Reclamos de interioridad
Hacía tiempo que quería dejar escrito en este diario unas impresiones que escribí en Buenafuente durante los Ejercicios Espirituales de septiembre del año pasado. Aún me dura el encanto de aquellos días y la buena huella que me dejaron aquellas mujeres, las religiosas cistercienses, de su vida consagrada a Dios en perenne Alabanza.
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Es la primera vez en mi vida que me levanto tan temprano para rezar (en España, claro; en Italia, los horarios eran así y no había más remedio que adaptarse: ¡a las 5:30, arriba! Y yo, que soy noctámbula, a las 22 horas, a dormir...).
Pero resulta hermoso que, mientras la mayoría de la gente aún duerme, apurando hasta el último minuto de descanso entre las sábanas, estas mujeres, diez mujeres de diversas edades, desde los treinta y cuatro hasta los cien años, estén recitando salmos y orando a Dios. Centinelas de la mañana velando el sueño de los hombres que prescinden de Dios, desde su amor a Dios y a los hombres.
No se puede pensar que haya otra razón para que estas mujeres estén aquí, sino el Amor. Por supuesto, no son mujeres desencantadas de la vida. Son mujeres que aman la vida: a su familia, a sus amigos, las relaciones, el trabajo, la cultura, la diversión, los viajes... Pero han descubierto una perla preciosa cuyo encanto y belleza supera y eclipsa cuanto de bello pueda ofrecer la vida. Su perla preciosa, su tesoro escondido es Dios. Amarlo a Él no supone amar menos al mundo. Al contrario: ese amor arrastra a amar apasionadamente todas las cosas y a todos los seres en Él.
No son mujeres desentantadas. Son mujeres fascinadas por el Absoluto, cuya única tarea pretende ser el Amor. Quizá no sean conscientes de hasta qué punto es importante para la Iglesia y para el mundo que ellas existan como signo luminoso para los creyentes y para los indiferentes.
Buenafuente del Sistal,
27 de septiembre de 2007
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