. Y lo hacemos a través de un ejercicio que propone el jesuita Anthony de Mello en su libro El manantial:
Fingiendo que sufro una parálisis de hombros para abajo que me ha cambiado la vida totalmente...
"(... ) por la noche, dedico unos minutos a dar gracias:
Agradezco el don de la palabra, que me permite expresar mis necesidades y mis sentimientos, que me permite relacionarme con otros y hasta prestarles ayuda...
Y el don del oído, gracias al cual puedo escuchar el sonido de la música y el canto de las aves y las voces humanas...
Y el don de la vista, por el que puedo contemplar las flores, y los árboles, y las estrellas en la noche, y los rostros de mis amigos...
Agradezco el sentido del gusto, y del olfato, y la capacidad de pensar, y la memoria, y la imaginación, y la capacidad de sentir...
Y agradezco mi propia parálisis, me fijo en la bendición que ha traído consigo hasta que logro verla como un don... Si puedo conseguir esto, habré experimentado un momento del más puro misticismo: aceptarlo todo tal y como es.
Reflexiono ahora en algún aspecto de mi vida con el que no estoy conforme..., contra el que me resisto: un defecto físico, una enfermedad, una situación inevitable, una persona...
Y, poco a poco, procedo con ello del mismo modo que he procedido con mi "parálisis". De manera que, sin renunciar a mi deseo y a mis esfuerzos por liberarme de ello, si es posible, cobro suficientes ánimos para dar gracias por ello, por todo, por cada una de las cosas..."
- Leemos y meditamos el evangelio de Mateo 23,1-12
Como Mt 6,1.5.16, el evangelio de hoy nos sacude con unos interrogantes: ¿ante quién vivo mi vida?, ¿bajo qué mirada tomo mis decisiones y actúo?, ¿para ser vista por quién, hago las cosas?...
La conducta farisea es hipócrita. Un "hipócrita" es el que lleva puesta una máscara para ocultar su verdadero rostro. Y los fariseos se ponían la máscara de la justicia para ocultar su búsqueda de vanagloria, la máscara de cumplidores de la ley, para ocultar su falta de compasión, la máscara de buscadores de la voluntad de Dios, para ocultar sus ansias de honor y fama: desean "que les hagan reverencias por la calle y que la gente les llame maestros", dice Jesús.
Primeros puestos, reconocimiento, sumisión, adulación... Es la tentación del poder que veíamos en el relato de las tentaciones hace una semana.
Ninguno de nosotros estamos libres de esa tentación. Tampoco nuestra Iglesia, tan deseosa de poder, influencia y relevancia social. En nuestra Iglesia, los paternalismos y autoritarismos que en ocasiones se les escapan a algunos que deberían servir desde el ministerio de la comunión y la caridad se acercan alarmantemente a estas actitudes farisaicas denunciadas por Jesús.
Y, frente a esto, Él, el Único Señor, el Único Maestro, el Servidor de todos, el que pasó por la vida como uno de tantos, el que lavaba los pies de los discípulos, el que cargó con las cargas de muchos, el que decía y hacía con una coherencia libre de esfuerzo, el Verdadero, el Fiel, el despojado de todo...
Este evangelio es un retrato de los líderes religiosos de la época de Jesús y quizá también de nosotros mismos. Pero es, sobre todo, un retrato de Jesús, el Maestro que enseña sirviendo y amando, el que vive siempre ante la mirada del Padre, despreocupado del juicio de los demás e indiferente ante reconocimientos humanos.
* De la meditación, brotan nuestras plegarias:
- "El mirar de Dios es amar". Así lo cantaba San Juan de la Cruz.
Bajo esos ojos vívías Tú, Señor y Maestro mío,
enseñando, curando,
cargando con los pecados y dolores de todos.
Bajo esa mirada, no te importaba ser Siervo.
Es más, lo preferías,
porque así lo quería tu Padre del cielo.
Bajo esa mirada, "mi Pastor se hizo cordero,
Servidor se hizo mi Rey".
Te contemplo y te amo así:
en la Belleza de tu Amor despojado.
Bajo esa mirada, deseo también vivir.
- Aparentar, tener y poder...
"No te dejes engañar, tú, que has gustado la verdad",
me insistes martilleantemente...
Sí, mi Señor, sé del vacío
del prometedor y decepcionante mundo de las apariencias;
he saboreado la amargura de la búsqueda
del prestigio y la vanagloria,
me he agotado creyéndome jefa
y glorificando a otros maestros,
me he encontrado con la humillación
cuando perseguía ensalzarme.
Tú sabes, mi Señor, que ahora sólo ansío
vivir bajo tu mirada,
santificando tu Nombre...;
Mas hoy me siento farisea.
¡Ayúdame! Haz que hable y actúe sólo movida por tu Rostro,
preocupándome de lo que soy, únicamente, a tus ojos,
sin falsear la verdad por temor a desagradar a los demás.
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* Sugerencias para vivir el día de hoy:
- Repite con frecuencia: "Uno sólo es mi Maestro, uno sólo es mi Señor".
- Date cuenta de tu deseo de ser reconocido, estimado, "reverenciado", y mira a Jesús...
- Si tienes tiempo, dedica unos minutos a leer la primera carta de Juan sobre el único mandamiento de Jesús: el amor. Verás que la carga de Jesús es suave y ligera...
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