jueves, 24 de mayo de 2012

¡Paz a vosotros! Recibid el Espíritu...

Domingo de Pentecostés, Ciclo B


Hechos 2,1-11: "Se llenaron todos de Espíritu Santo..."
Salmo 103: Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra
1 Cor 12,3b-7.12-13: "Hermanos: Nadie puede decir 'Jesús es Señor' si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común..."

Jn 20,19-23
19 Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- Paz a vosotros.
20 Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 21 Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
22 Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; 23 a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

CUANDO LEAS
No es extraño que los discípulos estuvieran encerrados en su casa y tuvieran miedo a los judíos. Hacía tan sólo tres días que habían crucificado a su Maestro, a Jesús de Nazaret. Aquel que les había llenado de sueños. Aquel a quien amaban. Aquel con el que habían vivido una vida diferente, un proyecto de vida entusiasmante y hermoso durante, al menos, los tres últimos años de sus vidas. Aquel con el que habían compartido una misión itinerante en Galilea, Judea y alrededores, del que habían aprendido a creer en el Padre, a amar a los enemigos, a privilegiar a los últimos... Su Maestro, su Señor, su Amigo, su Hermano, su Luz, su Pastor, su Fuente de Vida y Alegría... ya no estaba con ellos. Estaba muerto. Lo habían matado.
El que era la Compasión y la Palabra vertidas sobre las heridas del pueblo había sido entregado, y condenado a la muerte de un malhechor, a la tortura y a la cruz. El Bendito murió como un maldito. ¿Cómo no iban a tener miedo sus seguidores?

Estaban escondidos, con las puertas cerradas. Ya María les había anunciado a todos ellos: "He visto al Señor y me ha dicho esto" (Jn 20,18). Pero Marcos, Mateo y Lucas nos informan de que los discípulos no la creyeron ni a ella ni a las demás mujeres, e incluso les parecía que las discípulas estaban desvariando (Lc 24,11).

Sin embargo, en la noche de aquel primer día de la semana, en medio de su tiniebla y de su miedo, Jesús se hizo presente y les dijo: "Paz a vosotros". Y Jesús insiste en ese deseo de paz: "Paz a vosotros". ¡Cómo conocía Él la necesidad profunda de paz en aquellos corazones turbados por el miedo! 
La aparición de Jesús resucitado es, para los discípulos, un soplo de vida que disipa sus temores. Sabemos qué efectos tiene esa experiencia:
- La paz que calma toda preocupación y angustia.
- La alegría plena que borra la desesperanza y la tristeza.
- La valentía y la apertura a la misión, frente al miedo paralizante y el repliegue sin horizontes ni futuro.
- Y, por último, el ministerio de reconciliación y de perdón, encargado a toda la comunidad.

Es el Pentecostés que nos cuenta Juan. El Señor Resucitado nos da el soplo del Espíritu a todos, su aliento de vida, su viento huracanado que mueve montañas, transforma vidas, hace posible lo imposible..., sus llamas de fuego abrasador para encender en nosotros la pasión por el Reino, la pasión por la humanidad...
El Señor Resucitado abre nuestras puertas y ventanas, nos llena de luz y nos empuja a salir de nosotros, de nuestra ansia de seguridad y comodidad, de nuestras pequeñas y mezquinas preocupaciones, de nuestras vidas acostumbradas... Salir para sembrar Reino con otros, en comunión.
Todos nosotros somos el Cuerpo de Cristo. Somos templos de Espíritu.
Vivamos según el Espíritu. "Pronuncien nuestros labios palabras iluminadas en su fuego". Pero, sobre todo, obren nuestras manos la obra de Dios, la obra del Espíritu, trabajando por la paz, por la alegría, por la vida plena de todos.

CUANDO MEDITES

- ¿Qué temores, preocupaciones, inquietudes... me roban la paz y la alegría en este momento de mi vida?
- ¿Cómo es mi confianza en el Señor Resucitado y Viviente en mí?
- ¿A qué personas, lugares, situaciones... siento que soy enviada a llevar una palabra de reconciliación, de perdón, de vida nueva?

CUANDO ORES

- Damos gracias por el don de la fe y del Espíritu dador de Vida y Amor, derramado sobre nosotros y sobre el mundo...
- Suplicamos el don del Espíritu para todas aquellas situaciones de muerte que conocemos... discriminaciones... marginación... paro... hambre... violencia... abusos... injusticia...

"Que tu Espíritu, Señor, haga nuevas todas las cosas"


(Autora: Conchi López, pddm)

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